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JUVENTUD DESILUSIONADA

Carlos Benítez Villodres

Si la propia sociedad adulta de los albores del siglo XXI, incluidos sus gobernantes, continúa mirando a las nubes o al ombligo de sus propios intereses, de su propio egoísmo, en vez de preocuparse seriamente por sus jóvenes, solventando los problemas que les afectan a estos a causa de los errores, fracasos, omisiones de dicha sociedad en especial de sus dirigentes, ¡cómo es posible que esta, sálvese el que deba, ose criticarlos, infravalorarlos! Ellos son un fiel reflejo de la sociedad en cuyo seno nacieron, crecieron y viven.

Precisamente, no son los jóvenes quienes deban recibir tantos varapalos y execraciones, sino la comunidad y sus mandatarios que creen abrirles caminos cuando lo que, en verdad, les ofrecen son abismos. ¿Ignoran los poderosos “responsables” que “cuando la juventud pierde entusiasmo, refiere Georges Bernanos, el mundo entero se estremece”? ¡Cuántas veces hemos escuchado o leído que la juventud no tiene interés alguno por la cultura, ni por la política, ni por la economía, ni por la religión…! Pero, en el supuesto que lo reseñado sea cierto, ¿dónde, pues, se halla el origen de este despego? ¿En los jóvenes? No. En la vida heredada de los mayores y en las actuales circunstancias personales y sociales de cada joven. Unas marcadas por el carácter del mismo; otras, por los flujos de su entorno.

Nuestros jóvenes están desilusionados, pero no se dejan embaucar por nada y por nadie. Ciertamente, ya se cansaron, en justicia, del desencanto que preside la vida de la mayoría de ellos. Soy consciente de que muchísimos jóvenes de hoy arrastran demasiadas lacras: paro o puestos de trabajo no deseados porque, en un sinnúmero de casos, no se corresponden con la preparación profesional adquirida, inestabilidad e insatisfacción laborales, salarios basura, contratos por una, dos, tres… horas trabajadas, despidos improcedentes, vida hipotecada (por la compra de un pisito), tensiones psíquicas insoportables… Cada una de estas cruces es la causa primigenia de ansiedad, de depresiones, de una pésima convivencia familiar, de rupturas matrimoniales, del bajísimo índice de natalidad, del amargor en crecimiento constante que llevan dentro, tanto los jóvenes progenitores como sus hijos…

Difícil, muy difícil se les presenta la vida a muchos de nuestros jóvenes. Mientras la sociedad adulta y sus regidores no aporten soluciones viables, concretas y a corto plazo a los problemas de la juventud, los jóvenes solo creerán en ellos, pero nunca en la sociedad y en sus mandatarios. ¿Hasta cuándo, pues, continuarán pendientes estos retos?

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