DIOS EN NUESTRAS VIDAS – X
No es nada el tiempo. Apenas un vacío. Apenas un suspiro. Un segundo es nuestra vida comparada con la inmensidad de esa otra que nos está prometida y que todos los mortales deseamos alcanzar.
Avanzan los años y se tornan nada los anhelos, las ilusiones, todo perece, menos el ardor de nuestras almas, que con el paso del tiempo, se purifican, se ensanchan, se engrandecen hasta adquirir su valor real.
Legas a la conclusión que, en vano el pobre mortal se afana en acumular riquezas, honores, prebendas, necios ensueños que le arrebatan la paz y la eternidad en un sinsentido que en muchos casos, provoca dolor y miseria en otros seres a costa de nuestro desmedido egoísmo.
Van pasando los años, envejeces y vuela tu pensamiento al encuentro de los que te amaron, de los que te precedieron, de los que con su vida ordenada merecieron el cielo. Y te tranquilizas. Es como si algo de otra dimensión penetrase en ti, y la vida toma otra motivación, otro sentido. Es, como si un resorte largamente comprimido durante años, se liberase de improviso, ¡te sobresalta al principio! Pero entonces, una extraña sensación de paz y de tranquilidad se adueña de tu conciencia. Y ves que el mundo toma otra dimensión, el cielo, el sol, el mar, la tierra y cuantos componentes forman el mundo y estos a su vez la vida, se integran en perfecta armonía y como un murmullo percibes en tu alma una voz imperiosa que le revela a tu corazón la única razón de tu existir: Dios y su eternidad.
Desde ese momento, Dios se pronuncia, te habla, te escucha y acude a ti a medida que aplacas tus instintos, que modificas tu conducta y aprendes a querer a los demás, más que te amas a ti mismo.
Y desde entonces el cielo empieza a estar ya a tu alrededor, en tus sueños, en el trato cordial y amable de cuantos te rodean, en el amor y la solidaridad que das, que recibes; en la medida en que te reconforta y te alegra la alegría y la felicidad de todos. Es, ese algo incorporal, indescriptible, como el propio fundamento de la razón del pensamiento, y que como un nuevo sentido recién adquirido, te arropa, te previene y te hace comprender y perdonar todas las miserias humanas, aun las tuyas propias.
Has descubierto a Dios, y ese don indescriptible, inenarrable, forma ya parte de ti, como tú de Él, en una simbiosis que sólo la genera el amor, se vive en el amor y por el amor se espera y se merece.