El alzhéimer de las emociones, ese que hace olvidar al corazón

–Pero, ¿dónde estoy? ¿Qué es esto que me cuelga de la muñeca?

–Te quieres callar ya. A que me voy y te dejo sola.

–Pero ¿porque me haces esto? ¿porque estoy atada?

–Mama, ya te has arrancado la sonda dos veces.

–Pero ¿porque tengo una sonda?

–Cállate ya o me voy. Te han operado, que no te lo digo más veces, que me tienes muy harto.

–Pero, ¿porque me hablas así?

–Ya te lo he dicho y no te lo digo más. A que me voy. ¿Te quieres quedar sola?

–No

Después de unos minutos mirando el techo la anciana volvía a olvidar.

–¿Por qué me haces esto? ¿Por qué estoy atada? ¿Te he hecho algo malo?

–Ya estoy harto me voy.

–No, por favor no te vayas. No me dejes aquí sola.

–Pues cállate y déjame en paz. –El hijo volvió a la incómoda butaca del hospital y se puso los auriculares para pasar aquella noche de cualquier manera.

Este es un diálogo real, que viví en un hospital de Córdoba durante días, desde la incómoda butaca de un hospital, al otro lado de unas asépticas cortinas.

Las primeras dos noches, esa anciana víctima de Alzhéimer estuvo sola. Yo estuve allí atendiendo a mi familiar en la misma habitación y a veces me confundía con su hijo. Me decía <<Hijo, ayúdame por favor, desátame, dame una explicación>>. La ataron de manos porque se arrancaba las sondas para marcharse de allí. Mientras, su familia no apareció al menos las dos primeras noches.

Erubiel Flores en Pixabay

Ella lloraba, no sabía dónde estaba, ni por qué. Sobre todo, no entendía porque su hijo, a quien aún reconocía, la trataba de aquella manera.

El dolor que deambulaba por los pasillos de aquel hospital lo recuerdo frio, había días que lo veía pasar de largo y otros, entraba en nuestra habitación compartida con aquella pobre anciana. Hubo días en los que me pareció no verlo, pero en uno de estos, desde el final del pasillo oí los llantos y las batas blancas correr y enseguida supe, que el dolor entró en alguna habitación para dejar su frio. Luego se pegaba a familias, que andaban tras camillas fantasma, en las que pude adivinar siluetas bajo ásperas sábanas de hospital.

En un ambiente como aquel debió ser inimaginable el dolor de aquella anciana, no solo por su dolencia sino por no saber dónde estaba, atada y a oscuras. Algunas noches se hicieron eternas. Casi era peor cuando su hijo se quedaba. Es una enfermedad cruel, que roba recuerdos, no solo al enfermo sino a veces a los familiares. Ese hijo olvidó como ella lo cuidó desde pequeño, olvidó sus canciones para dormir, olvidó su regazo, olvidó que él también estuvo enfermo y ella lo cuidó con el cariño de una madre. Olvidó sus besos. Pero ese tipo de olvido, que se da en algunos, no tiene nada que ver con las neuronas, con el alzhéimer que conocemos, sino con el corazón, con el amor, bien pudiera llamársele el “alzhéimer de las emociones, que le hace olvidar al corazón”

Las enfermeras hacían su trabajo, pero no perdían demasiado tiempo, atender sus emociones era trabajo para la familia, pero una noche llegó una enfermera que no había visto antes. Se me derritió el corazón al ver todo el cariño que le dedicó a aquella pobre anciana, tanto que aquella noche por primera vez pudimos dormir todos. La anciana se tranquilizó, se sintió querida por unos instantes y se durmió plácidamente. A la enfermera casi se le derraman las lágrimas, ella había perdido a su madre por la misma enfermedad.

Irse de este mundo porque una enfermedad incurable lo ha decidido, es muy triste. Debe ser muy duro saberlo en los momentos de lucidez, pero más triste aun estar solo y no sentirse querido.

Si alguna vez tienes que cuidar a alguno de los tuyos, sea cual sea la enfermedad, dales todo el cariño que puedas, porque el tiempo es finito, se acaba y no vuelve. Que ese otro tipo de “alzhéimer de las emociones, que le hace olvidar al corazón” no te haga olvidar lo que ellos hicieron por ti.

 

Autor: Manuel Salcedo Gálvez.

Fotografía: Erubiel Flores

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