DIOS EN NUESTRAS VIDAS XVII
Reflexión profunda de Antonio Prima Manzano sobre la fragilidad del ser humano, la soberbia del conocimiento sin fe y la necesidad de volver a Dios. Un llamado a la humildad, la fraternidad y la esperanza en Cristo como verdadero camino hacia la justicia y la felicidad.

Como basura inmunda es en muchas ocasiones el mundo. Basura mi propio pensamiento y yo mismo, si olvidando la trascendencia de haber sido creado por Dios, me afanase en malgastar mi vida y mi destino tras necios menesteres por necios caminos.
Hasta muchos sabios se afanan con ser sólo eso ¡sabios! Y pierden con frecuencia la luz de su norte que es Dios, se crecen, se inflan jactanciosamente, y alejando de sí modestia y humildad, lo cuestionan. Pobres criaturas de barro, que no fueron cocidas en el horno de las virtudes de Dios, que da temple y fortaleza, sentido común y temor razonable de Dios.
Afanarse en necias quimeras es posiblemente el camino más común del hombre sobre la tierra y Dios, que aletea sobre las conciencias, clama amorosamente en las almas sin ser escuchado.
Llevados del desarrollo tecnológico y de la permisividad de las conciencias, con demasiada frecuencia, se proponen razonamientos y causas necias que embrutecen al hombre; afanado en logros materiales, en investigaciones suicidas, en inventos atroces. Alentados y desarrollados en una sociedad injusta, por hombres injustos y para cumplir fines injustos.
El egoísmo nos hace duros, resquebraja las fibras sensibles de nuestro corazón, y embota nuestro entendimiento llevándonos a aceptar incluso lo que en ocasiones repugna a nuestra propia conciencia. Los bienes, los goces, enmascarados por un mundo consumista, donde el bien supremo es poseer, lo que ciega nuestra razón a la fraternidad y al amor, y su consecuencia es la pobreza, la marginación y la delincuencia en sus múltiples vertientes. Pero se acallan conciencias, se compran voluntades y todo sigue igual para el que implora justicia e igualdad. La única felicidad, la última, es la que emana desde dentro de nuestro propio corazón cuando en el cumplimiento de los mandatos de Dios ciframos nuestro bien y en la búsqueda de Cristo, depositamos nuestra esperanza y nuestro futuro en la consecución de un mundo más justo, más cordial y más feliz para todos, pero para eso, hace falta aprender a saber renunciar siquiera a lo que nos sobra en favor de los que nada tienen.

