LA CREATIVIDAD POÉTICA DE ANTONIO GONZÁLEZ-GUERRERO

Decía Antonio González-Guerrero: «No existe daño mayor para el poeta que sumirse en su propia complacencia».

Es para mí, y no lo pongo en duda, que el poeta Antonio González-Guerrero ha sido el más preclaro vate español de finales del siglo XX, es algo que nadie puede ponerlo en duda. Antonio pertenecía a la escuela leonesa, que tantos y buenos poetas ha dado. Queda este configurado en la nomenclatura de ese ramillete de creadores de la palabra que han engrandecido a las letras leonesas y, por ende, a las españolas.

Desgraciadamente, Antonio falleció antes de ser investido como miembro de la Real Academia de las letras de León. Nació en Corullón (León) en 1954 y falleció en Madrid en el año 2004. Cursó estudios de Filología Española, en la Universidad de León, de traducción e interpretación en la Facultad “Lucien Coremans” de Bruselas y de Filología Francesa en esa capital y Madrid. En 1975 obtuvo el grado de Titulado Superior en Estudios Franceses Modernos y en 1976 fue profesor de Lengua Francesa.   Es uno de los poetas y creadores de la palabra más importantes de las dos últimas décadas del siglo XX.

Con Antonio mantuve durante muchos años, hasta su fallecimiento, una cordial amistad y con él conviví en varias ocasiones, aparte de coincidir en actos culturales, tanto en Madrid como en Palma. También coincidimos en algunos recitales de poesía, del que aprendía, ya que para mí era un maestro del verso. Considerado por algunos como un poeta maldito, ya que no se callaba a la hora de opinar, no le importaba, incluso, ofender –el ofender por decir la verdad–. Su poética fue evolucionando libro tras libro en un lenguaje nuevo, único, expresivo e incisivo, buscando siempre la novedad expresiva, experimentando con un lenguaje nuevo y deslumbrante. Una de sus características más sobresalientes era el saber rescatar y llevar a su poesía palabras ya en desuso. Su inteligencia y su oficio de poeta le llevaron a una nueva dimensión galáctica de la versificación.

            Era un hombre parlanchín, simpático y muy buen conversador, había sido profesor de literatura y hacía guiones para TVE. Yo lo calificaría como un hombre bueno, ahora bien, cuando se enfadaba con alguien era terrible, alguien me comentó, omito su nombre por estar ya fallecido: «Antonio puede pasar de ser un Ángel a ser un demonio». Afirmación que yo sostengo.

ANTONIO GONZÁLEZ GUERRERO

            Conocí a Antonio siendo el secretario nacional de la AHE y este servidor de ustedes, delegado para Baleares. En su primera visita a Palma lo invité a almorzar a mi casa y, como no podía ser de otra manera, le enseñé el último poema que había escrito a ver qué le parecía, lo leyó y acto seguido cogió un bolígrafo y borró los primeros cinco versos, diciéndome: «Los cinco versos primeros no valen nada, conserva el resto». Así de tajante y sincero, así era él, espontáneo, franco y sin dobleces, aquello me sirvió para aprender, aunque poéticamente siempre aprendía por sus palabras pedagógicas y sabias y su sabiduría de poeta.

            Una de las veces que conviví con él fue durante cuatro días en la casa de unos amigos en común, en Madrid, donde pude conocerlo más profundamente, por cierto, cantaba canciones mexicanas extraordinariamente. Nos reíamos mucho con él, ya que le gustaba, y sabía hacerlo con gracia, contar chistes picantes. Otras veces entraba en una gran melancolía, no le pregunté nunca el porqué, aunque más tarde supe el motivo.

                                    La vida es muy sencilla: solamente

                                    hay que intentar vivirla con anhelo

                                    y un gramo de honradez cuando se elige

                                    ser un hombre leal, un compañero

                                    leal consigo mismo, dadivoso,

                                    humilde y soñador. (O todo intento

                                    de fingir no merece otra respuesta

                                    que el frío y el desdén). No es tu cabello

                                    ni tus ojos de miel los que me traen,

                                    por tanto, a este rincón del alto Bierzo,

                                    sino la fe que habita en tu palabra

                                    a punto de estallar en carne y verso.

 

                                    Vengo a ti sin rubor, para cumplirte

de fiel complicidad, de sentimientos

comunes de pureza, redimidos

de toda desazón y todo cerco.

 

No me admires jamás, nunca me admires;

mas, si valgo la pena, haz un esfuerzo

y dame tu amistad sin ataduras.

O, si quieres quererme, caminemos.

 

            Sobre los años 90 del siglo pasado estuvo Antonio con otros poetas y escritores, acompañado por la ministra de Cultura Carmen Alborch, dando recitales y conferencias por Marruecos, en donde Antonio cogió un terrible virus, que, desde entonces hasta su muerte en el año 2004, estuvo arrastrando. Se puso tan mal que tuvo que ir a buscarlo a Marruecos un avión medicalizado y llevarlo al Hospital Santiago Ramón y Cajal de Madrid, en donde su hermana Albertina trabajaba como enfermera en el departamento de enfermedades tropicales. Después de su ingreso y pasados unos días le comunicaron a su hermana que si hubiera tardado tres horas más en llegar hubiera muerto. (Según me comunicaron  lo cogió por beber agua del grifo en un hotel). Sea como fuere, dicho virus le fue minando el organismo hasta su muerte. Pero así y todo no perdió nunca su simpatía ni sus enfados.

            Una de las veces que estuvo ingresado en el hospital coincidió con una visita mía a Madrid y, junto con unos amigos, fui a verlo al hospital, valió la pena por la alegría que le dio el vernos. Por cierto, cuando llegamos estaba en otra habitación jugando al ajedrez con un compañero. Hablando le comentamos que íbamos a ir a almorzar a San Lorenzo del Escorial, de broma le dije que si quería venir le invitábamos: se puso la mar de contento. En eso estábamos cuando llegó su doctora a la que preguntó si podía salir para ir a San Lorenzo del Escorial con nosotros. Le dijo que sí, creo que hacía ya tiempo que no había recibido una alegría tan grande. Marchamos en tren hasta el Escorial y después de hacer un poco de turismo y visitar el Escorial comimos en el Restaurante el Cafetín Croché, no recuerdo muy bien qué es lo que yo comí, pero sí sé lo que comió Antonio: un plato de espárragos blancos, los más grandes que he visto en mi vida y un chuletón de Ávila que no cogía en el plato. Después de dar otro paseo volvimos a Madrid y lo dejamos en el Hospital, su hotel como dijo él. Solamente lo pude ver con vida una vez más en la presentación de un libro en la Asociación de Escritores y Artistas Españoles en Madrid. Hasta que una mañana, a las ocho, me llamó su hermana Albertina para decirme que había fallecido.

                                    Hagamos del amor una vasija

                                    donde poder beber a todas horas;

                                    que cuando llegues tú se me desborde

                                    en tu pezón el vino. Que tus muslos

                                    sean odres de miel para el reposo,

                                    y tu pubis la sábana que cubra

                                    toda la desnudez de mi inocencia

                                    reencontrada en tus brazos.

            Es cierto que toda poética no es más que la justificación de lo que el poeta hace, en la medida en que el poema participa de las líneas teóricas que sobre él mismo se tienen. En este sentido, considero que la poesía de Antonio González-Guerrero es una poesía esplendorosa y de investigación para encontrar la esencia misma de su universo.

                                    Si fuera el desamor, como se dice,

                                    tan altivo y cruel, tan a la forma

                                    del sentimiento grave que nos une

                                    en esta eucaristía de pan negro.

                                    Si fuera el corazón como una fuente

                                    de piedras para rodar, una escultura

                                    solesmente radiante en su abandono

                                    de agua abrideñal que sobre el mármol

                                    de sus venas trasciende y se desliza.

                                    ………

Marcelino Arellano Alabarces

Palma de Mallorca

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