DETRÁS DEL MURO: Una no musulmana
Hay días que las puertas del muro permanecen cerradas.
En realidad hay gente que jamás quisiera abrirlas. Y muchas horas de estos inciertos días, permanecemos desorientados.
Soy Nada Imán y ya casi no recuerdo el tiempo que llevo aquí detrás.
Mi amiga, una no musulmana, me sirve de referencia en el recuerdo, como columna a la que atarse para no perderse en el inmenso olvido que se establece entre los refugiados.
Las dos hemos llorado junto al hombre de las manos machacadas, haciendo de su dolor nuestro dolor.
En realidad no sé si un dolor se mitiga con otro dolor. A veces suelo albergar esta idea, pero no sé si a este hombre herido en su cuerpo y en su alma, le pasa igual. Ya no llora. No exhala aliento.
La capacidad de sufrimiento del hombre es más que la de la alegría. La alegría es en un momento pasajero. El bienestar quizás perdura más en el tiempo, pero el sufrimiento se aloja de una forma extraña en los rincones del alma y soporta el dolor con más capacidad.
Al acercarnos a él se encogió, allí sentado en el rincón del llanto. La cabeza entre las piernas recogidas, como defendiéndose del dolor. Con esa desconfianza que no es más que la suma de percepciones dolorosas y que se establece en el hombre como escudo protector.
Mi amiga no es musulmana, y ahora comprendo que identificarla así es por la influencia del entorno.
Se entiende que todos los que huimos de aquella guerra lo somos. Ella no. Y de haber estado allí, sin guerra, mi amiga tendría nombre. Ese que ahora no debo pronunciar, pues el muro pesa en nuestras manos y en nuestro corazón, tanto como para arrugarnos en el rincón donde se arrugó el hombre de las manos machacadas.
Agustín Hervás Cobo