Portada » EL ARTÍCULO MENSTRUAL

No, no se trata de una errata. El dígrafo “tr”, tremendo y transgresor, no se ha colado subrepticiamente para fastidiar el indudable talento del autor, ni tampoco es fruto de una jugarreta del corrector automático de textos (al que en justicia se debería denominar “incorrector”). Simplemente sucede que este artículo versa sobre la espinosa (y sangrante) cuestión de si papá Estado debe autorizar y sufragar una baja laboral por menstruación dolorosa.

Según la nueva ley, el médico correspondiente de la Seguridad Social será quien decida si el dolor que sufre la paciente es o no incapacitante para el trabajo que realiza y también por cuántos días concede la baja. Cuestión complicada, calibrar la intensidad del dolor ajeno. Existe cierta tendencia a exagerar el propio, a no ser que seamos fieles acólitos de la corriente filosófica del estoicismo, tan de moda en nuestros tiempos (aunque solo sea como la figura del Che Guevara, reducida a servir de estampado en camisetas fabricadas en algún país asiático con mano de obra esclava). Tal vez si dispusiéramos de un dispositivo que nos permitiera sufrir en nuestras carnes el dolor del prójimo las cosas nos irían mejor. ¿Quién se lanza a diseñar y construir un empatizador? (Así denominaría yo a la maquinita). Aunque me temo que sería algo que no interesaría a las empresas: los beneficios que obtienen suelen ser directamente proporcionales al egoísmo que incubamos.

 En cualquier caso, ¿cómo no estar de acuerdo en que a alguien que sufre un episodio incapacitante (como sin duda lo es en algunos casos la menstruación) se le conceda la posibilidad de ausentarse del trabajo? ¡Habrá personas que finjan ese dolor!, se argumentará. No lo dudo. Como en todos los aspectos de la vida, hay personas dispuestas a aprovecharse del sistema valiéndose de la imperfección de las leyes, pero aquí lo que importa es si la ley es justa o no. ¡Una ley así va en contra de la lucha de las mujeres por la igualdad!, me han argumentado al menos un par de mujeres, curiosamente. Tampoco estoy de acuerdo. Si a los hombres nos doliera muchísimo la próstata una vez al mes y no hubiera analgésico que mitigara el dolor, ¿no sería argumento suficiente para ausentarse del trabajo?

 Además, la regla es contagiosa. Bueno, el sangrado en sí no, pero sí sus efectos. Los manuales de medicina afirman que el síndrome premenstrual (SPM) es un trastorno recurrente de la fase lútea caracterizado por irritabilidad, ansiedad, labilidad emocional y depresión. Vamos, que la persona que lo padece puede estar más encendida que una cerilla —“més encesa que un misto”, expresión muy frecuente en Mallorca— o más apagada que la misma cerilla, pero consumida. ¿Y quién puede negar que los estados emocionales se contagian? Por lo tanto, si por padecer la covid nos enviaban a casa para evitar la propagación de la enfermedad, con la regla con más motivo. No puedo imaginar cómo sería una epidemia de mala leche, irritación y arrebatos varios producidos por una menstruación dolorosa.

 Lo único que me queda por pedir es igualdad, eso sí. Guardo recuerdos entrañables de aquellos maravillosos anuncios de compresas que proliferaron en los noventa en los que aparecían mujeres tremendamente alegres, activas y vitales rodeadas de colores vivos y sonrisas por doquier por el simple hecho de tener la regla. Brincaban, sonreían, desplegaban tal arsenal de felicidad que uno no podía por menos que sentir envidia. En la época fantástica en que vivimos, en que uno casi puede elegir su sexo a su gusto —déjenme decirles que uno de los temas clásicos de la ciencia ficción a partir de los años sesenta fue especular con la posibilidad de que las personas pudiéramos modificar nuestro sexo a voluntad. La mismísima Ursula K. Le Guin, reconocida feminista y primera mujer en ser galardonada con el título de Gran Maestra por la Asociación de escritores de ciencia ficción y fantasía de Estados Unidos, escribió en 1969 una novela que obtendría los premios Hugo y Nébula, “La mano izquierda de la oscuridad”, en la que los habitantes de una colonia espacial se han convertido en hermafroditas con la capacidad de cambiar de sexo a voluntad—, los varones deberíamos exigir que la Seguridad Social nos sufragase no un cambio de sexo, sino la posibilidad de tener la regla una vez al mes, para poder gozar del mismo bienestar que les mujeres cuando tienen el período. ¡Así evitaríamos embarazosos (sic) agravios comparativos!

 Por cierto, y parafraseando a Forges: “¡Pero no te olvides de Ucrania!”

Javier Serra

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