Intereses personales y de contrincantes políticos
Asistimos a una fragmentación ideológica, política y de Estado, quizá como nunca se ha vivido, con enfrentamientos tan personales y ambiciosos respecto a contrincantes del mismo partido, que ya casi habíamos olvidado los protagonizados en su época por Felipe González y Alfonso Guerra. Conflictos por la ambición al poder que resultan tan demoledores como estratégicos, que consiguen el exterminio o desaparición absoluta del adversario de las mismas filas. Y es lo que ha estado ocurriendo con Casado, Cospedal y Soraya; Iglesias y Errejón, en su día Sánchez y Madina, y veremos si alguien como Arrimadas no se amilana contra Rivera, y algún día le echa un pulso. Extrapolando a lo acaecido en Andalucía, también se ha notado el pulso ganado de Marín contra Salvador, y eso que éste puso al otro. No es de extrañar si de lo que se trata es de apoltronarse, sea como fuese e inventando un mundo de verdades que nunca se han producido; véase por ejemplo lo de la unidad y transparencia de alarde a que nos tienen acostumbrados tan cínicos aspirantes de gobierno, pues una vez que consiguen el sillón, ya no hay quien los levante. Aunque puede que haya casos de priorizar una dedicación para una buena gestión del servicio público. En relación con lo expuesto cabe la posibilidad de ampliar o confrontar los intereses según las aspiraciones de los aspirantes, pues no es lo mismo el parlamento autonómico que el de las Cortes; en mi opinión la lucha es cuando la rivalidad de los contrincantes es por el mismo puesto líder. Caiga quien caiga, como pasó con Susana Díaz y Pedro Sánchez: “que se corría a toda leche por las calles de la pista y había codazos en las curvas, igual que ocurre en todas las competiciones; en este caso, el premio es el poder, y no hay medalla de oro más tentadora que esa”. Sobre el papel los candidatos más fuertes, se disparan con balas no de fogueo si no de matar, a quienes tratan de desacreditar porque se convierten en un rival de cuidado, el que puede llevarse el gato al agua. Por todo lo expuesto puede que sea porque ya no hay quien sostenga el relato de una derecha, izquierda o centroderecha homogénea, donde todos los remeros eran parte de la misma tripulación. La idea de la unidad tiene su peligro: hace dudar de la calidad democrática de la organización que alardea de ella. De modo que no hayan hecho lo posible y hasta lo imposible para asegurar ser vencedores, es incuestionable, y su importancia requiere honestidad y ser garante de un código si no ético, al menos decente en cuanto a comportamientos se refiere. Por eso resulta curioso que casi siempre están los mismos, durante mucho tiempo, a no ser que tengan que defender su parcela de dominio y no permitan entonces ninguna intromisión. Siendo además extensible a cualquier dominio de la esfera pública, por ejemplo como ocurre también en las filas de los sindicatos, que algunos ocupan con sus acólitos hasta varias décadas, es decir, toda su vida laboral. Ni que decir tiene que esta referencia ha sido tomada del modelo político que también vive casi plenamente del sillón o asiento paralelo. Concluyendo, diremos que la regeneración política es inverosímil, y la desafección o apatía en la política es evidente, por no creer en aquéllos que donde “dicen diego dicen digo”. Por eso luego no ha de extrañar que cada vez sea más baja la participación electoral, y que a algunos beneficien y a otros castiguen. ¿Entonces qué garantías y medidas pueden ofrecer diferentes?
Aunque eso sí, pactos de estados importantes como sanitarios y educativos pocos, salvo en las subidas de su remuneración. Juzguen ustedes
Francisco Velasco Rey