DIARIO DE UN POETA EL DÍA QUE CONOCÍ A JUAN FAGEDA

Juan Fageda Aubert nació en Olot (Gerona) en 1937. Su familia era de clase media, lo que le permitió poder hacer la carrera de aparejador, en el año 1960 fue promovido a Alférez de Complemento del Arma de Ingenieros y fija su residencia en Palma de Mallorca, donde junto con su padre crea una empresa de construcción que no resultó por diversas causas muy boyante.

            En 1962 contrajo matrimonio en la Iglesia de los Capuchinos de Palma con Dolores Lara Ruiz, tiene tres hijos.

            En 1979 fue nombrado Conseller de Ordenación del Territorio del Consell General Interinsular de Baleares. Tiene la Cruz de Oficial de la Orden del Mérito Civil (1980). Condecoración de la Orden del Mérito de la República Federal de Alemania (2002). Medalla de Oro de la Ciudad de Palma (2003). Aparte de otras muchas distinciones, sirvan solamente las reseñadas para poder adentrarnos en la categoría personal y profesional de nuestro personaje de hoy.

            Fue alcalde de Palma de Mallorca por el PP (1991-2003), sucediendo a Ramón Aguiló del partido PSB, y le sucedió en el cargo Catalina Cirer del PP. Durante sus años de alcalde realizó algunas mejoras en la ciudad, se caracterizaba por ser un hombre abierto y amigable que atendía muy cordialmente a cualquier persona que le abordara por la calle. Uno de sus grandes logros como alcalde fue comprar el cementerio privado Bon Sosec (Marratxi) por 750 millones de pesetas. Pero la gestión de este recinto fue catastrófica, que llegó a generar una deuda de 700 millones de pesetas, motivado quizás por ello su empresa se vio afectada.

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            En qué día conocí a Juan Fageda, indudablemente tuvo que ser en el año 2002. Por aquellos años, la Revista Literaria Arboleda, que este servidor de ustedes fundó y dirigía, celebraba cada año la entrega de la “A” de plata a distintas personalidades de la cultura en todas sus facetas: la pintura, la escultura, la música, la literatura y la política, a aquellas personas que por una causa u otra habían destacado en el bienestar de su ciudad. Cada año se entregaban un máximo de cuatro o cinco “A” de plata. La noche de la entrega se desarrollaba en una cena de semigala en un restaurante ubicado bajo el Ayuntamiento de Calvià. Esta fiesta literaria fue creciendo año tras año, viéndonos obligados en las dos últimas a limitar la asistencia por falta de espacio. Algunos de sus presentadores fueron (mi agradecimiento a todos ellos) María Francisca Moscardó y Ramis de Ayreflor (poeta), Esteban Pisón (poeta) y una bella locutora de radio, que lamento no recordar ahora su nombre.

            El jurado de los premios se reunió presidido por mí en mayo de ese año y por unanimidad, entre otras personalidades, se acordó entregársela al alcalde de Palma de Mallorca, Juan Fageda Aubert. Ese aceptó complacido.

Fue un acto memorable. Todos los asistentes alabaron tanto el acto en sí como la cena que fue espléndida y regada con buenos vinos y cava. La distinción se la impuso este servidor de ustedes. Sus palabras fueron de agradecimiento por tal distinción, de la que no se creía merecedor, y alabó a la revista Arboleda por su contribución a la cultura en general y a todos los miembros del grupo del mismo nombre.

Esa noche hablamos extensamente del acto en sí y sobre cuestiones relacionadas con nuestra ciudad, sobre todo, que según mi punto de vista necesitaban ser mejoradas. El Sr. Fageda me fue contestando muy amablemente siempre con su sonrisa característica en él. Compartimos mesa y, en fin, fue un acto muy agradable que se alargó en una tertulia abierta hasta largas horas de la noche.

La segunda vez que coincidí con el Sr. Fageda fue en la Feria de Abril, que por entonces se celebraba en Palma y a la que acudían muchas gentes. Entre las muchas casetas, había una del Ayuntamiento, a donde asistí acompañado de unos amigos y una concejala de su partido. El Sr. alcalde estaba tras la barra sirviendo a los clientes, se alegró mucho al verme y me saludó efusivamente, me sirvió un baso de «fino» y, tras charlar unos minutos, me reuní con mis acompañantes en una de las mesas instaladas en el recinto hasta altas horas de la noche. La tercera y última vez que coincidí con él fue en un acto cultural. Estuvimos hablando durante unos 10 minutos, despidiéndose de mí al marcharse. Nunca más he coincidido con él.

Hombre afable y cordial que intentó realizar proyectos más allá de su propia capacidad organizativa, pero sí puedo afirmar que todas aquellas personas que lo han conocido personalmente guardan de él un afectuoso recuerdo, como el que yo siempre guardaré de él.

 

Marcelino Arellano Alabarces

 Palma de Mallorca         

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