HACES DE LUZ. REFLEXION TEOLÓGICA (II): La resurrección de Cristo
Hemos recordado, un año más, la más horrible, infame e injusta muerte cometida en la historia de la humanidad: Muerte de Cristo.
Lógicamente, esta segunda “Reflexión teológica” será sobre la gloriosa resurrección de Jesús: creencia religiosa cristiana según la cual, después de haber sido condenado a muerte, Jesús fue resucitado de entre los muertos. No cabe la menor duda: La resurrección de Jesús es la piedra angular en que se apoya la fe cristiana; fundamento metafísico de toda la teología “cristiana” y forma parte del Credo de Nicea (325): “Al tercer día resucitó conforme a las Escrituras”. Aquí, admirados lectores de “Granada Costa”, tenemos que dejar aparcada la filosofía, pero no la “Ratio ratiotinantis” dado que tenemos argumentos suficientes para demostrar la realidad de la resurrección de Cristo.
La resurrección puede considerarse bajo diferentes aspectos: exegético, apologético, o teológico. En esta breve reflexión la enfocaremos desde el punto de vista de la “Teología fundamental” – tal como me la enseñaron – con la firme intención de señalar su credibilidad. La Teología también tiene mucho de Filosofía, ya que no es fácil comprender los “misterios de la fe”, aunque podemos recurrir a la experiencia humana, a la exégesis, a la historia, a la teología, todo ello con el propósito de captar la forma de responder del misterio – “Misterium fidei”- “ a las exigencias más profundas de la vida humana, el fundamento histórico de la fe pascual, la coherencia entre el sentido de los acontecimientos que se verificaron en pascua y el desarrollo de la iglesia primitiva”, cfr. “Diccionario Teológico Interdisciplinar”. Tomo IV, pág. 117 (Salamanca, 1987).
Quienes hayan leído el Nuevo Testamento saben perfectamente que, una vez que los romanos crucificaron a Jesús, él fue ungido y enterrado en una tumba nueva por José de Arimatea, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y se apareció a muchas personas en un lapso de cuarenta días antes de ascender al cielo, para sentarse a la diestra de Dios. He creído oportuno y didáctico señalar los cuatro evangelios en los que podemos conocer, en perfecta armonía, todos los pormenores de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo: Mateo 28, 1-10; Marcos 16, 1-11; Lucas 24, 1-14 y Juan 20, 1-10 porque sus testimonios son históricos, ortodoxos, correctos y veraces.
Los cuatro evangelistas concluyen con una extensa narrativa del arresto de Jesús, su juicio, su crucifixión, su sepultura y su resurrección. En cada uno de estos cinco eventos evangélicos en la vida de Jesús son tratados con más intensos detalles que cualquier otra parte de la narrativa de Evangelio.
El teólogo Mark A. Powell – cfr. “Introducción al Nuevo Testamento”, págs. 91-92- nos dice que “…los estudiosos señalan que el lector recibe prácticamente un relato de hora a hora de lo que está sucediendo. La muerte y la resurrección de Jesús pasan a considerarse como el clímax de la historia, el punto en el cual todo se ha ido dirigiendo durante todo el tiempo”. Las principales apariciones de Jesús resucitado en los evangelios canónicos (y, en menor medida, en otros libros del Nuevo Testamento) son reportadas como ocurridas después de su muerte, sepultura y resurrección, pero antes de su ascensión. A este respecto recomiendo, al menos, la lectura pausada del capítulo 28, 1-10 de San Mateo. La historia de la resurrección la podemos encontrar en bastantes lugares de la Biblia. Los cuatro evangelios nos ofrecen episodios donde Jesús anuncia su muerte y resurrección que él afirma es el plan de Dios Padre. Y así es: los cristianos consideramos la resurrección de Cristo como parte del plan de la salvación y la redención mediante la expiación del pecado del hombre. La Sagrada Escritura nos muestra que la creencia en una resurrección corporal de los muertos llegó a ser bien establecida dentro de algunos sectores de la sociedad judía en los siglos previos a la época de Cristo, tal como leemos en el profeta Daniel: “Las muchedumbres de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la eterna vida, otros para eterna vergüenza y confusión perpetua” (Dn 12,2. Sagrada Biblia, Nácar-Colunga, pág. 934). El famoso historiador Flavio Josefo (s. I d.C.) dice que “ los fariseos creen en la resucrrección de los muertos, y los saduceos no”, cfr. “Antigüedades de los judíos” (XVIII). La promesa de una futura resurrección aparece en la “Torá”, en ciertas obras judías y en el libro 2 de los Macabeos (s.II a.C.).
La Iglesia cristiana católica – a la que pertenezco, afortunadamente – nos hace ver que los registros más antiguos escritos de la “muerte y resurrección” de Jesús son las epístolas de san Pablo, escritas alrededor de dos décadas después de la muerte de Cristo, y muestran lo que los cristianos creían que había sucedido dentro de este marco de tiempo. Muchos tratadistas bíblicos opinan que estos escritos paulinos contienen primitivos credos o himnos de credos cristianos, que fueron incluídos en varios textos del Nuevo Testamento, y que algunos de estos credos datan de menos de 50 años ( e incluso en los dos primeros años) de la muerte de Jesús y se desarrollaron dentro de la comunidad apostólica de Jerusalén.
Es natural que no se me pase mi exhortación a la lectura de las epístolas del “Apóstol de las Gentes” – Romanos, Corintios, Filipenses, Gálatas y 2Timoteo – porque éstas incluyen las muchas apariciones de miembros destacados de la actividad de Jesús y la posterior iglesia de Jerusalén. Según los “Hechos de los Apóstoles” y la epístola de Pablo a los Gálatas, él conoció, al menos, a dos de los testigos nombrados en el credo, Jacobo y Pedro (Ga 1, 18-20).
En síntesis -teológicamente hablando – la resurrección de Jesús es el fundamento de la fe cristiana (1Cor 15,12-20; 1P 1,3). Los cristianos, por la fe en el poder de Dios (Col 2, 12), son resucitados espiritualmente con Jesús, y son redimidos para que puedan andar en una nueva forma de vida (Rom 6, 4). El mismo apóstol Pablo dijo:
“ Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe” (1Cor 15, 14). La muerte y la resurrección de Jesús son los tratados más importantes de la teología cristiana (católica, protestante y ortodoxa). Ellos forman el punto en la Sagrada Escritura donde Jesús da su última demostración de que Él tiene poder sobre la vida y la muerte, por lo que Jesús tiene la capacidad de darnos la vida eterna. Este es el anuncio que repite la Iglesia desde el primer día: ¡CRISTO HA RESUCITADO!. Y en El, a través del bautismo, también nosotros hemos resucitado, hemos pasado de la muerte a la vida, como nos ha dicho el Papa Francisco.
Alfredo Arrebola, Doctor en Filosofía y Letras