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¿EN QUÉ HEMOS PROGRESADO EN ESPAÑA?

La austeridad es una de las grandes virtudes

de un pueblo inteligente  (Solón)

      A pesar de los muchos acontecimientos desagradables, de crueldad, destrucción y muerte que nos azotan últimamente, unos ocasionados por la naturaleza y la mayoría por la perversidad y estupidez humana, en absoluto tengo una concepción pesimista de la vida. Este pensamiento, tal vez, tenga su raíz en mis creencias religiosas y confíe en la Providencia, pero esto no quita que me preocupen todos los males que están ocurriendo y los sufra. Y tampoco estoy de acuerdo con aquellos que afirman que este mundo es “un valle de lágrimas” y que sólo estamos aquí para sufrir. Si fuera así supondría que hay un Dios cruel que le gusta ver sufrir a los humanos y no humanos, impidiendo nuestra felicidad siempre insatisfecha por una u otra causa.

       Tampoco está en mi ánimo practicar lo que decía el escritor alemán Schopenhauer: “El hombre abrumado por el paso de los años, se pasea tambaleándose o descansa en un rincón, no siendo ya más que una sombra, un fantasma de su ser pasado. Viene la muerte. Un día la somnolencia se convierte en el último sueño”.

No es éste mi pensamiento ni mi forma de actuar, no me resigno a permanecer pasivo en un rincón esperando la muerte. Es cierto que en la vejez se extinguen muchas pasiones y también muchas ilusiones, todo se ralentiza en el espíritu y la merma en lo físico no necesita demostración por ser evidente, pero no se me embota ni la imaginación ni la sensibilidad. También es cierto que los días pasan más rápidos y en cada noche se pierde algo de vida, pero en absoluto las imágenes se me hacen borrosas, ni las pasadas ni las presentes, las tengo muy claras, tal vez, demasiado claras y estoy al tanto e informado de todo lo que está ocurriendo en España y en el mundo que no es nada bueno, pero no estoy dispuesto a que me entierren, como suele decirse, en vida, pues el mayor don que Dios nos ha dado es la vida. Me acojo a ese refrán que dice que: “Quien teme a la muerte no goza de la vida”. Y si los viejos como yo tenemos la muerte delante los jóvenes la llevan a la espalda. ¿Para qué preocuparse hasta tal punto que nos impida vivir? Por supuesto que me duelen y mucho todos los males que están ocurriendo, pero soy de la opinión que hay que aceptar y adaptarse a los cambios sociales y otros que se están produciendo y no nos gustan e intentar ponerles remedio en vez de estar siempre lamentándonos.

     El catedrático de Microbiología, René Dubos, afirmaba que todas las crisis que azotan a la humanidad son beneficiosas, pues casi siempre son una fuente de enriquecimiento, porque favorecen la búsqueda de nuevas soluciones y a la perfección del hombre. Esperemos que esta crisis en la que todos estamos inmersos sea como dice este científico.

     Me he hecho estas reflexiones porque mi amigo Juan, aún sin quererlo, me ha transmitido sus inquietudes y sus miedos por lo que está ocurriendo entre Rusia y Ucrania, pero especialmente, en España que nos afecta más directamente y más rápido. Le ha afectado con fuerza y dice que sintió náuseas y vergüenza cuando oyó decir a la señora ministra de Igualdad que los niños tenían derecho al sexo “con quien les dé la gana si hay consentimiento”; que pueden abortar a partir de los 16 años sin el consentimiento de los padres; y esa ley llamada “TRANS” …

Pero más que esas declaraciones envilecidas de la ministra lo que más le ha dolido e inquietado ha sido el silencio de los padres, de los abuelos, de los maestros, de los teólogos y filósofos, y de la Iglesia en general. Por otra parte, también lo tiene muy preocupado el enfrentamiento que ha ocasionado ese dichoso ministerio entre hombres y mujeres que está rompiendo la paz familiar.

     Otro gran motivo de preocupación de Juan ha sido la fuerte subida de los precios de todos los productos alimenticios incluidos los más básicos. Conoce a varias familias que ya no pueden llevar una vida normal porque su dinero no alcanza para comer. Y para colmo tienen que callarse y aparentar porque su pequeño orgullo no se lo permite. Dramático. En cuanto al campo, es la mayor de las desgracias, dice, debido a los costes de los abonos, de los carburantes, la falta de lluvia, la opresión fiscal y los bajos precios que le pagan y la falta de protección, han determinado su abandono. Como he apuntado en otras ocasiones, Juan, a pesar de carecer de títulos universitarios, es muy culto. Esta vez me ha soltado una frase del escritor latino Virgilio que cita en su libro “Églogas”: “Horribles son los desórdenes que reinan en nuestros campos”. Y lo que ha colmado el vaso para su mayor angustia ha sido esa abolición de las penas por sedición y a punto de cargarse también las de malversación. Así todos los cargos políticos tienen vía libre para robar sin castigo y romper España. Juan tiene miedo de que venga otra guerra civil.

   En vano trato de tranquilizarlo, no lo consigo. Insiste en que ve las cosas muy claras. El pueblo suele aguantar toda clase de injusticias y maldades, lo que no aguanta es el hambre, y ésta está ya aquí para quedarse. Mientras tanto el gobierno despilfarrando y ocupándose de cosas inútiles, innecesarias para tapar su incompetencia. A continuación, saca de su bolsa de plástico un libro y me lee lo siguiente: “Son los tributos el precio de la PAZ”. Cuando estos exceden y no ve el pueblo la necesidad que obligó a imponerlos, fácilmente se levanta contra el gobierno. No se han de imponer los tributos en aquellas cosas que son precisamente necesarias para la vida, sino en las que sirven a las delicias, a la curiosidad, al ornato y a la pompa. Con lo cual quedando castigado el exceso, con el mayor peso sobre los ricos y poderosos quedan aliviados los labradores y obreros que son la parte que más conviene mantener”.

Esto que parece escrito para el Sr. Sánchez y su gobierno lo dijo un ilustre sacerdote en el siglo XVII, Diego Saavedra Fajardo, que era consejero de reyes, ministros, de cardenales y de papas. Un consejero de verdad y no como los más de mil que tiene el Sr. Sánchez.

Cuando terminó la lectura no pude ocultar mi sorpresa y admiración hacia mi amigo Juan, porque siempre que habla sobre política lo hace sobre una base de conocimiento y datos comprobados. Nunca habla al tuntún como suele hacerlo la mayoría que opinan de este tema.

   Esta vez mi amigo Juan me ha creado una gran duda. Por una parte, mi espíritu se niega a admitir sus temores, y por otra, viendo el infierno provisional que han creado estos políticos, pienso que, tal vez, lleve razón. Digamos con Martín Descalzo: “Señor que los malos sean buenos y los buenos simpáticos”.

JOSÉ ANTONIO BUSTOS 

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