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La culturización de la mujer

“SOMOS FRUTO DE UNA EVOLUCIÓN”

Mi amiga y admirada poetisa, Concha Coll, publicó recientemente  un artículo sobre la lucha de la mujer por la igualdad y sus derechos  y,  entre otras  cosas decía:” La mujer ha avanzado  mucho en su lucha para que se le reconozcan sus derechos de igualdad al hombre. Todavía existen muchas diferencias, pero también se han alcanzado muchas metas. Hoy hay mujeres  médicos, abogadas, policías, empresarias, ministras, diputadas, etc. pero su feminidad está por encima de sus logros; también hay gran parte  que se sienten solamente una cosa: MADRES”.

Pues bien, hagamos un recorrido por la Historia.

 “no saber lo que ha ocurrido antes es como seguir siendo niños”  Cicerón                                                                         

La mujer constituye la mitad de la pareja humana, y forma la familia junto con el hombre, lo cual implica un tipo de organización social, económica, de costumbres y circunstancias que han ido evolucionando desde  la Antigüedad  hasta nuestros días, según han ido cambiando las  leyes.  En el matriarcado la mujer gozaba de gran respeto y consideración, casi más que en la sociedad patriarcal, pero la autoridad la seguían ejerciendo los hombres. La autoridad sobre los hijos no la ejercía el padre de los mismos sino el hermano mayor de la madre. Esto pasaba también en Australia donde el sistema de descendencia era patrilineal, el hijo mayor pertenece a su propio clan que es  también el de su padre, en cambio la hermana, es excluida de éste y pasa por matrimonio a pertenecer al clan del marido.

En la sociedad patriarcal intervienen ya varios factores  negativos para la mujer:

1.- el hombre es consciente de su papel en la paternidad y desea perpetuarse  en sus hijos

2.- la mujer pasa de sujeto a objeto

3.- La mujer puede ser raptada, comprada o intercambiada.

4.- la mujer no hereda ya de su padre, sino de su hermano. Pero tampoco de su marido porque sólo de éste heredaba el hijo mayor.

Ya en el siglo VI a. d. C., Solón, al poner las bases del primer Estado ateniense dividió a los individuos en cuatro clases, según sus bienes territoriales. El  investigador y antropólogo norteamericano  Lewis Henry Morgan, en su libro Ancien Society, estudió la vida de los indios iroqueses y describió los tres estadios de cultura de la humanidad: el salvajismo, la barbarie y la civilización, y que  a su vez cada uno de estos se dividía en 3 grados: superior, medio e inferior. Este libro inspiró a Marx y a Engels  para escribir “El Origen de la familia,  la propiedad privada y el Estado”.   Por otra parte, también  el suizo Bachofen en 1861, en su libro  El Derecho Materno, demostró la existencia antiquísima de un matriarcado.

LA MUJER Y EL MATRIMONIO

A largo de la Historia se ha practicado la poliginia, la poliandria y la monogamia, tres formas de matrimonio que se dan simultáneamente en nuestros días. Son tres formas culturales independientes entre si. También  ha habido otras vertientes de matrimonios que no han resultado duraderos.

En la época primitiva la mujer era raptada, más tarde fue ensalzada,  en la época de los trovadores, en la Edad Media, y por último fue reducida a la cocina.

En la Esparta de la Grecia clásica hay una mezcla de poliginia y poliandria. La mujer espartana estuvo más igualada con el hombre en relación con la griega.  La mujer griega no aprendía nada o casi nada, apenas sabía leer ni escribir por lo general. Dirigía la casa y el taller familiar donde se hilaba y cosía. Sus aposentos llamados gineceos, eran una parte reservada de la casa donde ellas sólo podían hablar con otras mujeres, con los esclavos y eunucos.

Por otra parte, existían una minoría, más libres y cultas que se relacionaban con los hombres: eran las hetairas, una clase semejante a las  geishas en Japón y las bayaderas en la India.

La mujer romana no vivía tan restringida como la griega. El matrimonio se realizaba por mutuo acuerdo. Entre las clases más distinguidas se llevaba a cabo un ceremonial que resultaba de gran belleza. El día de la boda la esposa se cubría con un velo amarillo y se dirigía al Sagrarium de su casa escoltada por el Pontífice Máximo y el flamine, el sacerdote  que encendía el fuego del altar de Júpiter. En aquel aposento se ofrecía, en presencia de los parientes y los testigos, un sacrificio y libaciones de leche y miel a la diosa Juno, comiendo la tradicional torta de trigo. Allí se firmaban los acuerdos de la dote. Luego la recién casada  era llevada a la casa de su marido con acompañamiento de cánticos, flores y música. El marido la levantaba en brazos para que no pisara el umbral de la casa, costumbre que todavía hoy perdura en algunas culturas.

El padre era quien decidía el casamiento de su hija y fijaba la dote, pero cuando la familia no tenía posibilidades y no podía dotar a la hija, ésta era enviada a un convento. A finales del siglo XII en Flandes, surgió un movimiento de mujeres solteras y viudas que se agruparon en casas  especiales con el fin de protegerse y estar más seguras. Llevaban una vida diferente a la de los conventos. Éstas eran también cristianas pero no dependían de la Iglesia ni hacían votos, se dedicaban a la oración, a cuidar enfermos o heridos de guerra y a las manualidades de textil para su sustento. Eran las  llamadas beguinas, las cuales se extendieron por los Países Bajos, Renania, Italia y gran parte de Europa.

Todo estaba enfocado al mundo de los hombres. Pero con el paso de los años, la mujer va acortando distancia con el hombre y empieza a cultivarse en las artes, aunque los ilustrados siguen rechazándola en el mundo de las letras. La mayor parte de los libros están escritos por hombres y son leídos por hombres y muy pocas son las  mujeres que tienen acceso.

EL SIGLO DE LAS LUCES… Y DE LAS SOMBRAS

En este siglo se iba a cambiar la fisonomía del matrimonio pero nada más lejos de la realidad.  Los ilustrados contribuyeron a abrir más el foso que había entre los dos sexos. Uno de estos ilustrados fue Rouseau, el más apasionado  de este siglo, aconsejaba una vuelta al pasado que se suponía idílico; una vuelta a lo natural pero nadie sabía donde acababa lo natural y empezaba lo artificial. Piden que las mujeres  se queden en casa, que no lean ni escriban pero que sí guisen y cosan. La respuesta a esto es la maternidad. La mujer con ser madre ya había cumplido. La mujer en la Edad Media lo supo  compaginar todo y, ahora ¿es que la capacidad para tener hijos implica la no capacidad para entender los problemas del mundo o para comprender el arte y practicarlo?  La respuesta la sabemos todas las mujeres.  Rouseau en sus obras El Emilio y El Discurso sobre el origen  y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, dice que la mujer ha de ser educada desde pequeña para soportar el yugo desde el principio, dominar sus propios caprichos y someterse a voluntad de los demás. Es decir, que la mujer ha de ser obediente, sumisa, resignada… La Revolución Francesa, fue fiel a Rouseau, y Robespierre siguió en esta línea.

Otros pensadores, escritores, políticos, poetas… no ayudan en nada a mejorar la situación de la mujer en la sociedad de su época, como fueron Schopenhauer, Freud, Jung, Nietszche, Proudhon que afirmó que la mujer sólo valía los 8/27 del hombre. Incluso Darwin buscó explicaciones que justificasen  la desigualdad entre el hombre y la mujer.

En el s. XIX hubo muchos maridos y esposas descontentos. Los hombres perseguían un ideal de mujer que no existía en la realidad. Este fue el caso, en España, del poeta Gustavo A. Bécquer cuyo matrimonio fue un fracaso.

A pesar de todo, hubo también autores que se compadecieron del triste destino de la mujer, y escribieron a favor suyo como Michelet,  Condorcet, Diderot, Fourier, Beccaria, entre otros. El filósofo inglés John Stuart Mill, brilló con luz propia, como candidato al Parlamento de Wetminster, estableció en 1869 como primer punto de su programa la petición del voto para la mujer, y surgió entonces el movimiento de las sufragistas. Mujeres que lucharon por la igualdad de derechos entre ambos sexos, y que ya había comenzado con la Revolución Francesa.

En definitiva, la mujer a lo largo de la Historia se ha superado, ha evolucionado, ha demostrado que no es tan frágil, “no es el sexo débil”, tiene a su alcance las mismas oportunidades que el hombre. Es poseedora de grandes valores como la ternura, la piedad, la delicadeza, los buenos modales, el orden, y por supuesto el coraje y la fortaleza. Y ninguno tan grande como la maternidad.

 

                   Aurora Fernández Gómez

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