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El Invernadero del “Tío Paco” – A TODA COSTA

Hace muchos años, no sabría el número exacto, pero creo que bastantes, vivíamos de cara al mar en un paraje condenado al anonimato.

Tan sin árboles, solo cinco; tres higueras, dos palmeras y unas cuantas matas de higos chumbos, que lucían tentadoras el fruto y amenazantes sus anchas palas repletas de afilados pinchos.

Tan sin ganado; solo dos vacas, seis gallinas, dos cerdos y una mula.

Tan sin vecinos; algunas casitas que apenas las cubría un tejadillo, rematado por una chimenea.

Tan sin vida; en una palabra, que aquel trozo de tierra reseca no había tenido derecho a ningún nombre en particular y por todos era conocido como <<El invernadero>>, por los cuatro viejos palos, que apuntando al cielo, sostenían un manto de plástico.

Solo el aire, por lo general rebelde, con sus enormes manos, manos de viento, marcaba allí el rumbo a su antojo arrastrando hojas y polvo por doquier.

Paco, había sido un hombre avanzado a su época, que en aquellos tiempos de antaño apostó por el futuro que actualmente son las prósperas tierras de la costa de Granada, consiguiendo con los años convertirlo en un invernadero moderno y bien mecanizado, como todos los que más tarde acudieron a la zona.

Apenas había amanecido, ya se agrupaban las cuadrillas de trabajadores en torno a los largos pasillos de las matas de tomates, dispuestos a iniciar su tarea.

loro-de-juguete

  • ¡Vamos! ¡Vamos!… a trabajar, que me han dicho que hoy se paga bien el tomate en la alhóndiga. –gritaba Paco, que caminaba apoyado en un recio bastón junto a su hijo.
  • Siempre dicen eso y luego <<na de na>> – refunfuñaba Jacinto el encargado.

Efectivamente aquel día fue de satisfacción general y Paco, que siempre había sufrido en sus carnes los avatares de un mercado inestable, en los momentos de bonanza sabía recompensar a las personas de su entorno.

Antes de pasar por casa entró en el bar, que le asaltaba tentador a la salida de la alhóndiga. Era mañana de semblantes sonrientes y tertulia animada.

Estaba en plena “cháchara” cuando se le acercó una vendedora ambulante que le mostró un loro de juguete con pico de plástico amarillo anaranjado, ojos saltones haciendo juego con los colores de su plumaje de trapo y con un dispositivo interior que le daba la facultad de repetir lo que se le decía… Tenía su gracia el loro.

  • Ande cómpreme un lorito.

Paco la miró, era un buen día y decidió comprarlo.

Llegó a casa contento y llamó a su nieta, ella acudió rápida a darle un beso y se quedó prendada del loro que probó de inmediato delante de todos

  • Soy Carmencita.

El loro repetía con voz metálica: – Soy Carmencita, soy Carmencita, soy Carmencita…

La niña lo intentó otra vez.

  • El abuelo es guapo

El loro insistió: – El abuelo es guapo, el abuelo es guapo, el abuelo es guapo…

Paco se reía feliz y quiso intentarlo, diciéndole al loro:

  • Mañana los tomates se pagarán más.

El loro respondió: – Mañana los tomates… ¡ya veremos!…

Paco frunció el ceño y exclamó: ¡La leche que te dieron…! mientras se marchaba.

Alguien comentó: Este loro será de juguete, pero sabe mucho de este negocio.

Francisco Ponce Carrasco

Cuesta San Blas 1

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