DETRÁS DEL MURO: Relaciones humanas
Aprieta tanto el calor en este estío, y entre estos muros, que a veces tengo la sensación de que los pensamientos se me escapan por los orificios de las orejas, revueltos con los sesos.
O quizás sea esta sensación, la de sentirme agotada, sucia, dudando de si soy o no soy persona, ya.
Lo que veo aquí. Lo que siento. Lo que aprendí allí del lugar de donde vengo. Lo que vi, y lo que me ocultaron, no me hace precisamente estar bien aquí, refugiada y desprendida de la esencia de mi ser.
¿Cómo puede ser el género humano tan vil consigo mismo? ¡Con los de su raza!
El hombre es el mayor enemigo del hombre. El hombre es el mayor enemigo de la naturaleza. Es decir, de Dios.
El hombre tiene capacidad para ser ángel y ser demonio. Para el bien y para el mal. En cuanto al mal, el más malvado, en cuanto al bien, el más bondadoso.
Sentirse miserable por humillado y sentirse miserable por pecador. Sentirse sucio por ensuciado, y sucio por ofendido. No ser persona por vejado y no ser persona por sentirse cruel.
Una persona que se dice, así misma, no serlo, es una persona que ha perdido la dignidad, y alguien sin dignidad es un desesperado, una presa fácil para los demonios del suicidio.
Así me siento. Al borde de la locura, de una locura.
¿Y si saltara el muro? Abandonara esta desazón, este vacío.
De todas formas estoy muerta. Aquí adentro. Allí afuera.
Aquí donde me libran de la guerra. Allí donde nos matan.
Es la primera vez que tengo conciencia de esperanza.
Sí, he visto la falta de valor en las gentes, en mí mismo, para reaccionar en contra del exterminador.
Es cuando llega el límite, cuando reaccionamos a la condición de recuperar la dignidad.
Aun con miedo debo actuar.
Ya no me queda nada que perder. Solo la vida. Aquí, en este lugar, de alguna manera, la tengo perdida.
Un paso a la esperanza, una apuesta por la vida, es la toma de conciencia de una situación, de un peligro.
Ahora la capacidad del ser humano en cuanto inteligente se pone a prueba. Lo demás ya lo tengo y se llama muerte.
Aquí, detrás de mí, se oyen cantos. Hay gente alegre dentro del muro. Parece que no piensan igual que yo. Entonces me acerqué a ellos. Sentí curiosidad. Vi a un hombre joven haciendo palmas y cantando alegre. Tomé con mis manos las suyas y me miró fijamente. Tomé con mis manos su rostro y noté una extraña calma.
.- Ven con nosotros – me dijo – nos vamos de aquí. Huimos.
Nunca sabemos como podemos reaccionar al encontrarnos en una situación límite.
Me siento muerta. Prácticamente muerta. Parezco una muerta viviente y estoy amenazada de más muerte…
Le acaricié la cara… no cabía una reacción de fuerza. No tenía fuerzas en este débil cuerpo que me queda. Solo impotencia, que junto a la situación extrema, dio como resultado una acción de ternura. Un gesto de ternura para ganar la vida, para prolongarla.
Los jóvenes cantan, están alegres. En otra situación extrema. Están acosados, muertos. Celebran su miedo y se despiden de la vida.
En su proyectada huida les aguarda más muerte que vida, pero sin duda más esperanza.
¡En el límite, el riesgo, en el riesgo, la suerte, en la suerte, la esperanza!
¡Cómo son las reacciones humanas!