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Julián Díaz Robledo

La naturaleza es muy sabia y antes o después pone al ser humano en su sitio. En ese lugar que a todos nos llega cuando se van cumpliendo años, y lo hace sin dejarse ver, en silencio, y lentamente, empezando por un dolor de cabeza o espalda, hasta que se manifiesta como una enfermedad, más o menos importante.

    No importa la edad cuando caprichosamente aparece. En algunos casos con suerte, lo hace tarde, muy tarde y en plena vejez. Por ello nos dijo el filósofo Platón, y yo lo he referido en algún otro escrito: “Teme a la vejez, pues nunca viene sola”. Y teníarazón, porque se refería a lo que le sucede a tu entorno familiar y tantos amigos mayores con los que convives en los últimos días de tu existencia…

     Pero antes o después, siempre llega a tiempo, para que el ser humano se encuentre consigo mismo en tantas horas de soledad y meditación, para aceptar lo que ha sobrevenido y sin otro remedio que colaborar con lo inevitable. Qué lejos quedan entonces, el trabajo, las empresas, los encuentros, las citas, los amoríos, y las sequías, y tantas quejas por la falta de tiempo para hacer aquello que considerabas urgente.

     Y cuando por suerte lo consideras superado y si como creyente te acercas a un templo para dar gracias a Dios por esa recuperación, te encuentras como solitario en una iglesia vacía de feligreses y lo que es más preocupante y es lo peor, vacía de sacerdotes. Y es que, al clero le sucede, al igual que a los médicos, los banqueros, los empleados públicos y etcétera, que han tenido que apuntarse también a la “cita previa” obligados tal vez por la falta de vocaciones y la escasez de curas.

     En mi caso, añado a la presente reflexión, una vez superados ampliamente los ochenta, que es el momento de empezar a terminar tantas iniciativas como te quedan por hacer:  como seguir viajando para seguir aprendiendo de otras culturas; seguir trabajando, aunque moderadamente, para ayudar así a tus colaboradores que están expectantes de las iniciativas que en cada momento habíamos puesto en marcha para cumplir tantos objetivos. Es decir, seguir caminando con ilusión antes de que decidas sentarte en el sofá de casa para informarte de la aburrida publicidad y los rollos políticos con que nos atormentan en tantas televisiones como habrías de zapear… ¡Gracias a que nos quedan los libros!

     Y volviendo a Platón y su dura sentencia sobre la vejez, tienes a tu familia, y al número de amigos también mayores, que recurren a tu compañía para llenar sus soledades, y el teléfono es el medio que, afortunadamente todos disponemos para compartir estados de ánimo, positivos las menos de veces, porque en la mayoría de los casos es para comentarte alguno de los dolorcillos que a ciertas edades no dejan de acosarnos.

   Pero quiero cerrar este capitulo de manera optimista, y aunque me resulte difícil quiero cantar ¡lo bella que es la vida!… Paseando por la orilla del mar; y contemplando los ríos y montañas en esos días de bonanza que te reconcilian con tus incertidumbres; y en esas noches de zozobras o dudas poder mirar al firmamento y contemplar el ignoto universo que solo un Dios todopoderoso ha podido crear. Y aprovechando los años futuros que a cada uno nos puedan quedar, disfrutemos contemplando la grandeza de nuestro planeta Tierra repleta de las grandes maravillas que el ser humano puede disfrutar. Y capacidad suficiente, para soportar con paciencia las innumerables sorpresas que esta parte del universo también nos puede regalar, con sus terremotos o actividades volcánicas, que no dejan de ser en ocasiones para muchos, otra dolorosa enfermedad.

Julián Díaz Robledo

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