LA PECULIAR OMISIÓN DE LA LETRA “D”
En el ruedo político patrio, similar por enguarramiento a la famosa tomatina de Buñol pero sin sus fines lúdicos, solíamos pensar que nuestro Rey campechano constituía —de “Constitución”, claro— el epítome de la sabiduría y la virtud, una figura que se elevaba por encima del bien y del mal (cosa que él mismo se acabó creyendo). Su imagen era para la mayoría la de un monarca ejemplar, siempre guiado por la integridad y el sentido de la justicia. Sin embargo, tras abdicar en favor de su primogénito, el telón que ocultaba la verdad se ha descorrido, revelando más bien a un personaje de telenovela antes que a un soberano ilustre. El cuento de hadas que una vez nos contaron sobre su reinado se ha convertido en una pesadilla de la que estamos despertando con dolor de Coronilla.
En los cuentos de hadas, los príncipes se convierten en ranas bajo la influencia de algún conjuro malicioso. ¿O era al revés? Bueno, qué más da. Lo que importa es: ¿en qué se transforman los reyes cuando se embriagan de su propio poder? Porque el nuestro pareció metamorfosearse en una versión mundana de Zeus, persiguiendo como el modelo original cualquier placer carnal a su alcance sin reparar en el daño que podría causar a su reputación, a su propio Reino o a las mujeres que se rendían a sus innumerables encantos. El “ex” de todos los españoles, ahora designado con el título de «Emérito», ha demostrado que, visto lo visto, a dicho título le falta la “D” inicial. ¿Quién se la habrá robado? ¿El mismo que le afanó el carro al pobre Manolo Escobar?
«Lo siento, me he equivocado y no volverá a suceder». Ah, qué icónica se ha vuelto aquella frase pronunciada tras la publicación de las fotos en las que posaba orgulloso frente al cadáver de un elefante abatido por sus certeros disparos. ¡Qué valentía, qué hazaña, qué grandeza y excelencia acabar con la vida de una criatura tan majestuosa, indefensa y en peligro de extinción! Ni el Rey León habría sido capaz. Tampoco Simba. Pero claro, pidió disculpas, y todos sabemos que rectificar es de sabios. Eso le honra, aunque el arrepentimiento no pueda resucitar al desafortunado paquidermo. Quizá algún audio o vídeo indiscreto nos revele en algún momento a cuántos más liquidó, por cierto. A estas alturas, uno no puede evitar preguntarse si nadie en su séquito advirtió al monarca sobre los peligros de las cámaras, las grabaciones y las hemerotecas.
En cualquier caso, quién con mayor clarividencia retrató, quién sabe si por casualidad o porque también lo intentó con ella, las vivencias presentes y futuras del Demérito, fue la fallecida cantante Rafaella Carrá: «Porque tenía una mujer, ¡qué dolor, qué dolor!, dentro de un armario». ¡Qué visión de futuro, la de la italiana! Me pregunto qué se esconderá dentro de ese armario Real, además de mujeres…
El «Demérito» ha pasado de ser una gloria nacional a una especie de cómico de talla internacional, protagonizando uno de los cambios de imagen más radicales que el mundo haya visto desde el de Michael Jackson. Si le tuvieran que conceder un nuevo título, bien podría ser el de «Rey de Corazones… rotos». Qué trágico destino, terminar siendo una carta menor en el gran juego de póker de la Historia. Su legado, en lugar de inspirar amor por la monarquía, se ha convertido en una auténtica fábrica de republicanos, demostrando que, en ocasiones, el argumento más convincente en contra de la monarquía como sistema político es, paradójicamente, un monarca.
Para nuestro «Rey Demérito», solo queda esperar que, en su exilio dorado en tierras sauditas o en su retiro gallego, encuentre finalmente el camino hacia la redención. Aunque, por ahora, acerca de las últimas revelaciones sobre sus andanzas, solo hayamos obtenido de él una omisión… Bárbara.
Javier Serra