Hace unos días el mundo de la radio lo homenajeaba, cada uno como podía, cada uno en su programa, en sus redes sociales, en sus podcast… Y esta vez, tengo la suerte de poder hacerlo yo también desde este pequeñito rincón en el que siempre escribo.

            La primera vez que escuché a Juan Antonio Cebrián tenía unos doce años, su risa me encantó. Lo recuerdo perfectamente, ya apuntaba mi persona maneras de ser alguien solitario, con gustos diferentes a los de todos mis compañeros y con inquietudes aún más desconcertantes.

            Arrastraba desde la infancia la adicción de escuchar la radio. Mi mentor, a quien quiero y aprecio como un padre/ abuelo, fue un hombre culto e inteligente que a falta de tener hijos depositó en mí todo lo que el hombre sabio tiene la necesidad de realizar, la enseñanza. Incontables fueron las horas de radio que me pasaba a su lado mientras ojeaba los miles de libros que había por su casa, dibujaba en el reverso de cartas de banco que él no ojeaba, e imaginaba vidas que me contaba cuando la televisión se le hacía pesada. Yo nunca hablaba, solo escuchaba. Le escuchaba. Y muy a menudo escuchábamos los dos, esas voces de radio tan inconfundibles, esas voces de radio que te embriagan, que te transportan, que te hacen volar a un mundo mejor. Y entre esas voces apareció él Juan Antonio Cebrián. Lo primero que me llamó la atención fueron sus temas, los temas de los que hablaba, pero más aún me llamó la atención el no excusarse de hacerlo y además hacerlo con total naturalidad. Hablaba para un público, si, quizás no para un público concreto pero sabías que te hablaba a ti, sabías que eras tú de alguna manera. Y eso ha quedado muy reflejado. No hay un escritor actual de mi generación que no se haya hecho amante de la escritura o de la historia gracias a Cebrían y gracias a su “Rosa de los vientos”.

            Todos los temas habidos y por haber han salido por su voz tan envolvente, pronto aparecieron otras voces que con el paso de los años se harían parte de mi vida.

Lo curioso de Juan Antonio Cebrián, es que aunque pasen los años, siempre vuelves a él. Podrás encontrar nuevos escritores que te enamoren, podrás encontrar nuevas voces que te cautiven, nuevos programas que te emocionen, pero siempre volverás a escucharle en la noche, siempre en la soledad de la noche cuando la nostalgia está mas viva que nunca. Desde hace años que aquellos monográficos con Carlos Canales y Jesús Callejo, son parte de mi ritual nocturno para viajar entre sueños. Lo fueron en su momento y lo siguen siendo hoy en día.

            La gente no se va, si no se le olvida. Juan Antonio Cebrián se fue porque ya hizo todo lo que tenía que hacer en este mundo, su trabajo aquí ya estaba terminado. Todo un legado, un nombre y una cadena de seguidores que allá donde van siempre le recuerdan nombrándolo, agradeciéndole por inspirarles en sus libros, en sus carreras universitarias, en una decisión tan crucial como es dedicarse “a”, recordándole siempre con un amor que jamás he visto entre las personas. Porque eso es hoy en día Juan Antonio Cebrián, un amor que une a miles de personas. Y eso es maravilloso.

            Tengo la desgracia de no haberlo conocido personalmente, pero he oído a tantísima gente hablar de él que si en el otro mundo me lo encontrase, estoy segura que le hablaría como a un amigo que conoces de toda la vida, y estoy segura de que sin conocerme me respondería de la misma manera.

            Sus pasajes de la historia, ese libro que siempre me acompaña hoy en día. Antes fue un portal para mí a un mundo mágico. Oírle hablar de personajes, con esa soltura, con esa cercanía, con esa naturalidad. Él fue quien me enseñó, por supuesto sin saberlo, que detrás del personaje existe la persona.

            Yo no soy en absoluto alguien que pueda decir que he sido formada por este gran maestro. Por mucho que lo intente. Pero si puedo decir que es, porque aún no se ha ido de este mundo, alguien que mantiene viva en mí la necesidad de aprender, de amar, de conocer, de hacer las cosas bien, correctamente, sin maldad, con sentido del humor pero con un poquito de frialdad también, sentido común y con mucha responsabilidad.

            No voy a decir nada que no hayan dicho ya en estos dieciséis años de su viaje de ida. Pero me sumo a lo que grita la gran mayoría. ¡Gracias!, Gracias por haber pasado por este mundo para facilitarnos el paso al otro mundo, a muchos de nosotros.

Gracias, Juan Antonio Cebrián.

Ana Calvo

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