El tesoro de aprender
El mayor, príncipe y heredero de la corona, mantenía que la única manera de ayudar a su pueblo, sobre todo a los menos afortunados, era dándoles recursos económicos para salir de la pobreza y que vivieran como nobles, eso les daría la prosperidad y por lo tanto la felicidad. Mientras, la princesa, hija menor del rey, mantenía que lo que necesitaba el pueblo eran escuelas. Está claro que el debate iba más allá, creaba el dilema de ¿cuál es el mejor camino hacia la realización, el progreso y la felicidad? ¿Es más generoso el padre o el rey que da todo lo que sus hijos o súbditos piden o el que se interesa en que aprendan? Tesoros o conocimiento. La discusión se había prolongado ya por algún tiempo, entonces el rey y padre de ambos, quiso zanjarla como les había enseñado a hacer: que aportaran pruebas para demostrar quién estaba en lo cierto.
El rey anunció que el príncipe sería gobernador de un pueblo al norte de la ciudad y la princesa gobernadora de otro al sur. Dotaría a ambos príncipes de una fortuna, que usarían a su juicio para demostrar sus aseveraciones. Las intenciones de ambos eran nobles, querían ayudar a su pueblo.
El príncipe decidió que repartiría la fortuna entre la gente de su pueblo. Trató a los súbditos como a hijos a los que se les da todo lo que quieren. Recibieron remuneración económica excesiva, lujosas viviendas, construyó lugares de ocio y toda suerte de cosas materiales, todo lo que quisieran, incluso cosas que en realidad no necesitaban, pero que el príncipe creía que contribuían a su felicidad. Sin embargo, la princesa en su pueblo, utilizó la fortuna para crear escuelas para niños y adultos, pero no eran escuelas muy comunes, eran centros y recursos para que aprendieran no solo acerca del mundo que les rodeaba, sino también a conocerse a sí mismos, aprender a gestionar sus emociones y al mismo tiempo entender las de los demás. Ella pensó que todo esto además de darles paz y felicidad, les facilitaría escoger oficios satisfactorios, fueren cuales fueren, que les ayudasen a progresar y realizarse.
Pasó algún tiempo y el rey los mandó llamar, quería saber cómo iban las cosas.
–Os he mandado llamar para que me informéis de cómo va vuestro experimento –dijo el rey.
–Querido padre –comenzó el príncipe– creo que he ganado la disputa, las pruebas son irrefutables, yo tenía razón.
–¿Ah sí? –preguntó el rey.
–Mi pueblo puede decirse que es feliz –dijo el príncipe– tienen todo lo que puedan imaginar, no les falta de nada, festejan, ríen y hacen realidad sus sueños.
–Enhorabuena -dijo el rey– y qué hay de ti –le dijo a la princesa.
–Pues creo haber perdido esta contienda, mi pueblo está triste, por lo visto ver que otros prosperan y que ellos solo trabajan los entristece. Parece que el conocerse a sí mismos es realmente duro, es una labor que en ocasiones les cuesta enfrentamientos emocionales con ellos mismos, tienen extraños estados de ánimo y puesto que no prosperan están pasando hambre. Además, la labor emocional de conocer su mundo es dolorosa, aceptar que no siempre todo es felicidad, reconocerse en los demás y entender estas emociones es duro y requiere esfuerzo y sacrificios. Creo que mi hermano tenía razón.
–Mi abuelo me dijo en una ocasión –dijo el rey–, que no juzgara una flor antes de despuntar el sol, ni después del ocaso, porque nunca llegaría a ver a la flor en su esplendor, tan solo vería un capullo cerrado o una flor marchita. Quiero que continuéis manteniendo vuestras premisas y continuéis con el estudio hasta que os vuelva a llamar.
Y así fue, el tiempo transcurrió y dejó de ser alba y ocaso para ser pleno día en las vidas de aquellos ciudadanos. Un día después de bastante tiempo el rey mandó llamarlos de nuevo.
–Os he mandado llamar para que me informéis de cómo va vuestro ensayo –dijo el rey.
–Querido padre –comenzó el príncipe– no sé por dónde empezar. El caso es que necesitaría más fortuna para seguir.
–¿Y eso por qué? –inquirió el rey.
–Verá, mi pueblo ha ido gastando sus recursos y no hacen más que pedir y hasta exigirme que les siga dando más, incluso me exigen cosas que ni siquiera antes necesitaban. Están tristes, ni siquiera han sabido utilizar los recursos económicos para prosperar. Ha comenzado a haber muchos altercados y peleas incluso entre miembros de la misma familia. Ya no sé qué hacer. Yo mismo he puesto mi propia hacienda a su disposición y me han dejado arruinado.
–¿Y qué hay de ti? –Le dijo a la princesa, por supuesto sin poder disimular su decepción con el príncipe.
–Creo que debo rectificar mis últimas palabras –dijo la princesa–, mi hermano no tenía razón. Ahora mi pueblo está lleno de personas felices y prósperas y la prueba está en estas arcas del tesoro que te devuelvo. Aquí no solo está la fortuna que me diste, sino que la han duplicado para ti.
–¿Ah sí? –exclamó el rey– cuéntame.
–A pesar de que al principio requirió esfuerzo, pronto comenzaron a verse los beneficios de aprender a conocerse, entendieron las emociones propias y las de los demás, esto les facilitó la labor de saber qué querían realmente hacer y que oficios eran los que querían ejercer. La mayoría comenzó a trabajar en lo que más le gustaba y los que no, al menos a identificar su papel en la comunidad. Los negocios prosperaron y decidieron devolver el favor acumulando esta fortuna, aparte de haber conseguido las cosas necesarias para ser felices, que sorprendentemente no eran demasiadas.
Ambos esperaban el veredicto del rey y una explicación a través de la sabiduría de su padre.
–Está claro que tu hermana tenía razón –dijo el rey dirigiéndose al príncipe–, el conocimiento vence a los tesoros. En realidad, el conocimiento puede producir tesoros, pero los tesoros no necesariamente producen conocimiento. Es más importante enseñar que dar cosas materiales, esto aplica no solo a reyes, sino a padres, a profesores, a amigos a cualquier ámbito. Cuando tu fortuna se fue agotando y puesto que tus súbditos no se conocían a sí mismos, ni a su entorno o a los demás, no supieron reaccionar cuando la pobreza les llegó de nuevo, tampoco disponían de recursos como un oficio para salir adelante, porque no supieron valorar lo que les estabas dando. Sin embargo, los súbditos de tu hermana, aunque al principio les costase una tristeza pasajera o hasta una crisis existencial, a medida que pasó el tiempo el conocimiento sobre sí mismos, les trajo una paz interior que les ayudó a enfrentarse a muchos desafíos de la vida, inherentes al ser humano, aprendieron que la vida no solo es ocio y que el trabajo es gratificante. El conocer al mundo y a las personas que les rodean, supuso saber gestionar sus emociones y tratar con los demás, evitando así disputas innecesarias. Los oficios finalmente los sacaron de la pobreza y la infelicidad, algo que durará para toda la vida.
Podemos creer que quien más cosas nos da es quien más nos quiere, pero en realidad, quien más nos quiere, es quien más nos ayuda a aprender.
Manuel Salcedo
Imagen de Katrina_S en Pixabay