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DIOS EN NUESTRAS VIDAS – XIII

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      Llegar a la madurez. Descubrir los sinsabores de la vida, es una amarga  experiencia para el no vencedor.

      Haberte dado, quemado, desgastado por los demás y haber dejado nuestras fuerzas, nuestro trabajo, nuestro talento en servicio a la sociedad, es apenas nada, cuando no nos acompaña ni el justo reconocimiento.

      Llegar a la madurez, al final de nuestras potencias creadoras y volver la vista atrás;  a las incruentas batallas de cada día, a los sinsabores cotidianos, a los sobresaltos, a las estrecheces económicas  y  palpar como recompensa el olvido y la soledad – comparto contigo que es arduo y duro -.

      Las ilusiones humanas se pierden, los anhelos se marchitan y se convierten en pesadillas nuestros sueños. Solo queda al final de lo material y humano que somos – residuos malolientes, que se funden en una simbiosis de transformación metamórfica  con el polvo y la tierra- ¡Final de las grandezas humanas!

      Pero tú, mi querido amigo, no tengas esta visión  plana e intranscendente de ti mismo.  No es eso, exactamente el final. Cuando la esencia espiritual del hombre  se rebasa así mismo y  convierte la potencia interior  ejercitándola en la percepción amorosa de Dios, percibimos con otra visión el mal o el bien y nos revestimos de una sana y contagiosa alegría que nos conforta en las contrariedades y en los sufrimientos, porque muchas veces la enfermedad y el dolor arranca de nuestro propio corazón.

      Así al llegar a la vejez, las añoranzas de la juventud no son carcoma que corroe la fibra de nuestro ser, no existe duda entre lo hecho o lo que debimos hacer, no queda la zozobra de lo incierto, ni el gemido latente y silencioso pero constante de nuestra conciencia.

      Vivir y morir con Dios, es tener la certeza de no haber herrado el camino, es mirar atrás sin nostalgias y al futuro con optimismo y esperanza, algo que nos impulsa a vivir, a trabajar, a razonar con plenitud al margen de los muchos años que tengamos porque comprendemos que todavía tenemos todo el tiempo del mundo  en nuestras manos como seres humanos.

Antonio Prima Manzano

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