Portada » EL GAFE

La algazara que reinaba en el chigre cesó de inmediato cuando Félix entró, un movimiento espontáneo dejó libre la mitad del mostrador de gastado mármol, que en algún tiempo fue blanco; los parroquianos, en silencio, se desplazaron al otro extremo del comercio, a la parte dedicada a la venta de los escasos artículos existentes, nadie quedó junto al poyo en que Félix acomodó su cojera.

—No hace falta que me dejéis tanto sitio, soy cojo… no gordo.

Nadie replicó. El tabernero le sirvió y se retiró al rincón.

Hasta ese momento todos los parroquianos agrupados voceaban, pero su entrada los dispersó y acalló.

Emilio el único forastero presente preguntó a su acompañante:

— ¿A que vino esa espantada?

Ye (es) Félix el gafe… —señalando al recién llegado.

— ¿Gafe? ¿Jacinto, todavía andáis en esas?

—Tú también creerás cuando lo conozcas.

—Todo eso no es más que incultura y tú como maestro del pueblo…

—Permitirme que tercie —dijo Lucas, alcalde y cronista del municipio—. Jacinto va sobrado de razón: la madre de Félix faltó en su parto.

—Eran otros tiempos…

—A su padre y su hermano se los llevó la mar cuando él no levantaba dos cuartas….

—Esta es una aldea marinera y el mar…

—Le adoptó un pariente lejano, que acabó siendo su suegro cuando Félix preño a su hija. Su padre adoptivo y suegro también murió en la mar…  pero no ahogado, sino por la explosión de un cartucho de dinamita de los que Félix manejaba para pescar, y además se le llevó la pierna.

—Bueno… fue un accidente —Emilio empezaba a violentarse defendiendo las desgraciadas circunstancias de Félix.

—Se casó con su hermana adoptiva y al poco esta murió en el parto llevándose con ella a la criatura.

—Es que no tenéis ni ambulatorio…

—Ambrosio, que le aceptó un vino, encalló el barco en el bajío de la entrada al puerto, increíble para alguien de su experiencia…

—Todos tenemos descuidos…

—Pero cuando tenía el barco en dique seco para repararlo le ardió completamente sin que nadie supiera la causa.

—Todo eso no es más que mala suerte, casualidades que vuestro miedo relaciona con la supuesta aptitud de Félix. Y no lo digo por hablar, si Félix me invita a una copa pienso aceptarla…

Parecía todo preparado, en ese momento el cojo preguntó a  Emilio:

—Usted, joven, no es de aquí ¿Verdad?

—No señor, pero lo seré, compré el vivero del viejo Matías.

—¿Va a dedicarse al marisco?

—Sí, en eso he metido cuanto tenía…

—Así me gustan los hombres… no como estos babayus (engreídos) que esconden sus miedus tras los sayus (faldas) de la mala suerte, en lugar de admitir que meten la pata, como la metí yo, y así estoy —se rio de sí mismo— Me presta (agrada) invitarle a un vino… a usted y a la compaña.

Repentinamente el ambiente aún se enrareció más, algunos encontraron una razón para abandonar urgentemente el chigre sin que su hombría desmereciera, los que quedaron mostraban claramente su rechazo a la invitación.

Emilio lo comprendió y el miedo que había socavado su voluntad conciliadora y le empujaba al rechazo e ideó la excusa perfecta: como aún no había tomado nada, diría que estaba en ayunas para una prueba médica.

—Con mucho gusto acepto su invitación. —Se oyó decir a sí mismo, contra  a su deseo.

Todo fue rodado se encontraron solos, los demás habían salido a escape. Y sin saber la razón allí estaba bebiendo con el ciguáu (gafe).

Cuando salió de la sidrería tras una hora de vinos con el aojador, todos los conocidos con que se cruzó parecían muy ocupados.

Camión

Pasó un año y ninguna desgracia ocurrió a Emilio, que se decía el vencedor de las habladurías sobre Félix, aunque sin lograr desterrar el temor de la mente de los paisanos.

A diario daba ejemplo compartiendo alguna copa con él, o echando un pitillo cerca de su vivero, a le Félix gustaba echar la caña  donde los criaderos sorbían al océano. No era que hubiera nacido la amistad, solo compartían ratos perdidos: Emilio porque no podía dejar de lado al Quijote que llevaba dentro y Félix porque Emilio era el único que l e hablaba.

El vivero había ido bien aquel año, se estaba amortizando y con otro año así acabaría los pagos y vendrían las ganancias, solo quedaba un año de apretarse el cinturón. En eso pensaba cuando Covadonga, una empleada, subió alarmada al despacho.

—¡Don Emilio que se nos mueren los bichos!   ¡Por dios venga usted!

Él bajó hasta las piscinas, efectivamente bogavantes, langostas, centollos y andaricas flotaban en un agua muy turbia…

—Covadonga suba hasta la toma de agua y mire qué pasa. —Al tiempo que  se llevaba  a la boca unas gotas de agua, que escupió inmediatamente—. Está contaminada. ¡Saquemos todos los animales que podamos!

Fue inútil, los crustáceos que no habían muerto se debatían en sus últimos estertores. Nada se pudo salvar.

—Don Emilio arriba no hay nada, aparte…

— ¿Aparte de qué Covadonga!

— Félix está lavando unos toneles que ha sacao del mar.

Emilio, presintiendo lo peor, salió disparado, cuando vio a Félix enjuagando unos bidones con la advertencia de veneno, le gritó con todas sus fuerzas para que se detuviera, Félix se volvió y aún pudo ver como Emilio, cruzaba la carretera sin ver al camión de reparto de comestibles.

Alberto Giménez Prieto

Deja un comentario