DIOS EN NUESTRAS VIDAS XVIII
En Dios en nuestras vidas XVIII, Antonio Prima Manzano reflexiona con profundidad y ternura sobre la fe, el libre albedrío y el propósito humano. Un texto que invita al reencuentro con los valores esenciales y a redescubrir el sentido de amar y servir a Dios en un mundo lleno de dudas.

Se nos dijo de niños, cuando aprendíamos el catecismo, que nuestra tarea en la tierra, consistía en “conocer, amar y servir a Dios” y que nuestra felicidad eterna depende de lo bien que lo hagamos, ¿recuerdas?
¡Cuánto tiempo ha pasado desde entonces! – te lamentas.
Cuántas ilusiones fallidas, cuántas amargas despedidas, cuántos sueños frustrados. Pero también debes recordar, cuántas metas alcanzadas, cuántas alegres bienvenidas, cuántas dichas colmadas. Y todo es vida, tanto lo que nos complace, como lo que nos desagrada.
Las felicidades y las amarguras son las mismas las tomes como las tomes, sólo depende de ti darles el sentido y la trascendencia, revestirlas de consuelo o de amargura, de esperanza o de desesperación. Es vivir por y para la voluntad de Dios o de espaldas a Él.
¿Quién nos va a explicar la manera de conocer, amar y servir a Dios? – nos preguntábamos de niños –. Pero cuántos viejos continúan haciéndose la misma pregunta tras el paso de los años.
Pero Dios se había anticipado a nuestras preguntas y ya dos mil años antes nos mandó a su Hijo Jesucristo, que no vino a la tierra con el único fin de morir en una cruz y redimir nuestras culpas y pecados. Esto fue el fin de una situación y el principio de otra. Jesús vino también a enseñarnos con la palabra y el ejemplo el camino hacia la patria celestial “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, con una nueva forma de vivir, de amar, de compartir.
Y tú y yo, mi querido amigo ¡cuántas dudas, cuánto divagar en todos estos años! Aún hoy, tu pretendida racionalidad, al contrario de lo que tú piensas, te tiene encerrado en una cárcel de cristal y tus razones y fundamentos no son más que infundíos y despropósitos, ya que olvidas como punto de partida, que la primera y gran razón por la que Dios creó el universo y a nosotros en él, fue para su propia gloria, para mostrar su poder y bondad infinita, que se demuestra por el hecho de que existimos, ¡porque Dios quiere! Y además, quiere hacernos partícipes de su amor y de su felicidad infinita en el cielo.
Dios, mi querido amigo, nos dotó de libertad, de libre albedrío, sí, de total libertad para razonar, entender, admitir o discrepar, de lo que tú haces gala, pero con esa libertad para elegir que Él nos dio, y que como te decía antes, es la prueba más fehaciente de su inmenso amor hacia el hombre y de que tenemos que labrarnos nuestro destino hasta el final con esfuerzo y voluntad si queremos lograr la felicidad eterna para la que fuimos creados.
El principio de las diversas razones casi siempre suele ser un punto común, pero en la medida que esas razones se convierten en razonamientos, se transforman en líneas divergentes a medida que avanzan. Y así el hombre cada vez más endiosado, va cavando su propia tumba, perdido entre descabellados razonamientos sin sentido ni consistencia, cuestionando incluso la existencia de Dios.
Esperemos que el buen sentido, la empatía y la cordialidad se impongan al final, en el logro común de una existencia en paz, con igualdad y amor.


Gracias querido amigo Álvaro, por tus elocuentes y afectuosas palabras. Un abrazo fuerte.