DIARIO DE UN POETA, EL DÍA QUE CONOCÍ A LA POETA Y PINTORA ANA CINTAS

Marcelino Arellano

De todos los amigos y amigas que he tenido y con quienes he tratado a lo largo de mi vida, quizás sea Ana Cintas de la que guardo un recuerdo y cariño especial, por su talante, su generosidad y por su amistad que demostró tanto a mí, como a mi familia, a lo largo de muchos años, siempre estaba ahí, disponible para ayudar y participar en todos los eventos que yo organizaba, hasta poco antes de su muerte, acaecida en Mojácar (Almería). Había nacido en el bello pueblo de Bédar (Almería). Vivió en Barcelona algunos años trabajando como modista para una gran firma de costura, tras algunos años residiendo en Barcelona, se trasladó con su esposo Pedro a Palma de Mallorca, donde residió hasta poco antes de su muerte, padecía párkinson, que ya venía sufriendo durante un tiempo. Volvió a su tierra para morir y ser enterrada junto a sus antepasados.

            Aunque sus estudios no fueron de primer orden, lo suplía con su inteligencia. Escribía los poemas muy bien estructurados y usaba un léxico no acorde con sus estudios, e incluso con la interpretación de la poética. Sus poemas eran puros, sinceros, como un caudal de agua fresca llegaban al alma de los oyentes. Algunos me preguntaban después de haberla oído en algunos recitales si lo que había recitado había sido escrito por ella. Durante bastantes años, seguí la trayectoria poética de Ana Cintas, sobre todo cuando ingresó como miembro del Grupo Literario Arboleda. Ya que, a partir de aquel momento, seguí con más interés su creación poética. A veces me pedía consejo, pero, francamente, debía ser yo quien le pidiera consejo a ella. Era natural, espontánea, sincera y muy buena gente.

            En el año 2007, entró a formar parte de la gran familia del periódico cultural Granada Costa, en donde participaba con un poema en cada número y colaboraba tanto en los eventos que se realizaban en la península como en Mallorca.

Marcelino Arellano Alabarces, Esteban Pisón y Ana Cintas.

            El día que conocía a Ana Cintas fue aproximadamente en el año 1980, en donde llegó por invitación del poeta Esteban Pisón, me la presentó y, desde aquel momento, pasó a engrosar las filas del grupo Arboleda, siendo yo el fundador del grupo y director de la revista del mismo nombre. Desde aquel día, se integró totalmente en nuestro grupo y participó y ayudó en cuantos eventos organizábamos. Su actitud siempre fue positiva y de gran ayuda, fue un soporte económico para la edición de la revista Arboleda, donde colaboraba con poemas y dibujos. Asistimos a algunas exposiciones de pinturas suyas, como la que realizó en el Casino de Mallorca, donde expuso una gran muestra de su pintura. Además de gran pintora era una magnífica retratista, en los últimos años de su vida se dedicó, casi en exclusiva, a hacer retratos, debido a la gran demanda que tenía. Debo decir que ella pintó un cuadro de mi esposa y mío que le salieron muy bien logrados. También tengo en mi poder varios cuadros de ella, que en su día me regaló y que guardo entre otros como un pequeño tesoro. Sus cuadros reflejaban nítidamente el paisaje que con extrema delicadeza pintaba. No soy crítico de arte, pero debo decir que sus cuadros pintados al óleo plasmaban toda la belleza real del paisaje. También dominaba con gran arte las acuarelas.

            Nació sobre el 1943 en Bédar, un bello pueblo ubicado en la sierra, cerca de Vera, y falleció en Mojácar, sobre 2019. No quiso seguir viviendo en Palma, ya que la muerte de su esposo Pedro la sumió en una gran tristeza y profundizó más rápido en su enfermedad, falleció en una residencia donde la ingresó su familia ante el empeoramiento de su enfermedad. Falleció Ana, la poeta, la pintora, pero ella permanecerá viva en el recuerdo de sus compañeros y compañeras mientras vivamos nosotros. Descansa en paz, querida amiga.

Marcelino Arellano Alabarces

EL ÚLTIMO REFLEJO DE LUZ

La tarde se sumerge en su templo

de luces coronadas.

En la quietud de las sombras

dibujándose en las penumbras

un suspiro de niebla que recoge

la lágrima de rocío.

Siento en mí algo muy grande

que enmudece mis sentidos

rompiendo las palabras que

nunca salieron a la luz.

Su quietud transparente como un sueño

que nunca volviera

enciende el acento de la palabra,

el verbo que me inunda.

Aún siento el calor de su latido

y percibo un llanto de recuerdos

que no me olvidan.

Iluminando la escogedora piel

de un delirio.

La tarde sigilosa va rompiendo el último

reflejo de luz.

Desde su inmensidad de sombra

los astros despiertan de su sueño cósmico.

La respiración se agita y la pulpa de una estrella

luce el aroma de mi verso

Ana Cintas

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