Portada » Fui violada

Alguno de ellos pensó en poner una manta sobre aquella mesa, tan tétrica como aquel lugar olvidado. Al principio me pareció un buen sitio para improvisar una fiesta, habían traído bebidas, pero pronto, o en realidad más bien tarde, me di cuenta de que no estábamos allí para eso. Reían como hienas hambrientas entre aquellos escombros. Apestaban a alcohol, tabaco y sudor. Sus caras se transformaron. Dios sabe que cuando los conocí en la discoteca me parecieron bellos y simpáticos jóvenes, pero ahora eran monstruos de dientes afilados, sus ojos eran otros y sus manos se volvieron ásperas como sus voces, primitivas y viscerales. El miedo me hizo su presa. Me olisqueaban como si fuese un animal atrapado, manosearon mi cuerpo como si jugasen con una muñeca de trapo. Apretaron mis brazos hasta sentir dolor. Me empujaron sobre aquella mesa y rompieron mi ropa. Solo yo oía mis gritos. Ahora ya no importa, como a ellos no les importó, que yo fuese virgen. Que soñara en el idealizado momento en que perdiera mi virginidad como algo hermoso. Esa maldita noche fui violada por cuatro individuos que se habían transformado de jóvenes guapos y simpáticos, con los que había reído y bailado durante toda la noche, en violentos monstruos, malcarados y grotescos. Jamás fui una chica triste, pero en aquel mismo momento deseé morir con toda mi alma. Mi mundo se rompió en mil pedacitos que quedaron esparcidos entre los despojos de aquel oscuro agujero.

Por fin me dejaron como a un trapo roto y sucio. Miré a mi alrededor y al incorporarme vomité, pero ya no había nadie a quien le importara, ni nadie a quien no le importara. Sola entre ruinas y basura lloré toda una vida. No podía creer que estuviera allí. Había temido por mi vida y sin embargo algo había cambiado, ahora ya no me importaba, casi prefería no estar viva. Por primera vez no me vi. Había oído hablar de la creciente tendencia de las llamadas “manadas” de hombres, por llamarlos de alguna manera, que destrozaban la vida de jóvenes como yo. Pero jamás pensé que llegase a ser una de ellas.

Fui al hospital casi pidiendo perdón por molestar. Arrastraba una culpabilidad que no era mía, pero la llevaba atada a mis tobillos como una pesada piedra encadenada. No podía dejar de llorar. En aquella camilla tras una cortina gris, mi llanto se diluía entre los quejidos de otros muchos. Ningún medicamento podía arrancarme aquella suciedad, aquel olor a miedo, dolor y pocas ganas de vivir, me hubiese arrancado la misma piel. El aséptico frio de aquellas paredes solo me hacía desear la muerte. Cuando llegaron mis padres, un afilado cuchillo abrió mi carne desde mis pies a mi boca, rompiendo todo mi ser, abriendo mis entrañas al dolor de aquellos que me dieron la vida. ¿Qué dolor no sentirían?, que sus lágrimas sentidas eran vinagre en mis heridas y aun así las necesitaba.

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No dejaba de oír a mí alrededor la palabra “denuncia”. Aquella palabra me parecía otro miembro de aquella “manada” que venía a escarbar en mi dolor. ¿De verdad tenía que salir de mi boca todo aquello que quería enterrar en lo más profundo de la tierra? ¿De verdad tenía que volver a vivir cada segundo de la pesadilla que me haría quitarme la vida en cuanto pudiera? ¿De verdad tenía que relatar mi muerte? ¿De verdad mis labios debían trivializar todo mi dolor, en cada uno de los movimientos que me arrancaron la ingenuidad a golpe de abuso? ¿De verdad tenía que saborear la hiel de mi vergüenza, explicando todo aquello que me hicieron unos desconocidos, como si yo hubiese sido tan solo una testigo más? No sabía dejar de llorar.

 El día comenzó hermoso, no sé si alguna mujer se ha sentido como yo me sentí esa tarde, ¡tan orgullosa de ser mujer!… No era una “hembrista” ni mucho menos, pero sentía que ser mujer era algo hermoso y privilegiado. Ver el mundo como yo lo veía era único, creía que las mujeres teníamos una capacidad, para ver lo que los hombres les cuesta mucho ver en el mundo y eso nos hacía privilegiadas, no sé si le daba las gracias a la evolución o a dios, pero sea como sea me sentía hermosa y favorecida.

Miré a mi amiga a los ojos y ya sabía lo que esa tarde quería. Estaba como yo, cansada de los estudios, de discutir con nuestros padres y queríamos vernos hermosas y salir a reír y bailar. ¿No es eso ser joven?

De modo que esa tarde nos pusimos bellas para disfrutar de la vida, de tantas y tantas cosas bellas que nos ofrece. Y a nuestra edad la belleza puede estar en unas risas, en un color de labios, en una confesión, en un mal viaje de mezclas, en un hombro donde llorar lo que nadie entendió sobre ti, en la conversación que nunca tendremos con nuestros padres, en la mano de quien vive las mismas miserias que tú. Pero nunca hacer daño a nadie.

La fiesta fue “de lo más”, la música me arrancaba todas las miserias a golpe de bafle rebosante de decibelios, las risas de mi amiga eran sinceras, liberadoras, rompían ataduras, me sentía feliz. Es lo peor que le puede pasar a una presa frente a un depredador, sentirse feliz. Desde muy pequeñas, tan solo por ser mujer y sin darse cuenta nos enseñan a ser presas. Debemos controlar nuestra feminidad, debemos hacernos cargo de los deseos masculinos, de modo que no los provoquemos. Pero nosotros no somos gacelas y leones, somos humanos de la misma especie.

Intento entender en el enredo de mi mente, ¿cómo alguien querría hacer tanto daño a costa de su propio placer?

Cuando la prensa se hizo eco después de la denuncia, pude oír de todo, una de las voces que gritaba, supuse que sería algún familiar de los agresores, gritó: “la culpa es tuya, tú los provocaste”

¿De verdad estamos en el siglo XXI? Las mujeres queremos estar bellas y hermosas. ¿Significa eso que queramos ser violadas? Aunque un antropólogo diga que es un instinto para atraer al macho, hoy el sapiens sapiens ha evolucionado, mejor dicho la sapiens sapiens femenina ha evolucionado, hasta el límite de valorar la belleza como una faceta psicológica del amor propio, que genera un placer intelectual más allá del entendimiento del cromañón. Parece que muchos sapiens masculinos se obstinan en parecer otra especie, que de existir hoy, serian involucionados.

A nuestra edad casi todos somos guapos, y la belleza se divide en partes iguales, la de dentro y la de afuera. La de dentro se tarda más en ver, por eso nos fijamos más en la de afuera y eso resulta en un juego hermoso. Un juego que nos fuerza a descubrir, a veces historias sublimes y otras decepciones, eso es la juventud. Pero violar a una joven, esto es algo diferente.

Llevo dos semanas, encerrada en mi habitación, aunque no quieren que me quede sola porque sospechan que pueda quitarme la vida y al menos en eso no están equivocados. Pero he tenido tiempo para pensar en todo lo que sí están equivocados.  CONTINUARÁ.

Manuel Salcedo

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