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DETRÁS DEL MURO: La idea del hombre

Cuando alguien pronuncia mi nombre, llamándome, me gusta. “Nada”.

Me llaman. Y sonrío.

Aquí, detrás de este impresionante muro, donde el sol abrasa el musgo del invierno, mis pensamientos huelen a esperanza.

Aquí, hubiera deseado rebelarme contra el destino.

Intento ponerle nombre a ese misterioso e incorpóreo tiempo que nos zarandea a su antojo, y no encuentro otro, que el nombre de Dios.

 ¡Y entonces las dudas, la rabia, la impotencia! ¡La culpa!

Pero necesito consolar mi tristeza, mi dolor, y no sé si la idea de Dios lo hará.

¿Cómo un misterio, podrá consolarme?

Y, sin embargo, dudo que los enemigos tengan dios. Solo el diablo puede dominar sus mentes y sus cuerpos.

Creo en el hombre, en lo bueno y en lo malo del hombre, como ser integrado en la naturaleza, despejado de la vaga idea del Dios ejecutor, castigador y hasta bondadoso.

La existencia del bien y del mal no es discutible, pero si es discutible todo aquello que viniendo de Dios produzca dolor, angustia y muerte.

Por causa de Dios son las peores guerras.

A causa de creencias religiosas, los grandes exterminios.

Todo aquello que excluya al hombre del hombre debe ser rechazado como bueno para él.

Solo el hombre, en cuanto bondad, y en cuanto mal, es susceptible de ser creído para lo bueno y para lo malo.

No podemos buscar a ningún dios fuera de nosotros y de nuestros semejantes. Hay que buscarlo en nosotros, y en los otros, solo así podremos admirar su belleza y su grandeza.

Hasta que los hombres no dejemos fuera la imagen del Dios piramidal, del ojo divino, de los profetas redentores, nos perderemos en conflictos irresolubles.

A veces pienso que el hombre no ha entendido los mensajes divinos.

Nos gusta creer.

Mágica palabra, en todas las religiones, que tapa la ignorancia de la idea de Dios.

Y lo curioso de todo es, que mi ignorancia necesita creer en la “idea de Dios” sea cual sea, pues, nos tranquiliza, me tranquiliza, la ansiedad.

Pero mi razón, también mi corazón, me acompañan desde hace tiempo en un viaje distinto por el cual pretendo ser fiel a lo que siento.

¿La duda genera culpabilidad?

Aquí, dentro del muro, veo a seres humanos luchando por su existencia, como en un mundo selvático. Veo a otros seres humanos ayudándoles. Veo a indiferentes, y veo a seres humanos preocupados por otras cosas, nada básicas para su existencia, a los que solo les interesa posición y orgullo.

Sí, porque aquí, detrás de este muro, también el orgullo domina, y la posición clasifica.

Veo, cada día, a personas cambiar su carácter, de la mañana a la noche. Veo, en sus rostros, felicidad y amargura, también angustia.

Oigo palabras extrañas y cordiales. Y noto sus almas puras o sucias, sus intenciones ocultas y sibilinas, y percibo los corazones buenos y nobles.

Me siento traicionada diariamente por lo que veo, oigo y noto.

Soy mortal, ignorante, una mujer que intenta con más fracaso que acierto colaborar y ayudar en lo que puedo. Con mi trabajo, con mi sonrisa y hasta con mi enfado. Y me siento orgullosa de ser así, con todos los defectos, y con todas las virtudes que los demás ven en mí. Como ser humano. Como mujer.

Es el hombre la idea más real y cercana que de Dios, de cualquier dios, tenemos.

¡Tantas veces he estado a punto de perder la vida, que más la amo!

Lo bueno de los hombres buenos es que son capaces de ver cosas de Dios, en verdad cosas de los hombres, hasta en los hombres malos.

Agustín Hervás Cobo Periodista, poeta y escritor.

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