LA CUEVA AZUL DE LA ISLA DE CABRERA

La isla de Cabrera está situada al sur de Mallorca, la conforman la isla de Cabrera, isla Conejera y varios islotes pequeños. Tiene una extensión de 17 km, más que la homónima y famosa isla de Capri, y 4 km menos que Mónaco. A 17 km de distancia del cabo Salinas, en la Colonia de San Jordi, perteneciente al municipio de Ses Salines.

            Para poder visitar esta isla, hay que coger un barco turístico de los llamados “golondrinas”, que parte del puerto de la Colonia de Sant Jordi todos los días a las 9 h 45´y llega a Cabrera unos 40 0 50 minutos más tardes, según se encuentre el mar. Se le puede considerar un paseo agradable y divertido, las gaviotas acompañan al barco de una punta a otra con sus estridentes graznidos. En el trayecto no es raro ver manadas de delfines saltando junto al barco. El agua es, en esta parte del mar, intensamente azul verdoso.

            Como vamos aproximándonos a Cabrera, divisamos pequeños islotes, muy escarpados y solitarios, que sirven de morada para las gaviotas y otras especies endémicas de estas islas. El barco entra en Cabrera por un brazo de mar, hasta una gran bahía donde se encuentra el pequeño puerto, protegido por las lomas circundantes, lo que lo hace ser un puerto seguro. Es un rincón privilegiado, apto para toda clase de buques, desde lanchas de pesca, yates y grandes barcos. Una vez dentro de este puerto natural, queda resguardado de tormentas, de miradas indiscretas y a salvo de sorpresa, lo que valió que durante la época de los piratas sirviera esta isla como refugio seguro de malhechores y bucaneros.

            Es el segundo puerto natural más grande de todas las islas Baleares, después del de Mahón (Menorca), aquí el agua está siempre en calma, como si fuese un lago, pero recibiendo constantemente el fujo del agua del Mediterráneo, lo que hace que esta agua esté siempre limpia y transparente, ya que la ley de conservación que rige es muy estricta.

            Una vez ha atracado el barco en el pequeño muelle, descendemos de él para dar una vuelta por la isla. En el muelle soleado hay unas cuantas casas habitadas por pescadores antiguos, que son los únicos autorizados a vivir aquí. Los pescadores jóvenes que pescan en estas aguas llegan por la mañana y tienen que salir de la isla por la tarde, ya que no está permitido pernoctar en ella, si no es con una autorización -antes de Capitanía General de Baleares, y hoy de ICONA-.

            Junto a estas casas, hay una pequeña cantina y, un poco más allá, a la derecha, se encuentran las antiguas edificaciones militares, donde hasta hace unos pocos años hubo una guarnición permanente que era sustituida cada tres meses. (Debo decir que durante unos años fue Comandante General de Cabrera mi recordado amigo el poeta y escritor D. Pedro Parpal Lladó). Y, aunque hoy no hay ya soldados, estas instalaciones están perfectamente conservadas, ya que son supervisadas constantemente por el Ejército aunque no están aquí físicamente, ni realizan maniobras militares con el fuego real en su suelo -cosa que fue muy criticada, no solo por los ecologistas, sino por todas aquellas personas sensibles por las molestias que causaba entre la flora y los animales, no solo a los que viven aquí permanentemente, sino a otras muchas especies que viven esporádicamente, sobre todo para anidar o en descanso en ruta hacia Italia procedentes de África-.

            Una vez visitado el puerto, hay que subir al castillo por un camino pedregoso que parte de las casas del puerto, hasta una altura bastante elevada. Este castillo fue construido hacia el año 1400, sirviendo de residencia a los que vigilaban la entrada de la bahía de posibles ataques berberiscos y de piratas. En los siglos XVIII y XIX, decayó bastante su actividad, quedando en ruinas, hasta que en el año 1888 fue reconstruido y, salvo algunas pequeñas reformas, sigue en la actualidad perfectamente conservado.

            El castillo se halla ubicado en una de las más altas elevaciones de la isla. Se compone de dos estancias con amplia terraza con una escalera de subida estrecha, por donde difícilmente se pueden cruzar dos personas. Vale la pena llegar hasta aquí, ya que la vista que se contempla es impresionante, por la parte norte del castillo, asentado sobre una roca que cae verticalmente hasta el mar, es un precipicio de soles y espuma blanca que besa una y otra vez la pared granítica en donde se asienta el castillo por este vértice. Desde aquí se observa parte de la isla, escarpada y agreste, en una orografía tortuosa y abrupta. Casi toda la isla está cubierta de pinos que llegan hasta el mar, con muchos acantilados que sirven de refugio a múltiples aves marinas.

            Plinio hablaba de esta isla de Cabrera como desierta y guarida de piratas. Que servía como descanso y refugio de ellos en sus correrías por todo el Mediterráneo. En 1809 la isla fue ocupada militarmente por el Gobierno español y la destinó como lugar de concentración de prisioneros franceses, después de la batalla de Bailén en la guerra de la independencia, y aquí estuvieron hasta el año 1814, considerado como el primer campo de concentración de la historia, con un total de entre seis y siete mil prisioneros.

            La mayoría de ellos murieron de escorbuto, difteria, tuberculosis y hambre. Tan lejos de sus casas y sus familias, fueron olvidados por su patria y abandonados a su suerte, en una isla-prisión que no era la más apropiada para albergar a tantos prisioneros, con graves enfermedades y una alimentación muy escasa, no es extraño que causara tanta mortalidad entre los prisioneros. (Un monolito recuerda la estancia de los franceses en la isla de Cabrera). Después de la batalla de Bailén, los soldados franceses hechos prisioneros fueron conducidos a Cádiz, donde algunos de ellos murieron, después fueron conducidos a Mallorca y a Menorca, donde las autoridades no quisieron hacerse cargo de ellos, ya qué por aquellos años, la economía en las islas era muy mala y había mucha hambre. Después de vagar de un puerto a otro, fueron confinados en la isla de Cabrera, en la que, como ya he dicho, la mayoría murieron y fueron enterrados en fosas, el confinamiento de estos pobres soldados fue terrible, contrajeron enfermedades, pasaron muchas calamidades, faltos de medicinas y asistencia sanitaria. En cierto momento, el barco que les traía la comida desde Mallorca a Cabrera, por el mal tiempo, no pudo llegar en varios días, lo que dio lugar a que produjera una gran mortalidad, según cuentan las crónicas de aquellos sucesos. Se comían cualquier ser vivo que reptara por la isla y algunos de ellos se volvieron locos al beber agua salada. Hasta que un día, por fin, los pocos que quedaron con vida, famélicos y enfermos, fueron repatriados a Francia, en la isla quedaron miles de muertos olvidados para siempre, en la memoria del tiempo.

            En esta isla solo una pequeña porción de tierra era apta para la labranza, en donde podían cultivar algunas verduras y tubérculos muy precariamente debido a la escasez de agua que aquí existe. Había también algunas higueras y otras tantas parras, el resto era pedregoso, habitado por los pinos, arbustos y animales, que son endémicos. Como la “Sagartana”, pequeña lagartija única de esta isla, que está protegida por decreto ley, ya que la totalidad del subarchipiélago de Cabrera es Parque Nacional Terrestre y Marítimo y está penando coger de aquí, aunque solo sea una pequeña flor.

            Es curioso ver, cuando uno va andando por los caminos indicados por ICONA, como la “Sagartana” corre entre los pies de uno sin asustarse, es una lagartija vivaz y simpática de color verdoso, hay miles de ellas, por lo que, entre todos los animales de estas islas, ella está considerada la reina.

            La parte norte del castillo mira hacia Mallorca, y, en un pequeño llano, se asienta un cuartel de la Guardia Civil, que es la única autoridad de la isla. -Me sorprendió mucho ver la cantidad de antenas e instrumentos de comunicación que hay en el techo de esta edificación-. Cerca del castillo me impactó ver un pequeño cementerio, casi abandonado, la curiosidad me hizo ir a visitarlo, las paredes eran de barro y piedra, parecían proteger a los que allí descansaban, un silencio profundo nos hacía palpitar el corazón. Era un cementerio vacío, en él no hay nadie enterrado actualmente. El único inquilino de este recinto cuadrado fue durante muchos años un piloto alemán que se estrelló aquí con su avión en la segunda guerra mundial. Aquí reposó en solitario, bajo una tierra escasa, una cruz de hierro y su nombre daban testimonio de su entierro, hasta que hace ya unos años sus restos fueron repatriados a su ciudad natal. Actualmente si alguien de los pocos residentes que aquí hay o alguno de los muchos visitantes muriera, su cadáver sería llevado a Mallorca.

            Después de la visita al castillo, fuimos a ver el museo que hay instalado a la derecha y tierra adentro del puerto, es una zona llana. Cuando íbamos caminando pudimos ver antiguos bancales, con algunos árboles frutales y algunas higueras casi secas, estos bancales ya no se cultivan, pues el único “payés” que vivía aquí hace ya muchos años que lo abandonó y nadie ha vuelto a cultivarlo.

            Por el camino que nos lleva al museo, la pequeña lagartija corría delante de nosotros, con el peligro de ser pisada mientras las chicharras no dejaban de cantar bajo el tórrido sol. El museo consta de dos plantas, en donde se exponen cientos de fragmentos de cerámicas y trozos de metales, hay expuesta una infinidad de ánforas griegas y romanas muy bien conservadas, lo que demuestra que, por estas islas, pasaron todas las civilizaciones. Es un museo muy interesante que sirve para que el visitante conozca un poco más de las vicisitudes de este subarchipiélago conformado por la isla de Cabrera, Conejera y varios islotes. Una vez visitado el museo, ya no se permite a nadie adentrarse más en el interior de la isla si uno no va respaldado por un permiso especial de ICONA, acto difícil de conseguir.

            Ya por la tarde de regreso a Mallorca, el barco dejó el pequeño puerto y cruzando su hermosa bahía enfiló su proa a mar abierto, camino de la famosa cueva azul, es un espacio grandioso por donde entra el barco para que todas aquellas personas que quieran bañarse puedan hacerlo. El agua es clara, de un color verde esmeralda, donde cada visitante interpreta el color según el impacto visual que produce el sol que saca de esta agua reflejos mágicos, imposible de definir lo que se siente al bañarse uno aquí, y hasta es posible que nades junto a una sirena. En esta inmensa cueva, no se produce oleaje, por lo que es muy seguro nadar, la densidad de colores hace que entre todos ellos y sus matices predomine el azul, por eso su nombre “cueva azul”. Bañarse aquí es una experiencia que difícilmente se puede olvidar. El agua es tan clara y nítida que uno se ve perfectamente reflejado en ella.

            De regreso a la Colonia de Sant Jordi y una vez desembarcado, pude ver en los rostros de los pasajeros la satisfacción de haber conocido la isla de Cabrera y saber un poco más de ella, de su historia y de los hombres y mujeres que la habitaron y la habitan. Lástima que las normas de protección actuales no permitan transitar por ella, pero por otro lado comprendo que ello sirve para que no se convierta en especulación. Toda la basura que los turistas generan al visitar la isla deben sacarla de allí y depositarla en contenedores que hay para tal fin en el muelle de llegada a la Colonia de Sant Jordi. Dentro de Cabrera, no se puede arrojar al suelo ni una colilla de cigarro, pues el que lo haga será multado y nunca podrá volver a ella.

            Volveré a ti de nuevo algún día, a bañarme en las aguas cálidas de tu gran bahía, contemplar a la escurridiza “Sagartana”, andar por tus caminos agrestes y llenos de belleza, oler tu flora única de esta isla, vivir tu soledad y dormirme en tu silencio y, cómo no, a sumergirme en el agua fría y transparente de esa cueva azul donde viven los dioses.

            Por el horizonte, se va poniendo el sol de julio, mientras, con el corazón lleno de armonía y paz, dejo que el coche me lleve de vuelta a Palma. El cielo se va llenando de estrellas en la noche clara…

Marcelino Arellano Alabarces

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