FLAMENCO Y TOROS (XXVI). CHAMACO (1935 -2009)
Huelva, tierra histórica y fundamental del Fandango, es también cuna de muchos y famosos toreros. Hoy traemos a las páginas de esta breve relación “Flamenco y Toros” el nombre de Antonio Borrero Morano, conocido por su sobrenombre artístico de CHAMACO, que vió la luz primera en Huelva el 13 de septiembre de 1935 y, también en ella, su último suspiro mortal el día 11 de noviembre 2009. Ignoro por qué el nombre de Chamaco se hizo tan simpático entre los jóvenes de mi pueblo, en tal grado que uno de la pandilla era conocido por “El Chamaco”.
Aficionado a los toros desde muy temprana edad, pronto abandonó el empleo que desempeñaba en su primera juventud – mozo de pastelería – para empezar a probar suerte en cuantas tientas, capeas y demás celebraciones taurinas menores que se verificaban a su alrededor; y, tras superar las numerosas dificultades para iniciarse en el Arte de Cúchares, el día 3 de mayo de 1953 se vistió de luces en el coso de su ciudad natal, a pesar de no contar con grandes antecedentes taurinos en la familia. A partir de entonces, Antonio Borrero Morano inició una exitosa andadura novilleril que, un mes más tarde (4/06/1953) compartió cartel con Joselito Romero y José Moreno en el coliseo de Huelva, pero ya con picadores.
Debemos decir que entre el gran alud de “toreros tremendistas” que invadieron España – y aún siguieron – merece destacarse por su personalidad propia a Chamaco de Huelva, que tuvo en Barcelona un arraigo y un aire de victoria como torero alguno ha tenido. Tampoco se puede olvidar que el diestro onubense irrumpió en el mundo del toro en el momento oportuno en que Litri se había retirado por vez primera. Y su llegada a las plazas de toros estuvo saturada de una impronta emocional, que cristalizó sobre todo en la ciudad condal, nos dice el Crítico Taurino Rafael Ríos en “Tauromaquia fundamental”, pág. 159 (Sevilla,1974). Y se viene afirmando que así como Curro Romero ha sido el torero de Sevilla, Chamaco lo fue de Barcelona con una fuerza tal que diestro alguno pueda tener.
Los años 1955 y 56 fueron dos temporadas en las que su nombre aparecía en los carteles de la capital de Cataluña con una insistencia y una prodigalidad realmente dignas de admiración. Y así, en olor de auténtico triunfador tomó la alternativa en Barcelona de manos de su paisano Litri, que había reaparecido, y como testigo Antonio Ordoñez, con el toro “Larguilucho”: fue, como se suponía, una tarde de arrebato chamaquista por los cuatro costados. Por desgracia, al tiempo que se sellaba este singularísimo pacto entre el público barcelonés y quien pasó a ser su torero predilecto, se iban generando también las causas por las que Chamaco iba a tener cada vez más difícil su inscripción en la historia del Arte de Cúchares como una gran figura del toreo, según dejó escrito J.R. Fernández de Cano.
Los críticos enumeran bastantes causas; pero el abandonar el estilo típico que le hizo famoso para ajustarlo un poco más a los cánones clásicos, fue posiblemente la mayor, unida a su continua negativa a torear en Madrid ante tan importante afición, capaz de elevar a un torero hasta el Olimpo de las figuras míticas, así como la mala y materialista orientación del célebre empresario catalán don Pedro Balañá. En este aspecto, económico y social, también se da una fuerte similitud entre el Flamenco y los Toros. Chamaco hizo su presentación en Madrid casi dos años después de recibir el doctorado, 21 de mayo de 1958, de manos de Julio Aparicio, con Luís Segura como testigo, con toros de don Alipio Pérez-Tabernero Sanchón. El éxito fue más de circunstancias que sólido y fundamental y, desde entonces, empezó a decrecer su estrella de una manera alarmante. Tampoco había triunfado un mes antes en la Feria de Abril de Sevilla, y no llegó a convencer en su siguiente intervención en Las Ventas (22/05/1958), a pesar de ser premiado con una oreja en reconocimiento de ese valor desmesurado que nadie le discutía. Anunciado de nuevo en Madrid para la Corrida de la Prensa (3 de julio), volvió a pasar inadvertido para lo más selecto de la afición capitalina.
Pasó dos años sin torear apenas, hasta el punto que parecía haberse retirado. Y más tarde continuó en la briega con mayor asiduidad, pero falto ya de aquel cohete chamaquista que lo arrollaba todo. Fue un torero, a partir de entonces, valiente pero vulgar y falto del brillo emocional de su primera época. El día 14 de septiembre de 1967, tras despachar en la Monumental de Barcelona dos toros de Joaquín Buendía, bajo la atenta mirada de los espadas Rafael Ortega y Juan García “Mondeño” y del rejoneador Alvaro Domecq Romero, Antonio Borrero Morano “CHAMACO” se retiró definitivamente del toreo. Es justo, a mi juicio, reconocer el emocionante quehacer de sus primeros años y el toreo esmaltado de detalles clásicos de su segunda época.
Por tradición oral, que tiene mucho poder en las Artes y Ciencias, sé que Chamaco era muy aficionado al flamenco, incluso cantaba bien los Fandangos de Huelva. En su recuerdo, pongo aquí estas coplas de Soleá: “EN HUELVA LA MARINERA / TUVO CHAMACO SU CUNA. ¡VIVA SU CLASE TORERA!// ¿DI QUIÉN ES ESE TORERO / QUE ARMA EN LAS PLAZAS EL TACO? / SE LLAMA ANTONIO BORRERO, / PERO LE APODAN “CHAMACO” (cfr. Cancionero Popular Taurino. Madrid, 1963).
Y para que esta analogía sea aún más cabal, digamos – al menos – unas palabras acerca de la “Presencia de la mujer en los toros”, que tan buen papel hizo ella en el campo flamenco, cfr. “Presencia de la mujer en el Cante Flamenco” (Málaga,1994), del autor de estas líneas. Según cuentan las crónicas, hay que remontar el “alanceamiento de toros” en plaza cerrada a los tiempos del Cid Campeador (1030 – 1099). Crónicas del siglo XI relatan las bodas de ilustres caballeros amenizadas con fiestas de toros. Isabel la Católica – 1 de julio de 1478 – manda dar fiestas de toros en Sevilla por el nacimiento de su hijo. Pues bien, a estas fiestas asistían matronas y doncellas nobles no como simples espectadoras, sino que eran consultadas para la adjudicación de premios y eran ellas las que entregaban estos premios a los combatientes. La mujer iba bien pronto a bajar del tendido a la arena. En el libro “Las señoritas”, de Emilio Boado y Fermín Cebolla (editado en el siglo XVII) se lee que algunos toreros se vestían de mujeres en los festejos cómicos. No tardarían las mujeres en participar en estos festejos, como lo hizo seriamente Tomasa Escamilla “La Pajuerela”.
(Continuará)
Alfredo Arrebola