GÉRARD NERVAL. 1808 – 1855. ¿Psicosis?
Nuestro segundo personaje de la sociedad de la niebla fue un personaje que se dedicó gran parte de su vida a viajar. Pero tras una de esas largas estancias en el extranjero, en el año 1841 los síntomas de locura se hicieron bastante evidentes. Unos trastornos que en la época se conocía como “locura circular” y que coinciden con lo que ahora conocemos como trastorno bipolar o con la enfermedad maniaco-depresiva, ya que tan pronto estaba exultante y no paraba de escribir, como entraba en una profunda depresión improductiva eso habría que sumarle sus delirios de carácter místico relacionados con sus lecturas esotéricas. Algo que a veces le hacía identificarse con personajes bíblicos. Y con el tiempo eso derivó en delirios de grandeza. Fue entonces cuando adoptó su seudónimo, porque según él estaba emparentado con el propio emperador romano Nerva.
Sin embargo todo eso no le impidió relacionarse con los autores más eminentes de su tiempo, sobre todo los que frecuentaban los ambientes más bohemios como eran Balzac, Baudelaire o Theophile Gautier. Por no hablar de que frecuentaba otros grupos más místicos y oscuros, como la Sociedad de la Niebla o Sociedad Angélica.
Tras una estancia en Oriente de varios años, conociendo Egipto, Siria, Estambul o Chipre, y diversas aventuras amorosas, así como enfermedades, su salud se resintió y su estado mental también, tendiendo cada vez más hacia una descabellada espiritualidad. De lo cual nos deja testimonio en su libro Viaje a Oriente de 1851.
El caso es que tuvo que ser ingresado varias veces en sanatorios, y cada vez fueron eran más frecuentes los episodios delirantes. Algo que transportó a una poesía de tipo visionario en sus últimos años de vida. Un magnífico ejemplo es su canto inacabado Aurelia, que tiene como subtítulo “El sueño y la vida”. En él nos narra unos hechos que se desarrollan en planos simultáneos, mezclando lo real y lo irreal, sus reflexiones y pensamientos más estrambóticos.
El resultado es que por sus constantes delirios y locuras entraba y salía de los sanatorios, así que él mismo se veía como un desdichado, y así título uno de sus mejores poemas.
Yo soy el tenebroso —el viudo —el sin consuelo,
Príncipe de Aquitania de la torre abolida,
murió mi sola estrella —mi laúd constelado
ostenta el negro Sol de la Melancolía.
En noches sepulcrales tú que me consolaste
el Pausílipo dame, la mar de Italia vuélveme,
la flor que amaba tanto mi desolado espíritu,
la parra donde el pámpano a la rosa se alía.
¿Soy el Amor o Febo? ¿Lusignan o Biron?;
roja mi frente está del beso de la reina;
yo he soñado en la gruta que habita la sirena;
Yo crucé el Aqueronte, vencedor por dos veces,
y la lira de Orfeo he pulsado alternando
el llanto de la santa con los gritos del hada
Concibe la poesía como un instrumento de conocimiento que le permite percibir, aunque sea de un modo fragmentario, otra realidad que está más allá del mundo sensible y que, por tanto, escapa a los sentidos ordinarios. Así pues, el poema desborda los límites sensoriales corrientes al intuir que existe otra realidad, la absoluta, que nos sobrepasa, y adentrarse en la frágil frontera donde se funden la vigilia y el sueño, la fantasía y la realidad, la consciencia y el inconsciente, lo mundano y lo místico, como nutrientes que posibilitan el retorno a lo telúrico y a lo primigenio. De este modo, se alcanza un estado de conocimiento interior y de plenitud en el cual la imaginación creadora se convierte en la llave para intuir el misterio que sustenta nuestra existencia.
La locura, pues, estimula de manera inquietante y sorprendente su imaginación y le permite, además de ir más allá del razonamiento y de los sentidos, tantear, aunque sea a ciegas, entre los significados ocultos que dicha realidad presenta ante los ojos del ser humano, estableciendo, así, una serie de fértiles correspondencias entre ambos planos.
El poeta más interesante del romanticismo francés es, por tanto, un auténtico visionario, cuya obra es considerada como precedente del simbolismo y antecesora del surrealismo.
Recoge veinticinco composiciones, desde el inicial «L’Enfance», escrito con apenas trece años, hasta su «Epitafio», que está compuesto poco antes de «librar su alma en la calle más oscura que pudo encontrar», en palabras de Charles Baudelaire.
¡Hombre! libre pensador – crees que eres el único pensante
en este mundo, donde la vida estalla en todas las cosas:
De todas las fuerzas que posees tu libertad dispone,
mas el universo está ausente de todos tus consejos.
Respeta en la bestia el espíritu activo …
Cada flor es un alma en la Naturaleza naciente;
un misterio de amor reposa en el metal:
Todo es sensible; – ¡Y todo es poderoso sobre tu ser!
Teme a la mirada que te espía desde el muro ciego:
En la propia materia hay una voz sujeta …
No la entregues a ningún uso impío.
A menudo habita un Dios oculto en el ser oscuro;
y, como un ojo naciente cubierto por sus párpados,
un espíritu puro crece bajo la corteza de las piedras.
Excelente artículo, Ana. De verdad que la locura es un filo de la navaja o una cuerda floja de equilibrista … ¿Dónde está lo real? … Nerval es un ser especial. Estupendo el comentario de Baudelaire … Agradecido.
Qué pena de vida,no?