FRANCELINA Y SU CANTO

Me llamo Francelina, y alguna vez soñé con ser cantante. ¿Lo puedes creer? Una voz que elevara los amores, las tristezas y las esperanzas como una melodía perfecta, tocando las almas de quienes me escucharan. Pero la vida tiene su propia partitura y, a veces, no puedes cantar en los grandes teatros. En cambio, terminas cantando en las calles, con una voz que suena a mezcla de ironía, rabia y nostalgia. Porque, ¿cómo cantarle a un amor que no es solo una persona, sino una tierra, un país que te duele? Yo siento ese dolor, pero mi exilio no es solo físico, no es viajar al otro lado del océano y sentir que todo lo de allá es mejor. Mi exilio es un estar aquí y no sentir que este lugar me pertenece. Es mirar mis naranjos y no escuchar el canto dulce de los pájaros al despertar, sino el ruido de la ciudad que nunca duerme. Mi tierra no tiene solo palmeras. Tiene torres de amatista donde viven los poetas negros, los olvidados, los que nadie escucha porque sus voces no encajan en los libros ni en los discursos oficiales. Los filósofos de aquí venden sus ideas a plazos, sin garantía ni reembolso, y yo me muero asfixiada en esta tierra que amo pero que a veces me ahoga.

Villajoyosa de palmeras majestuosas, casas de colores y cielos llenos de estrellas. Yo quiero cantar, sí, pero también quiero que me escuchen cuando digo que nuestras flores son bonitas, pero que nuestras frutas y verduras, esas que deberían ser gratis, cuestan una fortuna. Que la nostalgia que él sentía desde lejos es la misma que yo siento aquí, en la tierra, pero con una diferencia: yo sé que el paraíso está lejos y muchas veces está muerto. Quisiera oír un pájaro auténtico que tenga la memoria del tiempo, de la tierra, de la vida. Pero lo que escucho es un canto diferente, uno que me recuerda que las aves cantan otro canto, que el cielo brilla sobre flores húmedas de llanto, que la voz de la selva es la voz del amor que no se rinde, aunque esté sola en la noche. Esta contradicción es mi patria y mi exilio al mismo tiempo: un lugar donde todo es bello y fantástico, pero también un sitio donde el grito de vida choca con la realidad de la injusticia, la desigualdad y el olvido. Antes, los románticos de entonces crearon un país con palabras de amor y esperanza, con símbolos de flora y fauna que aún hoy nos representan. Pero pueblo en el que yo vivo, está lleno de grietas, de contradicciones que no se resuelven solo con el canto. Por eso yo, Francelina, no puedo cantar solo el amor. Debo cantar también la ironía de esta tierra, donde los poetas pretenden vivir en torres, pero las cadenas de la pobreza no dejan espacio para la belleza. Donde la historia oficial oculta el llanto de quienes viven en las sombras y la memoria se vende como mercancía barata. Sin embargo, no pierdo la esperanza. Porque el canto sigue siendo una forma de resistencia. Mi voz, aunque rota a veces, es una forma de gritar que estoy aquí, que existo, que mi amor por esta tierra no es ciego, sino consciente. Amo Villajoyosa con sus defectos y sus virtudes. Y sé que ese amor es necesario. Porque sin amor, ¿qué queda? Solo queda el vacío, la indiferencia. Y yo no quiero eso. Quiero que cantemos juntos, los que tenemos voz y los que la perdieron, los que sueñan con un país que nos reconozca a todos, con todas nuestras diferencias, con todas nuestras historias.

Quiero que el canto no sea solo un eco del pasado romántico, sino un puente hacia un futuro donde podamos vivir sin miedo, donde la fruta no tenga precio prohibitivo, donde la poesía no sea un lujo sino un derecho. Así que camino y canto. Camino entre calles que conocen mis pasos y canto para que mis palabras lleguen más lejos que mis pies. Canto para que la historia se escuche con todos sus matices, para que la identidad nacional sea un proyecto vivo, no solo una idea en los libros. Porque somos todos iguales, aunque el sistema quiera hacernos sentir distintos. Somos parte de esta tierra, de esta cultura y nuestro canto es el motor que impulsa ese cambio. En mi voz, en la voz de Francelina, está la mezcla de la nostalgia y la rebeldía, del amor y la crítica, de la esperanza y la realidad. Y aunque la palmera esté lejos y el pájaro cante en otro canto, sé que un día nuestro canto será el mismo, fuerte y claro. Pues mira, al final, Francelina no es solo una voz perdida, es la voz que muchos llevamos adentro y que a veces no sabemos cómo sacar. Ella nos muestra que querer a un país no es cosa sencilla ni dulce todo el tiempo. Amar una tierra no es sólo mirar sus palmeras y cantar bajo cielos estrellados como en los versos bonitos. Es también sentir la rabia de que las flores y frutas que deberían ser de todos se vendan carísimas, que la poesía no siempre tenga lugar, y que la historia que nos cuentan no sea toda la historia.
Francelina nos enseña que el amor por un país es una mezcla rara, casi una paradoja. Hay nostalgia, sí, ese deseo profundo de que las cosas fueran diferentes, mejores. Pero también hay crítica, ironía, y la necesidad urgente de decir aquí hay problemas que no podemos tapar con palabras bonitas. Esa es la gran lección que nos deja Francelina. Y que un pueblo se construye con voces como la de Francelina, que camina y canta, que no se conforma, que sabe que la historia no es solo para recordar, sino para transformar. Su canto es una llamada a despertar, a no cerrar los ojos ante lo que duele, pero también a no perder la esperanza de que otra vida es posible.
Por eso, aunque la palmera esté lejos y el pájaro cante distinto, Francelina sigue cantando. Porque sabe que la única manera de no morir en ese exilio es resistiendo, luchando y amando con los ojos abiertos. Y ese canto es el que puede unirnos y hacernos realmente fuertes. Así que, si alguna vez te sientes lejos de tu tierra, no te olvides de Francelina. Escucha su canto, su mezcla de nostalgia y rebeldía, de amor y crítica. Porque amar un país no es sencillo, pero es lo que nos hace humanos. Y ese amor, con toda su complejidad, merece ser cantado una y otra vez.

CANTO DE FRANCELINA
En mi tierra hay naranjos,
no sólo palmeras al sol,
y en mi voz guardo el canto
que duele y también es amor.
No busco cielos perfectos,
quiero flores que resistan
la tormenta y la historia.
Mi canto no es sólo dulce,
es rabia y melancolía,
es mirar con ojos abiertos
la verdad que dolía.
Entre aquellas torres
viven voces que olvidan
Y poetas que son sombras.
No quiero versos bonitos
que escondan la realidad,
quiero un canto valiente,
lleno de humanidad.
Mi ciudad late con fervor,
es mezcla de tristezas
y también de valor.
Quiero comer fruta
que no cueste un tesoro,
oír el canto genuino
que nace del llanto y del coro.
Porque amar no es olvidar,
ni pintar todo de rosa,
es ver lo que duele adentro
y seguir con esa cosa.
Canto con voz quebrada,
pero firme y sin temor,
porque aunque todo sea oscuro,
sigo amando mi color.
Francelina no se rinde,
camina, canta, resiste,
su exilio es un camino
que busca ser feliz.
Así mi canto es puente,
entre el sueño y la vida,
porque en la contradicción
la esperanza está escondida.


Maravilloso vanto el tuyo querida amiga Francelina
Y qué hermosos recuerdos tengo de cuando os visitaba en vuestro pequeño paraíso junto al mar. Enhorabuena. Cada vez escribes u dibujas mejor
Bisous.