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DON SALVADOR VALERA PARRA EL CURA DE HUERCAL-OVERA QUE CAMINA HACIA LA SANTIDAD

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El Cura Valera como es conocido en el pueblo, nació en Huércal-Overa, un 27 de febrero de 1816 y falleció el 15 de marzo de 1889.

Desde muy niño sintió la llamada vocacional y sus padres, modestos labradores, no escatimaron en esfuerzos para que el bueno de Salvador pudiera cumplir su sueño.

Ello supuso mucho sacrificio y privaciones, pero finalmente, para satisfacción de todos fue ordenado sacerdote en 1840 y destinado a su propio pueblo.

En 1849 ejerció su ministerio en Alhama de Murcia con tal entrega que los testimonios de consideración hacia su persona son patentes en la actualidad.

En 1851 vuelve a su localidad natal siendo despedido por los alhameños que le suplicaban que no se marchase.

Quien tiene la suerte de observar su cuerpo enjuto y la cara noble que se recoge en la foto que queda de él, se impregna de una mirada misericordiosa y de entrega a los demás, como posteriormente se ha puesto de relieve con las acciones de bondad, sobriedad y amor que ha desprendido en todos y cada uno de sus actos.

Don Salvador permanece en su Huércal-Overa natal hasta 1864, fecha en que fue nombrado para el curato de Cartagena. Allí también brillaron con luz propia las acciones de este hijo de Dios, que con dulzura y serenidad contribuyó a aplacar las revueltas que se sucedían en el penal cartagenero, así como con las medidas para frenar la epidemia de cólera que azotó la zona.

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Testigo de esta entrega es el cáliz que el ayuntamiento de la localidad le regaló en agradecimiento de su actuación y que se custodia en la parroquia de la Asunción de su pueblo natal.

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Hasta tal punto se extendió su fama de sacerdote convencido y abnegado que el mismísimo general Prim quiso llevárselo a la corte en 1868, aunque d. Salvador declinó los honores pues deseaba regresar con su anciana madre.

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Efectivamente, no volvió a salir de su pueblo hasta su muerte. Es conocido de todos su entrega y generosidad, su humanidad, la caridad que le hacía repartir a manos llenas todo cuanto tenía o le daban, su pobreza en bienes materiales pero su gran riqueza en amor hacia quienes acudían a él buscando amparo.

Realizó acciones que se puede catalogar como heroicas cuando el cólera morbo asoló la zona, del Almanzora allá por 1885; su implicación en el consuelo y ayuda a los damnificados del terremoto de 1863 y todo ello bajo la devoción sin límites hacia la venerada Virgen del Río, como es conocida la Virgen de los Desamparados.

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El día 15 de marzo moría don Salvador y el pueblo entero se volcó conmocionado a rendirle su último homenaje. Se cuenta que tal era el fervor que sentían por su persona que todos querían poseer un trocito de su ropa como reliquia milagrosa, lo que obligó a vestirlo en varias ocasiones.

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Sus restos se encuentran en el presbiterio del altar mayor de la iglesia de la Asunción de su localidad.

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EL CURA VALERA EN MI FAMILIA, VENERACIÓN ABSOLUTA

Siempre he oído decir a mi madre, con orgullo no exento de admiración, que su abuelo José tuvo que ir a Lorca (Murcia) a buscar la caja de cinc en la que fue enterrado el admirado y querido don Salvador y que fue acompañado de su hijo pequeño José Antonio Parra (El Marchante).

Esto no pasaría de ser un hecho anecdótico si con el correr de los años, el venerable cura no hubiese vuelto a estar presente en mi familia, concretamente, cuando ese niño pequeño que se desplazó a Lorca, ya mayor, recibió un golpe de un caballo tan grave en la pierna que hizo que la gangrena apareciese.

El médico que lo asistía (don Pedro) lo visitaba a diario, pero le herida se hacía cada vez mayor y con peor aspecto y con un pronóstico devastador. No esperando nada bueno, el doctor recomendó a mi abuela que llamase a sus hijos que vivían en Alicante para que tuviesen la ocasión de verlo con vida y despedirse, pues el enfermo no se salvaría. Así se hizo y todos acudieron a la llamada y velaron esperando el desenlace.

 Sin embargo, al anochecer noche y sin que nadie lo supiese, mi abuela acudió a una sobrina del cura que poseía el busto de la Purísima que, el reverendo párroco tuvo siempre sobre su mesa, para pedirle que lo llevara para alentar el último suspiro del moribundo. Salvadora, lo llevó a casa del enfermo y lo colocó en la cómoda que había a los pies de la cama. Nadie sabía que la imagen estaba allí, ni el mismo abuelo. Al amanecer, Salvadora se llevó la imagen envuelta como había venido. Nadie, salvo mi abuela, sabía nada.

Contaba mi madre que el olor a putrefacción era tan fuerte que no se podía respirar y la sensación de la inminente muerte de su padre se podía observar en la casa. Había silencio sepulcral, recogimiento y llanto contenido en la familia.

El óbito no se produjo, aunque la noche transcurría lenta. Al día siguiente enfermo estuvo intranquilo. La noche siguiente fue de pesadilla. Al amanecer todos pensaron que de ese día no pasaba, no obstante, llamaron al médico que volvió para curar la infectada herida y el asombro se reflejó en sus ojos.

  • No comprendo nada, Ana Josefa, – le dijo a la abuela- ¡tenemos hombre!

Nadie sabía nada. Con el tiempo el abuelo mejoró y un día, ya octogenario, lo encontraron muerto subido en uno de los autobuses que tanto amaba.

El médico informó de lo inverosímil del caso cuando en 1954 el obispo de Cartagena inició los primeros pasos para el reconocimiento de la santidad de este ministro del Señor que se encuentra enterrado bajo el presbiterio de la Iglesia de la cual había sido párroco.

Se escribió un primer libro relatando todos y cada uno de los casos inexplicables en los que de una u otra forma el Cura Valera estaba relacionado, con testimonios de familiares y protagonistas, que no dudaban en adjetivarlos como hechos milagrosos. Posteriormente otros autores han hecho lo propio, incluso en forma de cómic y dos en forma de cortometraje.

En 1989 se reactiva el caso del proceso de beatificación y en la actualidad se encuentra en camino cierto hacia ese reconocimiento por parte de Roma.

                                                                       Ana Martínez Parra 

Noticia de la prensa eclesiástica

El cura Valera de Huércal-Overa, proclamado «venerable»

El Vaticano estudia la posible intercesión del párroco huercalense en un milagro en Providence, en Estados Unidos, para su beatificación

Jueves, 18 marzo 2021, 23:53

El papa Francisco ha firmado el Decreto por el que la Iglesia declara «venerable» a Salvador Valera, el conocido como Cura Valera, por haber vivido «de forma heroica las virtudes cristianas» de «la fe, la esperanza y la caridad», que son «las virtudes teologales», así como «la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, que son las virtudes cardinales, y otras virtudes propias de su vocación sacerdotal como la pobreza, la castidad y la obediencia, la humildad y la caridad pastoral, ha trasladado la Diócesis. Entre 1991 y 1996 se llevó a cabo la fase diocesana de su Causa de Canonización. Después se inició la fase romana de la Causa. Este Decreto pontificio culmina el estudio que la Congregación para las Causas de los Santos de Roma ha realizado de la Positio que ha recogido la prueba de la vivencia heroica de las virtudes, presentada en 2018. Ahora procederá al estudio del presunto milagro que Dios ha realizado por intercesión de D. Salvador Valera en Providence (Estados Unidos), instruido en aquella diócesis en 2014, requisito necesario para su Beatificación.

El Venerable Salvador Valera Parra nació en Huércal-Overa (Almería) el 27 de febrero de 1816 en el seno de una familia pobre y humilde, en un tiempo difícil por la presencia de continuas epidemias, hambrunas y persecuciones a la fe, forjando una fe firme que le hizo un auténtico apóstol de Cristo. Se conserva la casa natal en la calle que lleva su nombre. Estudió en el Seminario de San Fulgencio de Murcia, diócesis a la que entonces pertenecía esta Parroquia. Ordenado sacerdote a los 24 años en 1838, destaca por un celo ardiente, humildad profunda, sencillez encantadora, generosidad admirable y caridad sin límites.

Ejerce su ministerio en las parroquias de Alhama de Murcia y Cartagena hasta que en 1868 regresa como Párroco a su pueblo natal. Siempre dispuesto a repartir su comida y vestidos, pasa las noches en vela cuidando enfermos y moribundos, ofreciendo a todos los auxilios espirituales. La Virgen se convierte en la principal confidente de sus desvelos. Atendió con heroísmo a los enfermos del cólera en las epidemias de entonces. Ante el peligro de terremotos nunca quiso abandonar a su pueblo si no lo hacían también los presos a los que socorría. En atención a su entrega recibió varios premios y condecoraciones civiles. El 15 de marzo de 1889, tras una vida sacerdotal entregada y acompañada de signos extraordinarios muere en olor de santidad. Su cuerpo reposa junto al altar de la Iglesia Parroquial de La Asunción de Huércal-Overa, donde se conserva viva su fama de santidad.

Ya tras su fallecimiento es admirado por sus virtudes cristianas y sacerdotales, e incluso se le atribuían hechos milagrosos, por lo que el entonces Arzobispo de Valencia dijo de él: «No estoy hablando de un hombre ni de un sacerdote, hablo de un ángel». Son innumerables los testimonios de fama de santidad y de signos de don Salvador Valera recabados a lo largo de los años y que sigue viva en la actualidad, llegando a ser definido como «el Cura de Ars español», pues vivió su ministerio sacerdotal principalmente en su pueblo natal de Huércal Overa. No se conocen de él escritos ni grandes hazañas, no fue fundador de ninguna Congregación religiosa, sólo brilla en él la vivencia profunda de su ser sacerdotal, fundamentada en la Eucaristía y la oración, en la entrega a sus feligreses, en la caridad continua hacia ellos, un auténtico pastor «con olor a oveja» que diría el Papa Francisco.

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