HOMENAJE A LOS MAESTROS
De mis gratos recuerdos de la niñez e infancia desarrollada en la ruralia montañosa de la aldea en donde transcurrió ese breve periodo de mi vida, tengo grabados nítidos recuerdos de mis primeros maestros, que con el paso inexorable del tiempo se afianzan más indelebles y vivos, en mi ya frágil y mermada memoria.
Al terminar la guerra civil y volver la vida a cierta normalidad, con la agobiante precariedad que todo lo envolvía, se empezaron a escolarizar los niños, sobre todo en los lugares alejados de los límites de las ciudades y pueblos, abriendo las viejas escuelas que, debido a las circunstancias bélicas, algunas en mal estado permanecían cerradas.
Pero los viejos y jóvenes maestros no habían abandonado sus deberes y obligaciones y a veces, con riesgo de su integridad física, acudían a su trabajo sin abandonar nunca a su grey.
Hicieron una ingente labor admirable y poco reconocida. Eran los Maestros Nacionales del antiguo Magisterio.
Estos hombres y mujeres, maestros y maestras de mis primeros conocimientos y saberes, fueron sacrificados guías de mentes vírgenes y abiertas a todas las limitadas enseñanzas que podían impartir, rodeados de un material viejo, gastado y obsoleto.
Tengo muy claro y nítido el recuerdo imborrable de D. Francisco, mi primer maestro y tutor paternal, en aquella mi primera escuela vieja, recio edificio de piedra de granito, inhóspita, con un reducido patio en la parte trasera en donde 45 niños y niñas gozábamos a media mañana de media hora de descanso.
Relatar ahora juegos, entretenimientos y bocadillos de pan y una onza de duro y rasposo chocolate, seria restar espacio para relatar con cierto y riguroso criterio la labor, el trabajo, la imaginación y constancia que desempeñaban estos maestros y maestras de aquella época, casi sin medios y escasa recompensa. Corrían los años cuarenta y las carencias eran generalizadas, faltaba de lo más elemental.
Supervivientes de una época trágica y convulsa, estos maestros y maestras mantenían su dignidad, rango y atributos con serenidad y orgullo y a veces con dificultad.
Su sola presencia imponía respeto. Ellos y ellas con sus trajes gastados, pero limpios y dignos, acudían a dar clases desde puntos alejados, pues en el campo no había casas para alquilar y se veían obligados a vivir en el pueblo cercano, acudiendo a sus clases, en viejas bicicletas ORBEA Y BH y otros, andando largas distancias, igual que la mayor parte de sus alumnos de las aldeas próximas.
Los niños y niñas de 6 años y algo más, veíamos a nuestros maestros como gigantes del saber ilimitado, ídolos que tenían respuestas para toda nuestra natural e insaciable curiosidad. Eran los iconos del saber, los faros que iluminaban nuestra obscuridad, el rayo que abría nuestra mente al saber y conocimiento de las cosas más sencillas, ignoradas por nosotros y nos proporcionaban un camino ambicioso de curiosidad y ansia de aprender lo desconocido.
Estos maestros en muchas ocasiones, eran también pacientes confesores de niños con situaciones familiares difíciles y precarias. Eran Maestros, Psicólogos, Consejeros y Orientadores.
Algunos de ellos basaban su sistema de enseñanza en estímulos y premios que sufragaban de su propio bolsillo, con caramelos y onzas de chocolate que traían de su propia casa.
Los presupuestos de la escuela eran tan limitados que la rotura de un cristal de una ventana, tardaba meses en ser repuesto.
Pero estos Maestros y Maestras impertérritos, incansables al desaliento, seguían con sacrificio, intentando descubrirnos trozos de nuestra historia, características de nuestros pueblos y regiones, el mundo, las tierras y los mares y océanos, los números, esenciales para el desenvolvimiento de nuestra vida futura.
Ellos iban poniendo los mimbres del cesto de nuestra existencia, para que fuéramos dignos de una mejor vida. Éramos sus pupilos de un modo paternal y didáctico.
Sus horarios de trabajo eran largos, prolongados, difíciles, pero los sufrían con resignación y hasta entusiasmo.
No me pararía de elogiar la esplendida labor de estos Maestros y Maestras, que después de muchos años de desempeñar esta dura labor, se jubilaban con exiguas pensiones que apenas les alcanzaban para vivir dignamente.
¡Gracias Maestros y Maestras de mis principios por la vida!
Me abristeis el camino. Me señalasteis un horizonte. Me disteis la mejor herramienta, ¡LA CULTURA!
HOMENAJE A MIS MAESTROS.
Fueron sabios de mi niñez
luces que me iluminaron,
que me hicieron comprender
y que tanto me enseñaron.
Don Daniel, con su pajarita,
zapatos viejos, lustrosos,
con su sonrisa bendita
y ejemplos majestuosos.
¡Hombres y mujeres que admiro!
Con reverencia y respeto,
iconos de los que soy cautivo
y a quienes quise con esmero.
Ellos abrieron mi mente
a un mundo nuevo y asombroso,
con constancia permanente,
con grafismo y con esbozo.
En mi niñez los maestros
de cien materias y enseñas,
cobijo de inquietudes nuestras
fueran grandes o pequeñas.
Ellos abrieron horizontes,
descubrimiento y materias,
los mares, países y montes,
la grandeza y la miseria.
Los esforzados pioneros
de la sapiencia infinita,
de su oficio prisioneros,
no hay ciencia que los limita.
Con autoridad paternal,
rigidez con descendiente,
juzgan el bien y el mal
de alumno poco obediente.
Yo los reverenciaba,
mi maestro en un altar,
lucero que admiraba,
estrella para alcanzar.
Aquella sobria escuela rural
de mis primeras lecciones,
mente abierta, virginal
y asimilar cien opciones.
Es la escuela de primaria
muy lejos en el tiempo
rompe la guía ordinaria,
vuelve siempre como un viento.
¡Y cuanto saber derraman!
Maestros que fueron guías,
especiales, singulares,
de mi camino las vías.
Templaron mis sinsabores,
mis pesares y alegrías,
me aliviaron en dolores
y me iluminaron los días.
Eran cima de la gloria,
hombres y mujeres regios,
ganas de enseñar y memoria,
lejos de dogmas necios.
¡Gracias! Estrellas lúcidas,
árbol de ciencia y cultura
por las enseñanzas dadas
por vuestro saber y mesura.
Me marcasteis el camino,
el placer por la lectura
que guiaron mi destino,
que me llenó de hermosura.
Descubrí belleza y poesía,
mundo nuevo de los sueños,
amor, ternura y fantasía,
vida en la que somos dueños.
José María Gutiérrez