DIARIO DE UN POETA, EL DÍA QUE CONOCÍ AL POETA JOSÉ HIERRO
La primera vez que tuve el privilegio de conocer personalmente al gran poeta José Hierro (1922-2002) fue con ocasión de la tercera Semana Cultural de la AHE, realizada entre los días 21 y 25 de enero del año 1980, que organizamos siendo yo presidente regional de dicha entidad. Lo invité a que viniese a Palma a dar una conferencia que se celebró en el salón de actos del Ministerio de Cultura, ubicado en la calle San Felio. Como no podía ser de otra manera, fui a esperarlo al Aeropuerto de Palma. Previamente había convocado a la prensa para que fuesen al aeropuerto a entrevistarlo, cosa que sucedió, ya que los tres periódicos de información de la isla fueron hasta allí. Obviamente, José Hierro no me conocía personalmente, si exceptuamos las veces que había hablado con él por teléfono.
El poeta José hierro
Media hora antes de su llegada ya estaba yo en el Aeropuerto esperándolo. Durante ese tiempo, llegaron reporteros de los periódicos invitados, estuvimos hablando de la semana cultural y del motivo de invitar a José Hierro, habiendo en las islas prestigiosos poetas, escritores y conferenciantes. Les contenté que leyeran el programa y verían que la mayoría de participantes eran mallorquines. Aprovecho –aunque hayan pasado ya 38 años– para dar las gracias a todos los medios de comunicación, pero, especialmente, al Día de Baleares, ya que fue el que más publicidad hizo de la semana cultural.
El avión de Iberia, procedente de Madrid, llegó a la hora prevista y nos acercamos a la puerta de llegada y, entre los pasajeros, divisé inmediatamente al gran poeta: alto, con la cabeza afeitada y delgado. Llevaba una cartera de mano, me presenté a él, mientras los fotógrafos tiraban fotos, se sorprendió y me dijo: «Ni que fuese un actor de cine». Contestó a todas las preguntas que le hicieron. Recuerdo una de esas preguntas: si vivía exclusivamente de la poesía. José contestó lo siguiente: «Vivo de un poco de aquí y de allí: hago guiones para la televisión y radio, doy conferencias y recitales, etc.». Una vez finalizadas las preguntas, él y yo subimos a mi coche y lo llevé al hotel donde estaría hospedado, ubicado en el Paseo de Mallorca. Debo aclarar que, por desplazarse desde Madrid a Palma, se le pagaba la estancia del hotel –una noche–, el viaje del avión Madrid-Palma y Palma-Madrid, y una cantidad simbólica de 25 000 pesetas que nos subvencionó una entidad bancaria.
Durante el trayecto del aeropuerto al hotel, hablamos de la semana cultural y me preguntó sobre las actividades culturales que realizábamos en la AHE, que él ya conocía, pues según me dijo, conocía a diferentes personas que pertenecían a esta Asociación. A las ocho de la tarde, como estaba previsto, empezó el acto con un lleno total y la gente en pie. Ese acto fue presentado por el poeta mallorquín José María Forteza y presidido por mí, por ser el presidente regional de dicha institución. Una vez hecha la presentación y después de darnos las gracias a José María y a mí, se puso de pie, se quitó el reloj de la muñeca y pronunció: «La conferencia durará 90 minutos, pero, si alguien del público no le gusta, que levante la mano y yo paro». Tal caso no se dio, ya que el escucharlo era todo un gozo para el alma. Al terminar, el aplauso fue atronador y duró unos cinco minutos largos. ¡Todo un éxito! Al terminar el acto, unos compañeros se fueron con él a cenar a un restaurante, al que desgraciadamente no pude asistir ya que tenía otro compromiso (aunque a algunos les sorprenda). Al día siguiente, sábado, lo recogí en el hotel y lo acompañé al aeropuerto. Aparqué y entré con él hasta el mostrador de Iberia, una vez cumplidos los trámites de facturación, me despedí de él dándonos un abrazo. Recuerdo que me regaló un ejemplar de su libro Cuanto sé de mí, dedicado por él.
Al año siguiente lo volví a invitar nuevamente a que participase en la Semana Cultural, pero comunicándole que solamente podríamos pagarle el pasaje del avión y la estancia de una noche en el hotel. Él sin pensarlo me dijo lo siguiente, que yo jamás podré olvidar: «Si eres tú quien lo organiza cuenta conmigo». Ni que decir tiene que aquello me llenó de orgullo, ya que demostraba que lo que mis compañeros y yo organizábamos tenía calidad, seriedad y compromiso.
La segunda vez que lo invité a que participara en la semana cultural, solamente pude acudir a la conferencia ya que, por motivos laborales, no pude ir a recogerlo al aeropuerto. Por la noche, después de la cena, unos cuantos compañeros estuvimos con él en la cafetería del hotel, hablando de poesía y poetas durante varias horas.
La tercera vez que estuve con él fue también aquí en Palma, en un evento literario organizado por el periodista Joan Pla, que se celebró en el conocidísimo bar Güell. Entre otros, participaron el poeta y periodista Eduardo Suárez del Real, Esteban Pisón, Eugenia Liébana y un servidor de ustedes. Previamente al magno recital hubo una cena ofrecida por Tolo Güell, anfitrión de la velada poética, consistente en un «pa am oli», exquisito, comida popular de Mallorca. Debo comentar que el acto fue multitudinario y que, debido a ello y al vino ingerido por algunos participantes, hubo un poco de jaleo y la expulsión del local de algunas personas impresentables. Esto dio lugar a que Joan Pla dijera: «Esto va a terminar como el Rosario de la Aurora». Poco después el asunto se solucionó y unos cuantos pudimos seguir hablando de lo que nos había reunido allí: la poesía.
La cuarta y última vez que vi a José Hierro, también en Palma, fue con motivo de la presentación de su libro Cuaderno de Nueva York en Sa Nostra, que tuvo un gran éxito de venta, tanto que el propio Hierro dijo que estaba sorprendido. Entonces lo vi muy deteriorado, necesitaba oxígeno para dormir, pero, aun así, seguía con la misma vitalidad de siempre. Un poco tiempo después murió.
Ha sido uno de los poetas más importante de la posguerra. Su poesía se caracterizó por mantenerse ajena a la tendencia dominante y decidió continuar la obra de Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Pedro Salinas, Gerardo Diego e, incluso, Rubén Darío. Posteriormente su poesía se convirtió en desarraigada y existencialista. Ha obtenido los más grandes premios existentes en España, el primero o uno de los primeros fue el Premio Adonáis, después le han seguido muchos más, como el Premio Reina Sofía, el Premio Príncipe de Asturias en 1981 y el Premio Cervantes en 1998, también era miembro de la Real Academia. Uno de los poetas más importantes del siglo XX, aunque su personalidad le hacía ser bastante independiente de los círculos poéticos en boga. Mi admiración por él es infinita y ha sido un gran honor para mí haber podido conocerlo personalmente y aprender de él. De tanto en tanto, releo su poesía reafirmándome en su gran talla, de poeta y creador de la palabra.
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Marcelino Arellano Alabarces
Palma de Mallorca