Portada » IDÓLATRAS DEL DINERO

Carlos Benítez Villodres

Los humanos, en mayor o menor medida, continuamos empantanados en el “afán de posesión”. Un afán que no tiene límites y que se le ha intentado disfrazar con llamativas teorías. La que hoy está más en boga es la del “derrame”. Mientras más se acumule, esa acumulación rebasará el vaso y se derramará sobre la sociedad. Ciertamente, quienes acumulan son cada vez menos y con mayores riquezas. Las clases baja y media no tienen nada que acumular. Son los ricos los que idolatran al dinero, los que más lo acumulan.

En todos los pueblos del planeta, las crisis de desigualdad e injusticia son provocadas por el saqueo de las finanzas públicas y el saqueo de los bolsillos de los ciudadanos por parte de un sector minoritario de la sociedad. En realidad, un Estado de Derecho no puede existir mientras no haya democracia económica.

El sistema capitalista, liberal o neoliberal, como se lo quiera llamar, lleva en su seno una impiadosa genética: exacerba a límites extremos el egoísmo humano, el afán de poseer y el afán de lucro (que es bien distinto de la justa ganancia).

La idolatría del dinero está considerada como la plaga de la posmodernidad. La idolatría a veces tiene su origen en una decepción: la supuesta felicidad del bienestar material no existe, y deja al hombre triste y vacío. En esa situación se suele recurrir a dios del dinero ideado por el hombre, con la esperanza de que el culto idolátrico llene el vacío existencial.

Vivimos en una sociedad que exalta el individualismo y el egocentrismo y que ama al dinero sobre todas las personas, sobre todos los demás objetos, sobre la vida misma. La idolatría al dinero tiene un rasgo en común: el amor a uno mismo.

Del dinero se espera erróneamente seguridad, en contraste con lo que decía Aristóteles: “la seguridad está en los nomos, es decir, en la concordia de hombres libres que buscan la vida buena; de ninguna manera en la riqueza”.

El placer como fin en sí mismo crea hastío, vacío y aislamiento, por lo que se buscan sensaciones cada vez más fuertes que acaban despersonalizando a quienes las persiguen. El dinero y el placer forman un binomio: se gana más dinero para gastarlo en más y nuevos placeres.

Necesitamos un despertar espiritual que nos permita descubrir nuestro vacío existencial y la inutilidad de seguir idolatrando al dinero.

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