DIARIO DE UN POETA EL DÍA QUE CONOCÍ AL POETA ESTEBAN PISÓN

De izquierda a derecha: Esteban Pisón, Rubén Ávila y Marcelino Arellano Alabarces.

Conocí al poeta Esteban Pisón una tarde en la librería Cavall Verd, que regentaba en la calle Platería el poeta Rafael Jaume. Creo recordar que tuvo que ser en el año 1980. Por entonces, Esteban Pisón era el secretario general de Industria en Mallorca. Me presenté a Esteban como director de la revista Sa Roqueta, que él ya conocía a través del magnífico poeta Rafael Jaume, al que conocía por haber ganado un año antes el primer premio de Poesía de Primavera, de Palma de Mallorca, organizado por la AHE, de cuya entidad, en aquellos años, este servidor de ustedes era el presidente regional.

              La tarde en que conocí a Pisón quedé gratamente impresionado por su gran bagaje cultural y sus amplios conocimientos sobre la poesía de todos los tiempos, cosa que me fue demostrando a lo largo de muchos años, hasta su muerte. Mi amistad con él fue de ejemplar admiración por su sapiencia, por su don de gentes, por su cortesía con todos, pero, sobre todo, por su sencillez y gran humanidad. Siempre estaba disponible para participar en cualquier evento cultural, por humilde que este fuese, cuantas veces se le pedía. Sus consejos eran siempre acertados y sinceros, nunca lo vi mirar a nadie por encima del hombro y lo hubiera podido hacer, su categoría intelectual y laboral se lo habría permitido. Pero él fue siempre la sencillez personificada. Pulcro y austero en el vestir, aunque muy maniático, y especialmente tolerante con los demás. Nunca lo vi enfadado, ni levantaba la voz más de lo estrictamente correcto. ¡Era un hombre bueno!

Aquella tarde en que nos conocimos estuvimos hablando bastante tiempo y lo acompañé hasta el paseo del Borne, en donde él tenía que coger el autobús para ir a su casa. Desde aquel día mantuvimos una relación cultural muy extensa, ya que era un hombre muy culto y un poeta muy especial. Aunque no era fácil entrar en su círculo de amistades.

              Después de aquel primer encuentro provechoso para mí, la próxima vez que estuve con él fue en una casa que tenía en un paraje bello y junto al mar de nombre «La Ínsula», que, de algún modo, era su refugio. La reunión allí fue con motivo del fallo del certamen poético «Reina Amalia», que él convocaba y en el que fui uno de los miembros del jurado. Como anécdota, diré que, según me contaron, sin faltar ningún día se bañaba en el mar hiciera frío o calor. Era un hombre meticuloso en todo lo que hacía, quería la perfección en todo, era inteligente y servicial, al menos en lo que yo conozco, lo relacionado con la cultura. Eso lo comprobaría hasta su fallecimiento en el año 2003. Había nacido en Madrid en el año 1925. Pertenecía a una familia de abolengo, su madre pertenecía a la alta burguesía. Difícil por su acentuada personalidad, compleja y distante para gran parte no solamente de las personas que le conocieron, sino también de sus amigos. Reservado en todo lo relacionado con su vida particular. Yo voy a intentar plasmar un poco de su genialidad, tanto la humana como la poética.

              Cada vez que le pedía que participara en algún acto cultural de los que organizaba, lo hacía, engrandeciéndolo con su presencia y esperando siempre –como ya nos tenía acostumbrados– que en su actuación se produjera alguna sorpresa. Como en una de sus actuaciones en el salón de actos de La Caixa, en la que echó a volar una paloma que llevaba escondida en su eterno chubasquero. ¡Era genial! Original y sorprendente.

              Dirigía una revista sencilla sin alarde editorial y publicó algunos libros cuyas páginas no eran más grandes que una revista, eso sí, dentro de ellos había estrellas, cuadriláteros, rombos, hexágonos, etc. Era tan perfeccionista y le gustaba tanto que todo fuese perfecto que cuando llegaba a Gráficas Salas, en donde le editaban sus libros, revistas, pai-pai, abanicos de cartón, postales y otras ediciones, temblaban al verlo por su exagerada exigencia. Pero ello no quitaba que tanto los propietarios como los empleados sintieran hacia él un gran afecto.

              Él corrigió muchos de mis escritos, no alabando lo que estaba bien, sino aconsejándome sobre lo que estaba mal. Disponía siempre de las palabras exactas, sin estridencias, sin suspicacias, sin demostrar que él era literaria y culturalmente superior a uno.

              De los 23 años que le traté guardo muchas anécdotas, algunas graciosas, otras raras. Pisón era, dentro de toda su humanidad y su amistad, un hombre bastante raro; solitario por vocación, nunca quiso dar el número de su teléfono a nadie, para no ser molestado. Ni tan siquiera a los amigos más allegados a él, como es el caso de Antonio Cercós Esteves, que estuvo a su lado, acompañándole, hasta los últimos días de su vida.

              Su obra poética no es muy extensa, pero sí extraña, fuera de lo común, ya que yo la definiría como una poesía experimental. Poesía, por otro lado, fácil de leer, clara como los ríos de León, pues, aunque nacido en Madrid, se consideraba leonés, por proceder su familia de esa región. Su poesía era un juego de palabras, metáforas deslumbrantes. Sus versos se alargaban en eco… mar, mar, mar…, en todos sus poemas estaba presente el mar y sobre todo el azul. Amaba el mar sobre todo lo creado en el mundo. No es extraño que cada día se bañara en el mar cerca de su chalet «La Ínsula», a veces junto a la exquisita poeta Francisca Moscardó y Ramis de Ayreflor, hiciera frío como calor.

              Uno de los sucesos que más afectó a Esteban Pisón fue la prematura muerte de su sobrina Sofía Pisón, a la que estaba muy unido. Ese suceso y también su grave enfermedad, que arrastraba ya varios años y que supo llevar con extrema resignación y entereza, sin comentarle a nadie lo que le sucedía, aunque todos sabíamos de ella. Falleció el día 14 de agosto de 2003 a los 78 años. Ese mismo día en la Parroquia de Santa Eulalia se celebró su funeral. Estuvo escribiendo hasta su último momento.

Esteban se había licenciado en Ciencias Políticas en el año 1947, tres años más tarde se doctoró en derecho financiero de alto nivel, era también crítico de arte. Trabajó como inspector de turismo de Baleares, que fue la causa de que llegara a Mallorca, se jubiló siendo jefe de los Servicios Periféricos del Ministerio de Cultura.

              Sus manías eran una de las tónicas de su vida. Por ejemplo, nadie podía fumar al terminar una comida mientras se mantuviese sentado a la mesa. Pero quiero contar un hecho que sucedió en mi casa para poder entender más su forma de ser: por aquellos años convocaba los Premios de Poesía de Primavera y, para fallar el premio, reunía al jurado en distintas instituciones culturales, pero ese año lo reuní en mi casa, eran miembros D. Baltasar Sabater, D. Miquel Bota Totxo y D. Victoriá Ramis de Ayreflor. Solicité a mi esposa que preparase algo de comer para tomar al finalizar el fallo, porque Miquel Bota Totxo debía desplazarse desde la población de Pollensa. Aparte de los miembros del jurado, asistieron como observadores unas 7 u 8 personas, todas ellos intelectuales. Los convoqué a las 8 de la noche, ya que yo trabajaba hasta la 7 de la tarde. El fallo transcurría con normalidad hasta que se deliberó la concesión del primer premio, en la que todos los miembros del jurado estaban de acuerdo, menos Esteban Pisón, porque, según él, faltaba una coma en un verso y era motivo suficiente para que no pudiese obtener dicho premio, ya que, según Pisón, el texto del poema debía estar correctamente escrito. Todos los miembros del jurado le decían que a lo mejor el autor del poema no quiso ponerlo, que eso era muy subjetivo, pero Pisón ere que ere. Así llegamos a las diez de la noche y este servidor de ustedes ya tenía bastante hambre, por lo que me dirigí hacia Esteban Pisón y le dije: «Dame el poema, ¿dónde dices tú que falta la coma?». «Aquí», me dijo. Puse una coma en donde, según Esteban, faltaba y dije: «Problema resuelto. Señores, a cenar».

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Marcelino Arellano Alabarces

Palma de Mallorca

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