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EL OLVIDADO GÉNERO EPISTOLAR

A lo largo de mi ya amplia vida, he sido un entusiasta del  llamado género epistolar que,  en lejanos tiempos,  solía practicar con cualquier motivo, y no por cuanto yo pudiera decir, que también,  sino por las maravillosas respuestas que en ocasiones recibía y que supusieron desde muy joven una gran enseñanza para mí,  especialmente en mis primeros  coqueteos con la escritura. Las cartas emitían una magia especial  mientras las esperaba,  y el corazón latía fuerte cuando el cartero llamaba a mi puerta.

Durante algún tiempo me resistí a prescindir de ellas, pero sin tardar mucho comprendí que había perdido  la batalla, arrinconado como me vi por la insistencia de mis destinatarios que groseramente recurrían a los SMS, Mail, o WhatsApp  para responder a mis periódicas  misivas.

Con gran nostalgia recuerdo su tiempo, porque una carta manuscrita ofrecía dos vertientes perfectamente definidas: de una parte  el argumento que la provocaba, y de otra, el trasfondo que la acompañaba y que expresaba de forma  inconsciente  las razones íntimas de quien la escribía, desnudando  su alma sin pretenderlo  entre los renglones,  la tinta y el dibujo de su escritura;  así, el destinatario podía descubrir el estado de ánimo de quien lo escribía;  las verdades o mentiras del argumento escrito que desvelaba  la personalidad del autor,  porque en un  manuscrito  afloran  inconscientes las marcas del corazón,  del sentimiento y de la vida…sin que se precisen grafólogos.

Y si en lo material  o en lo  banal  y hasta en lo intrascendente,  una carta escrita declara su mensaje ciertamente, no digamos en el terreno del amor;  en ese sentimiento universal, mágico,  a veces misterioso y delicado que dicta  una relación amorosa, con su multiplicidad de ensoñaciones, pasiones  y aventuras irrealizables  nacidas del corazón.

Una declaración de amor acuñada  en una carta, tiene una profundidad infinitamente mayor que la vertida en una frase que puede llevarse el viento según se pronuncia.  Cualquier promesa  o  compromiso  recogidos en una carta,   permanecen  en el tiempo,  y pueden  recuperarse –no importa cuándo-  volviéndolos  a leer, mientras que una palabra se pierde en el espacio un vez dicha y  solo escuchándola de nuevo  volverá a tener actualidad… momentánea.

Los correos de hoy mediante signos impresos, son más veloces y llegan en tiempo real, pero el receptor, si tiene  otra prioridad coyuntural,  posterga su lectura hasta el momento que su tiempo lo permite, incluidas  las urgencias  del amor;  pero en tiempos pasados  no tan lejanos,   la llegada de una carta amorosa rompía cualquier  prioridad.

Una canción de épocas románticas  decía que  “la distancia era el olvido…  y la carta era el reencuentro”;  pero hoy,  los whatsApps, SMS y hasta el hortera sonido del teléfono, pueden resultar  por su insistencia un latazo,  un puro aburrimiento,  y la facilidad de la  tecla que lo anula, puede producir fatales desencuentros….

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Escribir era un ritual, especialmente cuando se trataba de cartas de amor, en las que descubríamos nuestros secretos más íntimos y confesábamos aquello que nunca diríamos en un cara a cara.. Y  era un ritual también, buscar un  rincón solitario para leerlas enseguida cuando se recibían. Porque una carta encerraba un misterio por descubrir, porque nunca sabíamos su contenido.

Yo siempre lo hacía con mi pluma estilográfica, que paciente ella, espera ahora nostálgica en un rincón de mi despacho…

Hace años que no escribo ninguna carta y lo que ahora digo, es un desahogo, un lamento, una añoranza por un tiempo que se fue y que jamás volverá.

Julián Díaz Robledo

I CERTAMEN DE ARTÍCULOS Y POESÍA PERIÓDICO DIGITAL GRANADA COSTA

Cada tres meses se entregarán dos premios: uno concedido en la vertiente de textos y otro para los poemas

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