DETRÁS DEL MURO: La conciencia.
Está gris la tarde y los rincones de este muro humedecidos no dan calor al alma que se pierde, a veces, en pensamientos enajenados por los días de la violencia.
Soy Nada Imán.
Repito mi nombre porque no quiero olvidarme de ser persona. No quiero ser identificada con el número que escribieron en esta blanca pulsera de plástico ya ennegrecido.
De donde vengo todos teníamos nombres, aunque la guerra nos los borrara.
Allí vivía tranquila, en la formalidad de una sociedad agradecida. Nada me alteraba el sueño, aunque ya las bombas estaban a las puertas… y quizás bebí hacer algo más.
No sé. Dar un paso, saber, actuar, reaccionar.
Ahora. En esta tarde gris y húmeda, viene a mí la conciencia, la sabia conciencia que nos castiga o nos premia según nuestras obras.
Ese y no otro es el verdadero Dios de nuestras religiones.
¡Tanto tiempo buscando a Dios y resulta que Dios está en nosotros! En nuestra azotea. En nuestra conciencia.
¡Cuánto tiempo perdido!
¡Cuántos males por Él!
¡Cuánta sangre derramada en su nombre! ¡Es tan torpe el hombre que no da con Él!
El hombre no mira a su alrededor. A la naturaleza, a la vida que le rodea, y tampoco mira dentro de él. En el hombre mismo.
No se da cuenta. No ve. No conoce.
¡Cuánta ceguera hemos tenido!
El hombre es un ser ciego. No reconoce en su conciencia al dios que tanto busca.