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DIARIO DE UN POETA – EL DÍA QUE CONOCÍ A RAFAEL ALBERTI

Recuerdo perfectamente y con total claridad el día o, mejor dicho, la tarde en que personalmente conocí a uno de los dos poetas que aún quedaban vivos de la Generación del 27, Rafael Alberti. (El otro miembro vivo perteneciente a dicha generación era Dámaso Alonso). Fue en la primavera del año 1984. Y mi encuentro con él trascurrió en el Auditorio de Palma de Mallorca. Él y la soprano Elena (Helenita) Olivares tenían que actuar juntos esa tarde en un magno recital de poesía y canto (que fue un éxito inenarrable). Y creo que fue la última vez que Rafael Alberti actuó en Palma, pero vayamos a narrar qué fue lo que me motivó para que yo fuese a verlo, sin tener la más mínima esperanza de que él me recibiera.

            Hacía ya unos días que se venía anunciando la actuación del gran poeta en el Auditorio, pero en esos días mi esposa tenía el turno de trabajo por la tarde, con lo que me veía en la necesidad de quedarme al cuidado de mis dos hijos, lo que me imposibilitaba el poder ir a verlo actuar. Recuerdo que era un sábado por la tarde. Yo me encontraba intranquilo pensando que no debía perder la oportunidad única de conocer personalmente a uno de los dos últimos miembros vivos de la Generación del 27. Pero no sabía cómo arreglar la situación, realicé diferentes llamadas a amigos, pero al ser sábado, unos no estaban y otros no podían quedarse con los niños; ya casi desesperado, llamé a unos familiares pidiéndoles que se quedaran con mi hijo menor una hora y estos aceptaron, lo que me permitió poder desplazarme al Auditorio con la esperanza de ver a Rafael. Conmigo llevaba unos cuantos libros de él para que me los firmara.

Para poder llegar más aprisa cogí un taxi, ya que en la zona en que está ubicado el Auditorio es muy difícil aparcar y más en sábado. El taxi me dejó en la misma puerta del Auditorio. Pregunté al portero por Rafael, haciéndome pasar por un colaborador de una revista. El portero me dijo que solamente faltaban tres cuartos de hora para empezar el espectáculo. Yo insistí y entonces me indicó por dónde tenía que ir para encontrar su camerino. Ni que decir tiene lo emocionado que iba –no cogía en mí–. Después de subir por una escalera que no terminaba nunca y tras andar un largo pasillo, por fin llegué a la puerta en donde se encontraba una de las últimas celebridades vivientes de una época gloriosa de la creación poética que ha trascendido a todo el mundo. Reconozco que desde entonces, y han pasado ya casi cien años, no ha vuelto a haber una nueva generación de tanto ingenio como aquella Generación del 27, uno de cuyos miembros fue Premio Nobel de Literatura. Su creatividad e ingenio ha envuelto a todos los poetas nacidos posteriormente de cuyo manantial creativo hemos bebido. Unos con más suerte que otros.

Rafael_Alberti

Rafael Alberti en 1977

Con mano temblorosa y el corazón palpitante, toqué en la puerta y oí la voz fuerte y bronca de Rafael, diciéndome: «Adelante». Abrí la puerta y lo vi al fondo del camerino, frente a la puerta, sentado en un sofá; su mata de pelo blanco le caía sobre los hombros, llevaba un pañuelo anudado al cuello e iba vestido con una americana color azul y bajo de esta una camisa blanca. Delante de él había una mesa de cristal y, sobre esta, una botella de güisque Chiva y un vaso, pedí perdón por mi intromisión, sin haberme apercibido de que se encontraba tras de mí Elena Olivares.

–Señor Alberti, le ruego que me perdone usted por interrumpirle momentos antes de su intervención. Pero le admiro mucho como poeta y no quería perder esta oportunidad de conocerlo personalmente. También para que me firme usted estos libros suyos.

–¿Cómo te llamas?

–Marcelino.

–Siéntate a mi lado.

Me senté emocionado (creo que él lo percibía). Me firmó los cinco libros suyos que llevaba. Le dije que dirigía una revista literaria que se llama Sa Roqueta y le pedí que me permitiera en un próximo número publicar algunos poemas suyos y que me hiciera una dedicatoria para la revista. En un folio me dibujó una paloma con una dedicatoria (Rafael Alberti, 1984). Estuve hablando con él unos 6 o 7 minutos, distendido, yo un poco más tranquilo. Me autorizó a que publicase algunos poemas suyos en la revista y me indicó el libro de dónde tenía que coger los poemas. Le di las gracias y le tendí la mano, que él estrechó con cordialidad, pero, al salir, me paró la señora Elena Olivares, diciéndome: «Que sea la última vez que interrumpe usted un ensayo». Le pedí perdón y le contesté: «No podía perder la oportunidad de saludar personalmente a uno de los dos últimos miembros de la Generación del 27. Le pido perdón, señora, pero lo volvería a hacer».

Salí del camerino lleno de alegría y satisfacción, por haber podido estar durante unos minutos junto a uno de los grandes poetas de la gloriosa Generación del 27. Conmigo llevaba cinco libros firmados por Alberti y un dibujo hecho por él para publicar en la revista literaria Sa Roqueta. En la puerta del Auditorio empezaban a llegar las personas, que no querían perderse tan importante actuación.

Hay que reconocer las vueltas que da la vida. Unos años más tarde estuve con unos amigos en la casa de la soprano Elena Olivares y su marido, el escultor italiano Aligi Sassu, en Cala San Vicente, perteneciente al municipio de Pollensa. En el porche de su espléndida casa y junto al jardín estuvimos varias horas tomando un aperitivo. Le pregunté a Elena si recordaba la regañina que me echó aquella tarde en el Auditorio de Palma, pero no se acordaba en ese momento, una hora más tarde sí lo recordó. Me preguntó si la había perdonado. Por supuesto que sí y los dos nos reímos. Mis amigos y la hermana de Elena no sabían de qué iba la cosa. Ustedes se preguntarán por qué estaba yo en casa de Elena, pues nada menos que para invitarla a cantar en la fiesta musical de Son Ripoll, en la que –durante varios años– fui el coordinador, y el acto fue presentado por la poeta, escritora, rapsoda, dramaturga y actriz de cine y teatro Catalina Valls Aguiló de Son Servera. Pero Elena no pudo aceptar ya que por aquellas fechas estaba en una gira por el extranjero. Cosas que pasan.

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Marcelino Arellano Alabarces

Palma de Mallorca    

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