HACES DE LUZ. CONFITEOR: La fe que da sentido a mi vida
El famoso escritor y orador José María Pemán (1897 -1981) dejó escrita esta preciosa cuarteta: LA VIDA QUE NO FLORECE / Y ES ESTÉRIL Y ESCONDIDA, / ES VIDA QUE NO MERECE / EL SANTO NOMBRE DE VIDA.¿Qué sería la vida – me pregunto con relativa frecuencia – sin fe?. Interrogante que ya expliqué, a mi aire, en artículos anteriores en “Granada Costa”. En esta breve reflexión, aunque sea muy subjetiva, me apoyo en los textos de la Sagrada Escritura, en la Teodicea y, de modo especial, en mis largas meditaciones sobre tan delicado, complejo y enigmático campo de la fe. Mi fundamento mayor radica – cosa natural para un cristiano católico – en la “Palabra de Dios”, es decir, la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento), leída varias veces en griego y latín. A esta difícil y árdua tarea me llevó la encíclica “Providentissimus Deus” (1893) de León XIII, pionera en preconizar la tolerancia de los católicos al interpretar la Biblia, y posteriormente – me parece – la mejor interpretación del texto sagrado que nos ofreció el sapientísimo Papa Pío XII en su “Divino afflante Spiritu” (1943), sobre los estudios bíblicos. Mi experiencia y larga vida me han hecho ver claramente que sólo un hombre – en la vieja historia de la Humanidad – ha proclamado a los cuatro vientos, y con absoluto poder , “Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida” (Jn 14,6), ante la terrible duda de su discípulo Tomás.
Asimismo, ¿qué “dios”, o qué humano, se ha atrevido a decir, de forma sencilla y apodíctica, “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”? (Jn 11, 25), tal como respondió a Marta, muerto ya Lázaro. Nadie. Eso, solamente pudo pronunciarlo Jesús de Nazaret, Hijo de Dios,(y Dios), aunque moleste a los “Testigos de Jehová”, cuya divinidad niegan rotundamente. Ahora bien, porque Jesús ha resucitado podemos nosotros esperar que el presentimiento de que la muerte no es el final, que late en la conciencia de la humanidad, está plenamente fundado. De labios del mismo Jesús, a través de su apóstol Juan, escuhamos que El es la resurrección, y eso significa que creer – “Confiteor” – en El, acogerle como la revelación del Dios de la vida, hace posible esperar la resurrección como nuestro destino. El que cree en mí – dice Jesús- tiene vida eterna, esto es, vida en plenitud, vida divina. Y la muerte, por tanto, ya no es para él el horizonte que cierra su vida, como escribe el Profesor Martín Velasco en “Evangelio 2016”, 2 de Noviembre.
En este sentido acuden a mi memoria las palabras de San Agustín (354 – 430): “Ad maiora nati sumus” (Hemos nacido para cosas más grandes), opuestas , sin duda, al filósofo alemán Martín Heidegger (1889 -1976), quien afirmaba que “el hombre es un ser para la muerte”; o aquel grito de ánimo que daba Matatías, padre de los Macabeos, frente a las agresiones de Antíoco Epifanes: “ Recorred la historia y veréis que ninguno que confía en Dios es confundido” (1Macabeos, 2,61). Tampoco seremos “confundidos” quienes hemos puesto en Jesucristo el sentido pleno de nuestra cotidiana existencia. Ni jamás sentimos el más mínimo rubor al proclamar a Cristo “eje central” de nuestra vida. El mismo nos dirá: “Bienaventurado quien no se escandaliza de mí”. Aún más: “Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo” (Mateo 5, 11-12). A mi modesto pensar, creo que la acogida de Jesús y su reinado hace bienaventurados a todos aquellos que parecen no tener ninguna posibilidad de serlo. Me gustaría repetir con san Pablo: “Mi vivir es Cristo” (Flp 1,21),idest, vivir plena y totalmente el “Cristo evangélico”. Me interesa conocer al Cristo vivo, presente hasta nuestros días en el espíritu de los pobres. En este “nuestro” mundo, que lucha por la libertad, la justicia y la fraternidad universal, Cristo está presente en toda persona que se entrega a estos ideales. El amor auténtico, cuya fuente está en Jesús de Nazaret, es la gran fuerza revolucionaria capaz de hacer un mundo nuevo, como lo viene repitiendo nuestro Santo Padre Francisco en su última Carta Pastoral “Amoris laetitia” (2016).
Conocer y amar a Cristo Jesús no es algo sensiblero – como creen muchos ignorantes -, propio de personas desocupadas. Todo lo contrario. Es una fuerza arrolladora, que impulsa a comprometernos por los demás, si es necesario hasta la muerte (¡qué difícil es ser cristiano así!). Conforme van pasando los años, observo que nuestro mundo está hambriento de Cristo, del Cristo verdadero, dulce y fuerte a la vez, Hombre-Dios y es – como ya he anotado – CAMINO, VERDAD y VIDA.
Leed, benévolos lectores, los evangelios y observaréis que Jesucristo no señaló soluciones político-económicas concretas; pero – no lo dudéis – trajo al mundo el amor necesario como para que los hombres podamos concretarlas en cada tiempo y lugar, según lo pidan las necesidades. El luchó contra los poderosos y las estructuras de su tiempo, constituidas ante todo por la teocracia reinante; y minó los cimientos de toda opresión de todos los tiempos: el orgullo y el egoismo humano. Y fijaos bien: no usó la violencia física, pero fue matado por las fuerzas de la opresión, porque lo consideraban un serio peligro para sus privilegios. Y de las torturas y de la muerte nació la fuerza del Amor, Esperanza del mundo.
No me callo: Conocer y Amar a Jesucristo es lo más humano – “Filius Hominis” fue llamado -, lo más grande, lo más liberador y “revolucionario” que se puede hacer en el mundo. Es el más grande ideal de una persona humana.En este mundo, a veces tan desesperanzado y con horizontes tan negros, necesitamos sentirnos llamados a la fe en Cristo, Señor de la historia, y que pasa más alla de la historia. “Yo confieso que la fe en El ha dado sentido a mi vida”. Es verdad que he estudiado muchos sistemas filosóficos, que he tenido mis dudas, terribles crisis de fe, pero la Teodicea / Teología Natural abrió mi camino para llegar a El, como le sucedió al “Maestro de Filosofía” don Manuel García Morente (1888 – 1942).
El apóstol Pablo es ejemplo vivo de lo que Cristo Jesús puede llegar a hacer en una persona que tiene fe en su Amor y se deja llevar por El. El ideal de Pablo debe ser el ideal de todo “buen” cristiano: “ Todas las cosas estimo ser una pérdida, comparadas con la eminencia del conocimiento de Cristo Jesús. Por su amor acepté perderlo todo y lo considero basura con tal que pueda ganar a Cristo y encontrarme con El (Flp. 3,8-9). “PORQUE DIOS ES MI DESTINO / SON ESTRELLITAS DEL CIELO / LAS PIEDRAS DE MI CAMINO” (A. Arrebola.”Mi cante es una oración”.
Alfredo Arrebola, Doctor en Filosofía y Letras