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DETRÁS DEL MURO: un corazón endurecido

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Al otro lado había muchos soldados. Llevaban botas altas y abrigos grandes y a mí me parecían cucarachas: En sus procedimientos, en sus acciones. Quizás a causa de las órdenes recibidas parecían torpes y poco eficientes. Pero las cucarachas no son así.

Posiblemente fuera culpable. Por eso le machacaron las manos. No debería estar aquí como un refugiado más detrás de este muro.

A todos los que llegamos con las manos limpias y el corazón puro se nos comparará con algún motivo distinto a la verdad de nuestro refugio.

Mi corazón endurecido acaba de convertir en culpable a un hombre cuya historia desconozco y mis prejuicios me impiden aproximarme a él.

No sé si soy peor aquí detrás que los que quedaron allí.

Limpiar mis sucios adentros debe devolverme la humanidad. Debo reconocer mi culpa.

Por este acto de contrición debo recuperar a la otra persona que fui. Que soy.

No puedo haber pensado de esta forma. La guerra nos embrutece. Los corazones endurecidos sirven para sobrevivir al dolor. Al horror. Como catarsis de lo impropiamente humano.

Me acerqué a sus machacadas manos y las cubrí con el pañuelo rosa que un golpe de viento trajo a las mías, desde allá, donde las rosas de oriente huelen a mirra.

Es el albergue de la humildad, el primer paso para el amor.

Agustín Hervás Cobo Periodista, poeta y escritor.

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