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LA GLOBALIZACIÓN DE LA INDIFERENCIA

Carlos Benítez Villodres

Al alba del siglo XXI, la sociedad mundial debe meditar no solo frente a los desequilibrios que crea el fenómeno de la globalización, sino también sobre las cualidades morales o inmorales inherentes a este fenómeno. De hecho, hay quienes sostienen, con toda razón, que asistimos a la “globalización de la indiferencia”, lo que incide especialmente de un modo negativo sobre el trato que se da a los inmigrantes en muchos países. “La indiferencia, asevera Stéphane Hessel, uno de los artífices de la Declaración de los Derechos Humanos, es la peor de las actitudes”.

            Esta “globalización de la indiferencia” en buena parte deriva de una pésima comprensión del concepto de tolerancia, al ser entendida esta única y exclusivamente como actitud cívica privada, ignorándose su vertiente de virtud cívica de carácter público, es decir, virtud que se estimula y apoya por las instituciones jurídico-políticas.
Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia del llanto, de la compasión. “La globalización de la indiferencia, dice el Papa Francisco, nos hace a todos innombrables, responsables sin nombre y sin cara”.

            La indiferencia es una tentación, un arma del mal. Ella es hoy estimulada por ideologías que la ponderan y la elevan a la condición de meta socialmente deseable. Una de estas ideologías es el neoliberalismo y toda la corriente que, en nombre de la eficiencia, nada más alejado de la caridad, sostiene que la desigualdad es una virtud: una recompensa al esfuerzo y un generador de riqueza que beneficia a todos. La pretensión de crear una sociedad más equitativa es contraproducente y moralmente corrosiva.

            Ya es hora de tomar conciencia de que todos somos responsables de las situaciones de injusticia y desigualdad. Y si la pobreza y riqueza extremas existen, es porque hemos permitido que la brecha se amplíe hasta convertirse en la mayor de la historia.

            La “globalización de la indiferencia” encuentra una atmósfera propicia para su expansión cada vez que el bien común viene reducido o limitado a determinados sectores o cuando la economía y las finanzas se vuelven un fin en sí mismas. Es la idolatría del dinero, la codicia, la especulación…

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