El silencio en entredicho

“Se sumerge el tiempo en el silencio de los minutos que no encuentran sentido a su avance. La melancolía se ciñe en los párpados, cansados de agasajar a las pupilas y de que la vida solo se aprecie entre los destellos de los iris. No hay silencio en el rencor, tampoco en la bondad. El ruido siempre acaba apareciendo. Silencio. ¡Qué difícil sentirlo entre el ajetreo del metro, los juegos de los niños y los cánticos de quienes solo atisban su existencia en el devenir de otros a los que idolatran! Por eso, entre versos, es más fácil describir el silencio. Al pronunciar cada una de sus letras y de sus sílabas, parece hacerse presente. Aunque solo sea una ilusión, un desencanto ante el efímero deseo de hacerlo, casi, eterno. Hubo un tiempo, en la juventud, en el que me daba cierto temor permanecer en silencio. Ahora no. Ahora sé que el silencio ayuda a estar vivo, a sentir que la vida también es natural y que, en silencio, es posible escuchar los latidos del corazón. Tal vez por eso, también en las bibliotecas se pida silencio. Porque el silencio forma parte del alma de los poetas y los libros se sienten atraídos por el silencio de los que hablan entre susurros, de los que trazan líneas de tinta con la imaginación y de los que sueñan sin hacer ruido. De nuevo, los párpados vuelven a bajar y a subir, mientras las pestañas se contonean con sutileza y elegancia. La vida sigue. Silencio. La vida sigue y en si-len-cio consentiré que mis ojos capten el reflejo del tiempo en el que nunca dejaremos de ser nosotros mismos”