La lágrima de la Virgen (IV de VI)
El relato «La lágrima de la Virgen» forma parte de mi libro «Comprimidos para la memoria o recuerdos comprimidos» (Valencia 2017)
Bernardo se limitaba a contemplar el progreso de la obra, a aguijonear a Diego recordándole el rápido transcurso del plazo y el secreto que debía guardar. Estaba desesperado, apenas faltaban dos semanas para la entrega del encargo y el rostro de la madona apenas si se intuía. Diego, sin perder la calma, trataba de tranquilizarlo.
—No padezcáis maestro, la he visto tanto en mi pensamiento que tallarla será, como dice mi mujer, coser y cantar.
—Ni se te ocurra ponerle rasgos de alguna conocida.
—Despreocuparos que nuestra señora tendrá el rostro de la Virgen más hermosa que haya salido de manos humanas.
—¿Cuándo te pondrás con la cara?
—Pasado mañana, como mañana es el día de la patrona, descansaré y pasado mañana lo iniciare, para terminarlo tres días después y el tiempo que reste hasta que vengan a recogerla lo empleare en dale la pátina que queréis.
Diego, por primera vez en dos meses y medio, se había tomado un descanso, ese día de la patrona, que colmó sus expectativas.
Felipe había salido de casa a primera hora de la mañana, con intención de no perderse ninguno de los festejos que en honor a la patrona se celebraban. Diego y Gabriela se quedaron solos en la casa, algo que ya no recordaban, y deseosos como estaban de yacer juntos, aunque solo Diego lo dijera, tan pronto como quedaron a solas, se iniciaron los escarceos amorosos que los llevaron a la coyunda a plena luz del día, cosa que Diego y Gabriela tampoco recordaban cuando hicieron por última vez, posiblemente antes de ser padres.
Terminado el ayuntamiento, pasado el amodorramiento subsiguiente, quedaron en medio de la placentera placidez: Diego con la cabeza reposando sobre el regazo de Gabriela. Percibían el apagado soniquete de las músicas parranderas y del bullicio de las aglomeraciones festivas, mientras mutuamente se brindaban carantoñas y arrumacos.
Diego, desobedeciendo las tajantes instrucciones de Bernardo, empezó a relatarle a su mujer, con pelos y señales, el encargo en que estaba.
—Estoy creando la talla más bella que jamás he hecho, es una Virgen con la que quieren agasajar al Papa, con lo que saque podré montar el taller, Bernardo me ha prometido un tercio de lo que le paguen. Y aunque no podré firmarla, pienso dejarle una marca de mi autoría, aunque aún no sé cuál.
—No te fíes de Bernardo. ¿Estás seguro de que te pagara lo prometido? ¿Y qué permitirá que te pongas por tu cuenta? —Gabriela se había incorporado ligeramente para encontrar la mirada de Diego.
Diego, súbitamente, le había aferrado el pecho izquierdo y señalándolo dijo triunfalmente.
—¡Ya la tengo! Esta será mi marca.
—¿Estás loco? ¿Cómo vas a hacer una Virgen con la mama al aire?
—No, la teta no, solo tú marca, tu antojo.
Gabriela miró el lunar que tenía junto a la areola, donde solo para ellos era visible, aunque mucho menos de lo que Diego desearía. Tenía forma de estrella de cinco puntas, aunque las dos inferiores eran más cortas y redondeadas que las otras tres.
—La lágrima de la Virgen será como tú mácula.
—¿Te lo permitirá maese Bernardo?
—Desde hace tiempo no me corrige nada, deja que haga lo que se me antoje. Él se queda mirando y suspirando. Mañana empiezo a afinarle el rostro, será uno como nunca se ha visto. Y su lágrima izquierda, será como tu antojo. Solo tú y yo sabremos porque es así, si es que la volvemos a ver.
—¿Piensas ir a Roma?
—¿Quién sabe? Tengo muchas esperanzas puestas en mi taller…
—Con qué faena empezarás en ese taller. ¿Ya tienes algo apalabrao?
—No, aún no. He pensao montarlo en el pueblo, que ya tiene seis iglesias, sin contar la del marqués. Allí tengo la casa de mis padres, que es grande, y se puede montar abajo el taller y en lo alto nuestra casa. El pueblo no tiene patrona a la que festejar, cuando vaya quiero hablar con el marqués que, por cierto, debe tener negocios con maese Bernardo, porque lo he visto ya tres veces por el taller y seguro que él ha visto la Virgen, pues ca vez que viene, Bernardo me saca de ande trabajo, y se queda con el marqués y una vez con un cura bizco que lo acompañaba.
Diego imitó el estrabismo del sacerdote, lo que hizo que Gabriela estallase en carcajadas, la broma la repitió varias veces siempre con el mismo resultado Hasta que las continuas carcajadas la dejaron exhausta.
—Quiero hablar con el marqués para convencerle de que me encargue una imagen de la Virgen, la que sea, la que más devoción le despierte y convertirla en la patrona del pueblo, porque si hablo con los seis párrocos, no se van a poner de acuerdo. Yo, con hacerla me daría por pagado, sin cobrar nada, para mí sería un triunfo, la gente conocerían mis habilidades y me harían encargos. Sería una gran ilusión para mí cincelar la patrona de mi pueblo.
—¿Y si nos vamos que hacemos con los hijos? Al Mariano le gusta su trabajo, dice que quiere llegar a ser un buen tonelero, y además está con esa chica, que trabaja de doncella de una señorona. No creo que quiera venirse. Y Felipe no le quita ojo a los uniformes, por más que lo desengañes él solo piensa en la milicia y, pronto tendrá edad para alistarse ¿Qué hacemos con él?
—Si cuando tenga suficiente edad para la leva piensa igual, que ingrese, es su vida la que decide, no le ha gustado ninguno de los oficios en los que quise meterlo de aprendiz, no podemos hacer más por él y Mariano, si llega a ser un buen tonelero, tendrá la vida resuelta.
—Pero a Felipe me lo mandaran lejos a luchar contra los herejes… y ¿si me lo matan?
—¡Eso ni mentarlo mujer!
Diego, a riesgo de que Gabriela pudiera interpretarlo equivocadamente, volvió a tomar su pecho para memorizar la mancha que en tan pocas veces tenía ocasión de ver, dado que las pocas veces que practicaban la coyunda lo hacían sin luz o casi vestidos o ambas cosas a la vez. Entre risas y bromas transcurrió el resto del día, sin que salieran a celebrar la fiesta.
Continuará…
Alberto Giménez Prieto