La pareja de ocupas
Como de costumbre el abuelo José se depuso a arreglar su pequeño huerto y como cada año, empezó a hacer planes “aquí va esto, aquí va esto otro” y de esta manera empezó a hacer la distribución de donde tenía que ir cada cosa.
Una vez lo había programado todo empezó a hacer su trabajo y a preparar la tierra para la siembra. Destapó y limpió su pequeño multicultor y empezó a labrar la tierra. Cuando quiso retirar un haz de cañas que tenía bien atado y preparado para que éstas no se deformasen durante el invierno y que le servían para atar los tomates, las judías y otro tipo de verduras se llevó una sorpresa. Cuando quiso retirar las cañas que tenía apoyadas en el tronco de uno de los olivos, al sacarlas para empezar a labrar el pequeño bancal, se encontró con que encima de ellas había una pareja de ocupas.
Estos no eran otros que una pareja de preciosas palomas torcaces que habían hecho su nido y puesto sus huevos encima de las cañas a la sombra de una de las ramas de olivo. Una de las palomas al ver como se acercaba no se asustó, ni se movió de la posición en que estaba, solo lo miraba fijamente con sus ojitos como pidiéndole que no tocara las cañas ni su nido ya que estaba criando a su familia.
El abuelo José como tenía por costumbre cada vez que se encontraba en una de estas situaciones se fue a sentar bajo su querida higuera para pensar que tenía que hacer. Desde donde estaba sentado podía contemplar el olivo donde estaba apoyado el haz de cañas donde la pareja de palomas había hecho su nido. Mientras la contemplaba vio aparecer a su compañero que le traía comida para que ella comiera. Esto le hizo entender que no tocaría las cañas y que dejaría a la pareja de ocupas donde estaban hasta que nacieran los pequeños pajarillos y emprendieran el vuelo.
Enfadado, el abuelo José se la estaba mirando, desde su silla ya que le gusta tener cerca tanto a las palomas como a los pajarillos que siempre le alegraban con sus vuelos y sus cantos y ver cómo van a beber. Y como se bañan en los cubos que él siempre tiene dispuestos con agua limpia y fresca para que ellos beban. Esto era algo que al abuelo le encantaba ver ya que más de una vez había visto como se peleaban para ver quien se bañaba primero.
También le gustaba mucho, sentir después sus cantos desde los árboles sobre todo al atardecer cuando éstos se recogían para pasar la noche. No le molestaba tener cerca a las palomas como a los pajarillos. Solo lo que habían hecho era retrasarlo en su trabajo y esto no le gustaba ya que tendría que retrasar la plantación de sus verduras.
El abuelo siempre estaba haciendo ruido para evitar que estos se comieran las flores de las verduras y picaran los tomates y los pocos árboles frutales que tiene en el huerto. El abuelo José los espanta pero ya están acostumbrados a su presencia y sabe que por mucho ruido que haga no podrá evitar que los pajarillos se coman las primeras flores de sus verduras, él nunca les hará nada. Como pequeños ladrones se pasean por el huerto sin tenerle miedo, mientras con que con sus cantos parecen decirle que ellos están muy bien allí y que no piensan irse.
Al mediodía cuando se presentó en su casa para comer le dijo a su mujer:
–Mamá, tenemos un problema.
–¿A qué problema te refieres?
–En el huerto tenemos unos ocupas que no me dejan hacer nada.
Sorprendida su mujer le preguntó a qué se refería.
–A qué te refieres, es que alguien ha entrado en el huerto y te los has encontrado dentro.
–No se trata de esa clase de ocupas.
–Pues entonces, ¿a qué te refieres con que en el huerto tenemos ocupas?
–¿ el tercer olivo que hay en el bancalito, donde tenía apoyadas las cañas de los tomates, las judías y demás cosas
–Sí.
–Pues encima de las cañas, no en el olivo; sino en el final de las cañas, una pareja de palomas torcaces ha hecho su nido. Y por más ruido que he hecho mientras pasaba el motocultor por los otros bancales ella no se ha movido ni un momento, cuando he querido labrar el bancal he ido a sacar las cañas que están apoyadas en el olivo, me he encontrado que éstas estaban ocupadas por un par de palomas que han hecho su nido en ellas.
–Y….
–Que no sé qué hacer; yo no quiero tocarlas y he pensado que las voy a dejar hasta que salgan los polluelos.
El abuelo José aunque se enfadaba, la culpa de tener ocupas era enteramente suya ya que le gustaba estar rodeado de pequeños animalitos que le hacían compañía. Siempre les tenía cubos con agua limpia y fresca para que bebieran, le encantaba ver como bebían del agua limpia y sentirlos cantar desde las ramas de los árboles. Hasta tiene una amiga muy especial que se pasea por el huerto sin hacerle nada y eso que es bastante grande ya que pasa de los dos metros.
Cuando pasa cerca de él, se para, levanta la cabeza, lo mira, esperando a que él la salude.
Una vez que el abuelo la saluda dándole los buenos días o las buenas tardes según la esta aparezca la serpiente se va.
–Buenos días Margarita, ¿cómo estás? Hace días que no te he visto — este nombre se lo ha puesto ya que siempre pasa por medio del jardín entre las margaritas que hay sembradas en el para después del saludo desparecer por entre medio de la valla que rodea el huerto, y desparecer entre la espesura que hay fuera del huerto montaña arriba para estar semanas enteras sin aparecer de nuevo.
Como también le da los buenos días a su amiga Blanca, una gatita salvaje que es una gran cazadora que cada vez que caza un conejo, una rata o un pájaro o cualquier otro animalito lo primero que hace es ir a enseñárselo para que este lo vea.
Después de que el abuelo José le dice que lo ha hecho muy bien, que es una gran cazadora, Blanca desaparece llevándose su presa para darle de comer a sus gatitos que están metidos entre las zarzas ya que desde donde está el abuelo, los siente maullar llamando a su madre. Blanca lleva bastante tiempo con el abuelo José, cada vez que tiene gatitos, cuando estos ya son bastante grandecitos los lleva para que el abuelo los vea, como queriendo que éste los conozca. A pesar de que es una gata salvaje cada vez que Blanca tiene tiempo se va con el abuelo José y se acuesta cerca de él. El abuelo José la deja que le haga compañía, cuando se cansa se levanta y se va después de haber bebido un buen trago de agua de uno de los cubos que él siempre tiene llenos de agua limpia y fresca.
Para el abuelo José su pequeño huerto es su mundo, donde él pasa las horas cuidando de sus plantas, sus flores y sus pequeños animalitos que le hacen compañía a pesar de que se enfade cuando ve que se comen las flores de sus plantas y picotean los tomates. Pero él es feliz sentado bajo su querida higuera contemplando como pasan los días mientras está pendiente de la pareja de ocupas que no le dejan que pase el motocultor por el pequeño trozo de tierra que le queda por labrar, esperando a que los polluelos se hagan grandes y lo abandonen.
–Sabes mamá, ¿cuántas palomitas hay dentro del nido?, seis.
–¿Y cómo lo sabes, no habrás subido a la escalera para mirar el nido?
–Pues claro que sí. Cada vez que paso por debajo del olivo los siento como pian llamando a sus padres ya que desde que han nacido también la madre abandona el nido para buscar comida para sus polluelos. Yo creo que dentro de poco ya podré labrar la tierra ya que no creo que tarden mucho en abandonar el nido.
Como así fue, después de estar un par de días sin ir al huerto se encontró que el nido estaba vacío, que la pareja de ocupas ya no estaban. El abuelo José viendo que ya no estaban los ocupas retiró las cañas y se dispuso a labrar el pequeño bancal para prepararlo para sembrar.
Nuevamente el abuelo José tenía todo su huerto para él y sus pequeños animalitos que a pesar de que siempre se enfadaba con ellos, los quería tener cerca, incluso a Margarita a la que apenas veía pero que cuando lo hacía si sentía su presencia por el huerto esta se para y después de que el abuelo José la salude Margarita desparece por entremedio de la valla para desaparecer entre la espesura, para estar de nuevo muchos semanas sin aparecer.
Cada tarde antes de marchar el abuelo va a dar de comer a sus peces de colores que empezaron siendo tres o cuatro y que cada año aumentan ya que después de tantos años de estar metidos dentro del gran estanque del agua con la que riega el huerto, ya no sabe los que hay, ya que cada año aparecen nuevos peces de colores.
Pero él es feliz con su pequeño huerto, sus plantitas y sus animalitos que siempre le hacen compañía, aunque le hagan enfadar por comerse y picar sus verduras. Pero si no los tiene cerca, si no siente su canto o su presencia los echa en falta. Como si Blanca no viene a sentarse cerca de él a hacerle compañía, piensa si no le habrá pasado algo a su amiga, para quedarse tranquilo cuando después de varios días aparece de nuevo para sentarse a su lado y hacerle un rato de compañía.
J. Zamora Buenafuente
Junio de 2019