Relato galardonado con el segundo premio

en el XII Certamen Literario de Alfambra

 

Desde que Benito había empezado a firmar ejemplares de su última novela, lo intrigaba un individuo que cedía su turno cada vez que llegaba un nuevo demandante de dedicatoria. ¿Sería uno de esos pelmazos que no te quitas de encima ni con los antidisturbios? Cada vez que sus miradas coincidían, indefectiblemente el cazador de autógrafos la desviaba con presteza. Benito firmo los tres últimos ejemplares antes de enfrentarse al pelma. Este depositó dos libros sobre la mesa, eran su primera y última novelas. La primera parecía haber sido leída miles de veces.

— ¿Cuál es su nombre?

—Salvador… Salvador Ibáñez…

—No hombre no, me refiero al de usted, ese es el nombre de mi personaje.

—Si… Salva Culoblando… no recuerdas, perdón no recuerda…

—Sí, claro que lo recuerdo: es el protagonista de esta — señaló la novela más ajada.

—Soy el auténtico… el de la calle del Rosal… recuerdas cuando éramos niños…

— ¡Coño Culoblando!, Ya decía yo que tu cara me sonaba… ¡Joder!, No sabes lo que me alegra verte. Cuantos años…

—Más de cincuenta, dejé el barrio al fallecer mi padre, acababa de cumplir los catorce, no quedaba más remedio, con la pensión que nos quedó no daba ni para el alquiler.

—Tienes que contarme como te ha ido la vida… cenemos juntos… ¿Vayamos a nuestro barrio y tomemos algo por allí?

—Aquello está muy cambiado, no lo reconocerías.

—Algo quedará de nuestra época… algún bar de los que íbamos.

—Cuando me fui… aún no nos dejaban entrar a los bares.

—Pues yo juraría recordar que fuimos juntos de copas

—Hombre algún trago, a escondidas, sí que nos echábamos de la ginebra del padre de Pepito, mientras deborabamos sus Play Boy y nos…

—Sigo recordándonos en algún bar. ¿A dónde fuiste a vivir?

—A casa de mis abuelos, con mi tía soltera, al poco murió mi madre y seguí allí hasta que me casé…

—¿Te casaste? Te hacía soltero, como el personaje… eso sí, con mucho éxito con las mujeres.

—No me parezco en nada a mi homónimo. Aunque vuelvo a estar soltero.

—¿Tu mujer…?

—No, ¡qué va! se divorció de mí.

—Querrás decir que os divorciasteis.

—No, un día ella dijo que quería divorciarse, había hablado con un abogado, me hizo firmar unos papeles en el juzgado, me dijeron que estaba divorciado y volví a casa de mis abuelos.

— ¿Y tú, el osado detective, no tenías nada que decir?

— Si ella no quería vivir conmigo… no soy tú intrépido detective… estoy a lo que me digan.

— ¿Tuvisteis hijos?

—Uno, con el que no hablo desde el divorcio… sé que tiene una escuela de buceo en el Pacifico, lo vi en “Españoles por el mundo”. Averigüe su dirección y le escribí, pero me devolvieron las cartas por desconocido. No quiere saber nada de su padre… ya ocurría desde mi divorcio, cuando tenía doce años, a pesar del régimen de visitas, ya no quería venir conmigo.

—Otra vez solterito y sin compromiso, como Salvador Culoblando. ¡Ves como os parecéis!

—Yo, ni soy detective, ni atraigo a las mujeres, es algo que sé empíricamente, no poseo la personalidad arrolladora de tu héroe, ni mi vida se desarrolla entre misterios, aventuras y sucesos truculentos, la decisión más heroica que he tomado en los últimos cincuenta años ha sido venir a verte. Siempre he tenido mi vida distribuida entre el banco, la partida de dominó y el televisor. Ahora ya sin el banco. La gran aventura de mi vida es comprobar semanalmente la quiniela. La única vez que atracaron mi banco, yo estaba en el medico.

— ¡Ay Salva!, eso es porque no vives el personaje que llevas dentro. Tú, huérfano de un policía caído en acto de servicio, buscándote la vida en los barrios marginales, adquiriendo conocimientos que hacen de ti el mejor detective de la ciudad, tu que medras entre los poderosos, temido por los delincuentes y amado por las mujeres. Ese eres tú, aunque no te hayas decidido a vivirlo. Cuando te desprendas de ese barniz de timorato triunfaras.

—Benito, mi padre no fue policía, era sereno y murió mientras pedía el aguinaldo, porque un borracho se subió a la acera con un motocarro y lo arrolló. No tuve que ganarme la vida en barrios marginales, mi tía me enchufó de botones en un banco. Todo lo que sé de la vida lo aprendí en el banco, leyendo el periódico y en la iglesia, donde conocí a mi mujer en un grupo de vida cristiana, en el que permanecimos algún tiempo, luego lo abandonamos y más tarde mi mujer nos abandonó a mí y a las enseñanzas que habíamos adquirido y se convirtió en un pendón desorejao. No soy detective, soy un oficial bancario, prejubilado; de los potentados y de los delincuentes solo sé lo que dice la prensa y la tele, mis clientes en el banco eran trabajadores como yo y de mujeres solo conozco a las de un lupanar al que acudo muy de tarde en tarde.

—Vamos a tomarnos algo y buscamos sitio donde cenar. ¿Te hace?

—Lo que tú digas Benito…

—Querrás un bourbon ¿No es así Salva?

—¿Bourbon? ¿Yo? No, Benito, no. Yo no tomo alcohol. En las celebraciones a veces me tomo media cerveza y me coloco.

—Entonces, ¿Qué quieres beber?

—Me tomaré un café con leche… pero… si vamos a cenar después, mejor un cortado, para no perder el apetito.

—Vaya con el detective Culoblando… se va a emborrachar con un cortado.

—No te burles Benito. Nunca entendí porque le diste mi nombre a tu personaje. Nunca hice nada importante. Cuando me divorcie, mi mayor problema era saber quién me diría lo que debía hacer para seguir viviendo. Siempre he sido un indeciso, no tienes idea de lo que me costó decidirme venir a verte.

—Que has tenido que pensártelo para venir. ¿A mí? ¿A tu amigo de la infancia?

—Han pasado muchos años. Tú eres muy popular… ni siquiera me habías reconocido.

— ¿Acaso tú me reconociste?

—Sí, yo he seguido tu trayectoria desde que empezaste a publicar, tengo todas tus obras, y por las fotos de las solapas y las entrevistas en la tele, siempre he sabido como eras.

— ¿Por qué nunca me buscaste? La novela que protagonizas es de la primera edición, ¿No lo habías leído hasta ahora?

—La leí en cuanto salió, la he releído decenas de veces, la he memorizado.

— ¿Tanto te gustó?

—Sí, era la vida que no supe o no me atrevía a vivir, pero que podía leer cuando quisiera. Cada vez que la leía, me imaginaba en medio de esas aventuras… sin ningún riesgo.

— ¿Y viendo que había usado tu identidad, no se te ocurrió llamarme?

—Sí, lo pensé…

—¿Porque no lo hiciste?

—Es que… en ese momento yo… Coincidió con el período en que mi mujer acababa de dejarme, en ese tiempo no sabía ni donde había dejado mi autoestima, ni qué debía hacer al salir del trabajo. Mi mujer ya no estaba para decírmelo… simplemente dejaba que las cosas sucedieran alrededor.

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—Pero si tú, el detective Culoblando, no soportas que nadie te diga lo que debes hacer.

—Benito por favor, no me asimiles a tu personaje. Eso me duele.

—El personaje me lo inspírate tú.

— ¡¿Cómo te lo iba a inspirar yo?! Si dejamos de vernos cuando teníamos catorce años.

—Ya apuntabas formas, eras el inteligente del grupo, el que hacía las deducciones, el que acertaba que dirían nuestros padres de nuestras trastadas, él que…

—El que tenía un culo gordo y blando. Ese era yo y solo ese.

—Eso también es verdad, y así lo cuento en la novela.

—Es la única verdad que dice la novela sobre mí.

—No seas así, siempre te vi como el detective Culoblando, siempre te tuve por audaz, arrojado, independiente y con las chicas siempre rondándote.

—Tú viste un personaje que había creado tu fantasía, decidiste llamarlo como yo y a partir de ese momento tu creación me sustituyó en tu mente.

—Pero Salva…– Por primera vez en su vida Benito no sabía que decir.

—Con las chicas pasaba igual, se me acercaban cuando querían estar tranquilas, a mi lado estaban seguras, no temían que les metiera mano o las besara por sorpresa. Las oía comentar las fantasías que tú les metías en la cabeza para camelártelas, se te daba muy bien, las sentabas en el trono que soñaban ocupar, les decías lo que ansiaban escuchar y ellas, encantadas de oírlo, no pensaban en ningún otro tío más que en ti. Conmigo hiciste igual, creaste el héroe que yo soñaba ser, le pusiste mi nombre y confiaste que el azar me hiciera conocerlo y así sucedió, compre el libro, me halagó, pero no caí en la tentación, me conozco, sé quién no soy.

—Nunca pretendí reemplazarte, nunca intenté sustituirte… siempre expresé las cosas como las veía, como pensé que eran, yo te veo así… te admiro como el héroe de mi novela.

—Construyes el personaje, creas su mundo y cierras los ojos a cualquier dato que pueda enfrentarse a tu creación. Mírame Benito y dime ¿Ves en mí al ser audaz, al que entra en un bar de alterne, mira desafiante a la concurrencia, se dirige al barman, pide un Bourbon doble y una rubia simple? ¿Crees que sería capaz, tan siquiera, de desafiar con la mirada a la cerillera del puticlub?

—Pues ahora que lo dices… ¿entonces crees que he estado mintiendo?

—No has engañado a nadie, y mucho menos a ti mismo, has creado una ficción con unos personajes que tan solo son hijos de tu portentosa imaginación y has querido humanizarlos con el nombre y los rasgos de quienes conocías.

—De todas formas Salva, creo que tienes un concepto muy pobre de ti mismo. Tienes la autoestima por los suelos. Eres capaz de mucho más de lo que piensas.

—Entiendo perfectamente cómo se sentían las chicas, ¿has pensado meterte en política?

Cenaron juntos, Benito con su calenturienta imaginación amenizó la velada  tratando de que Salvador tropezara con su autoestima, empresa harto compleja, este lo escuchó y evocó una vida que no había vivido. Al acabar Benito propuso tomar unas copas, pero desistió ante la acogida de su amigo. Triste por no haber estimulado a Salvador, pidió un taxi y le ofreció acercarlo a su casa.

—Déjalo Benito, vivo cerca y aprovecharé para pasear un poco.

Intercambiaron sus números de teléfono y se despidieron. Salvador se dirigió a su casa, pero lo hizo con más aplomo del que tuvo en toda su vida.

Paró ante el puticlub que había frente a su casa y en el que nunca había entrado. Sin darle tiempo al arrepentimiento entró en el establecimiento empujando violentamente la puerta, miro desafiante la exigua clientela, nadie respondió a su provocación, ni siquiera lo miraron, se dirigió a la barra tras la que se pintaba las uñas una madura prostituta trasmutada a camarera.

– ¿Que vas a querer chato?

– Un Bourbon doble y una rubia simple —se oyó decir a si mismo con un desparpajo que lo sobresaltó.

® Alberto Giménez Prieto

0 thoughts on “EL PERSONAJE

  1. Me cabe el honor de haber estado en ALFAMBRA y en esa entrega de premios, como presidente del jurado de la entidad convocante. AÑADO, no conocía a Lumbre Alberto Giménez hasta ese momento y luego, por fortuna, nos hicimos amigos y compañeros, en varios frentes literarios. Un abrazo Alberto.

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