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LA FE QUE DA SENTIDO A «MI» MUERTE

Por Alfredo Arrebola, Doctor en Filosofía y Letras

HACES DE LUZ – LA FE QUE DA SENTIDO A «MI» MUERTE

En el capítulo primero del «Libro Primero de las «Confesiones de san Agustín (354 – 430) podemos leer: «¡Grande sois, Señor!, y os quiere alabar el hombre, que lleva por todas partes su mortalidad, que lleva por todas partes la marca de su pecado y el testimonio de que «Vos resistís a los soberbios, pero a los humildes da la gracia ( Sant. 4,6); pues…,¡Tú nos hiciste, Señor, para Tí, y nuestro corazón anda desasosegado hasta que descanse en Ti!.

Está suficientemente demostrado que todos estamos hambrientos de vivir más y mejor: «principio innato en el ser humano. Una vida próspera y feliz es el ideal de la Humanidad; y, además, sabemos que son muchos los caminos emprendidos en la historia en busca de una vida verdaderamente mejor. Ahora bien, este determinante posesivo «mi lo hago extensivo a todos los que, de verdad, siguen a Cristo. ¿Por qué?. Porque a sus seguidores, hambrientos de vida, nos dice: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (Jn, 14,6). En la vieja historia de la humanidad, Jesús de Nazaret es novedad, es Vida, es camino, actividad siempre nueva.

Pero su Vida nace del sacrificio y de la entrega a los demás hasta la muerte. A pesar de su temor natural, El deseó ardientemente la llegada de la hora de la prueba definitiva (Lc.12, 50; 22,15).

La muerte era la mayor prueba de amor que podía dar al Padre (Jn 14, 31) y a los hombres (Jn. 15, 13). Pero con la muerte de Jesús no acabó todo, como pensaron algunos discípulos que después de su crucifixión se marchaban descorazonados de Jerusalén (Lc. 24, 19-21).

Cristo no se limitó a darnos un testimonio de Amor muriendo por nosotros – creyentes y no creyentes -. No quedó ahí la cosa. Su muerte fue algo más especial, ya que a través de ella llegó la Vida. Murió para resucitar con nueva Vida, no solamente El sino todos los hombres junto con El. Observarán mis «benévolos lectores que vengo empleando, en estas reflexiones, un lenguaje filosófico que me lleva hacia una Teología natural (Teodicea), pero quiero hacerlo desde la «Revelación – sublime acto de la infinita misericordia de Dios-, dado que tengo la suerte de ser creyente. Estoy, pues, en una postura totalmente opuesta a la de Gonzalo Puente Ojea (1924 -2017), Presidente de Honor de «Europa Laica y fallecido hace sólo unos días. El ha intentado destruir lo que jamás conguieron algunos famosos filósofos. Yo he leído algunos escritos suyos, los cuales, sin embargo, hicieron crecer aún más mi fe en Dios y mi sentido inmanente de la religiosidad.

Todo el Nuevo Testamento nos enseña que Cristo no murió únicamente para conseguir el perdón de nuestros pecados, sino mucho más: hacer posible la creación de un Mundo Nuevo, donde viva el Amor. Nunca jamás ha aparecido un hombre que fuera capaz de decir – como lo hizo Jesucristo – «Amaos los unos a los otros, como yo os he amado, nota distintiva y específica de la religión cristiana. Gracias a Cristo, ya es posible comenzar a «vivir para Dios (Rm 6,11), participar de la vida de Dios, a través del conocimiento de Cristo y del amor mutuo: vivir con El (Flp.1,21).

Su muerte destruyó todo lo sucio y bajo que hay en nosotros, para hacernos «revivir en la Vida santa de Dios. Es muerte que sana. Muerte que libera y abre nuevas posibilidades al hombre. Aún más: muerte que trae la justicia, la alegría y la paz. Es la semilla del Amor, que, enterrada, comienza a germinar en el mundo. Es muerte fecunda, aceptada y ofrecida conscientemente: «Yo doy mi vida por mis ovejas…El Padre me ama, porque Yo mismo doy mi vida… Nadie – leemos en Juan 10, 17-18 – me quita la vida, sino que Yo la doy voluntariamente. No nos cabe la menor duda de que Jesús sabía muy bien la causa por la que ofrecía su vida: «Es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado en la cruz, para que todo aquel que crea en El tenga la Vida Eterna (Jn. 3, 14-15).

Creo que está bien claro, y con argumentos apodícticos, por qué la fe da sentido a «mi muerte y -¡cómo no! – a la de todos aquellos que sigan a Jesús de Nazaret.

No obstante, pienso que tener que morir nos agrede como algo que, siendo una realidad relativa a la vida, constituye, para ella, la más intolerable heterogeneidad, ya que, para el hombre, vivir es ser, y morir es dejar de ser. La muerte equivale al no-ser.

Y es cierto, además, que biológicamente la muerte del hombre no constituye sino un fenómeno natural, como escribe Juan Noemi C., Profesor de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile en «Teología y Vida, Vol. 48, págs 41-55. Que el hombre no se conforma ni se da por satisfecho con una explicación de la muerte como fenómeno natural, lo pone de manifiesto su constante búsqueda de la inmortalidad como «bien que conviene a su ser. La búsqueda de la inmortalidad es un «leitmotiv religioso cultural: «Es probable que la creencia de que se sobrevive a la muerte física sea instintiva en el hombre; los ritos funerarios así lo atestiguan desde los albores de la humanidad, dejó dicho S.G. Brando en «Diccionario de Religiones Comparadas (Madrid, 1975, pág. 815).

No quiero, ni debo, desviarme del sentido teológico de esta breve reflexión: «La fe que da sentido a «mi muerte, porque en las cartas de los apóstoles se refleja que a través de la muerte de Cristo nos llegó la Vida: «A Cristo, que no cometió pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros, para que nosotros en El lleguemos a participar de la Vida santa de Dios, nos dice Pablo en 2Corintios, 5, 21. La muerte de Cristo no sólo nos purifica interiormente de manera que podamos servir a Dios con limpieza, sino que podamos concebir, a través de la fe, que la muerte no sea un absurdo y un sinsentido. A mi mente acuden aquellos famosos versos «Vivo sin vivir en mí / y tan alta vida espero, / que muero porque no muero, atribuídos a Santa Teresa de Jesús (1515 – 1582).

No negamos que la muerte se nos presenta como lo más cierto que le aguarda a nuestra vida y, al mismo tiempo, que nos saca o enajena de la vida. Pero la Vida que nos da Cristo no es sólo perdón de los pecados y victoria sobre los males del mundo, sino que nos hace parecidos a El en su fe, en su entrega y generosidad.

La Vida que viene de El vence a la muerte y permanece para siempre: razón metafísica/óntica que da sentido a «mi muerte. «Cristo Jesús, nuestro Salvador, destruyó la muerte e hizo resplandecer ya la Vida y la Inmortalidad por medio del Evangelio, escribió san Pablo a su discípulo Timoteo (2Tm 1,10). Aún más: Jesucristo adelanta la Vida del cielo a esta vida terrena. La Vida que da Jesús llena el corazón del hombre como no puede hacerlo nada, ni nadie.

Enero de 2017

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