EL PORTAL – CUENTOS Y RELATOS TURULATOS

La Virgen María estaba cosiendo sentada en un taburete de tres patas, un chalequito sin mangas y para el pañal lazada.

Su hijo recién nacido sería de mayor Dios.

Sin hacer oposiciones, ni máster, ni tener que irse a Alemania.

San José le hacía la trenza a su amada, orlando con gracia sus cabellos de plata. Ella aprovechaba para acariciarle las barbas y recortarle las puntas con la navaja.

No tenían un mal colchón. Ni de látex, ni de espuma, ni de lana. Era de paja amontonada, que a la vaca y buey alimentaba.

Enseñándole estos a San José los dientes, al ver que sin cenar una noche más se quedaban.

Una luz iluminó el portal y no era electricidad.

Era una estrella llamada fugaz.

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Aparecieron en el pesebre con corona y sin llamar, tres Reyes Magos de los de verdad y dijeron que eran Melchor, Gaspar y Baltasar.

Avisados de corre prisa por un cartero celestial.

Uno llevaba mirra. No sé qué será. Otro incienso, que olía fatal, y el tercero oro de gran calidad.

Podrían haber llevado por llevar, una manta, un orinal, una cama, un balón para jugar, una trompeta, un scalextric, pañales… Carbón en un saquito por si el Niño se portaba mal. Quizás…, pomada para el culito o en una cestilla garbanzos para guisar.

Los pastores volvieron de pastar y no encontraron sitio para sentar.

—¡Ostras…! ¡Tenemos okupas! Ahora… ¡Nadie los podrá echar!

Llegaron vecinos del pueblo y todos se pusieron a cantar.

—¡Navidad! ¡Navidad! ¡Hoy es Navidad!

Se armó el belén, en un plis plas.

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Los reyes ya no aguantaron tantos cantos y jolgorio después de días siguiendo a la estrella montados en la chepa del camello, sin bajar ni para hacer pis.

—Nos vamos… ¡Ya somos muchos para anunciar! ¡El mundo se ha de enterar de que ha nacido el Niño Jesús; el hijo de Dios que nos salvará!

Tenemos mucho que andar y no sabemos si los camellos aguantarán, así que, hasta donde lleguemos y el año que viene por estas fechas… nos vemos.

A San José algo no le cuadraba , pero se aguantó las ganas de preguntarle a la Virgen por si la incomodaba.

Él ya era viejecito y fácil de conformar. El Niño se portaba bien y no lloraba y le hizo una cuna con cinco tablas. Y en el cabezal, un angelito con alas.

Un rey muy quisquilloso (este era otro) empezó a despotricar porque le dolía la muela del juicio.

—¡A todos los niños menores de dos años los vamos a liquidar! ¡Son muy malos! ¡Ríen, juegan, comen, descomen , mean de día y noche, y les da igual!

Y eso… ¡No lo podemos aguantar!

Avisado por medios de la época, San José se dirigió a María con prisas:

—¡Prepárate, chiquilla…, que nos vamos a mudar! Y mientras te preparas, a Jesusito le haré una silla con agujero original y caña para pescar.

Con tiempo y ya de mocito le enseñaré a que le cunda hacer pan. Y cuando nos inviten a las bodas de Caná, para que estén contentos, les llevaremos seis tinajas con vino clarete para el banquete, aunque nos sienten al final.

Reyes magos rey más negro
Montó a la madre y al Niño en la mula y él salió del pesebre andando descalzo. Más adelante culpó a María por haber olvidado sus zapatillas y no era cosa de volver con el sol que caía. Como se quemaba los pies, paraban de día y de noche seguían.

Mamando de vez en cuando de la leche de una cabrita, regalo de los pastores y tarjeta de descuento, porque estaban muy contentos.

También les dieron una tapa para cuando tuvieran puchero.

Caminaron hasta llegar a un pueblecito perdido en la lejanía, a donde van los pueblos que se pierden, como saben todos aquellos que no saben dónde están y que cuando lo encuentran tienen un cabreo que nadie los puede aguantar.

San José, que era muy mañoso, como sabréis, pero no para todo, se plantó porque le flojeaban las piernas y le había salido artrosis en el dedo gordo.

Un aldeano que buscaba espárragos y caracoles, le dijo el muy bruto al escuchar que se quejaba, que si le dolía… ¡que se lo cortara!

San José, que era además de mañoso, muy prudente, no le dijo ni sí, ni no, porque vio que él cojeaba y podría ser costumbre de la aldea que pisaban.

Así que empezó a recoger maderas para disimular; la que tenía forma de guitarra así quedaba.

Sonar no sonaba como guitarra, era el sonido al Tam Tam de selva africana.

De diseño hizo una mesa sin patas que gustó, y los vecinos se la compraban a cambio de dátiles y alguna patata.

Por innovar talló de madera una lámpara esquinada, aunque era una lata todas las noches quemarla y no salía a cuento trabajar para nada.

Y un cajón sin fondo para que el niño, que sería Dios, gateando al río a pescar, no se les escapara.

Mientras la madre la ropa lavaba, contentos todos cantaban:

¡Beben y beben los peces en el río al ver al Dios nacido!

María Eloina Bonet Sánchez

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