DESDE LA PERPLEJIDAD
Los perplejos, no son los descarriados, los que han echado andar por un camino equivocado, sino a los que “bien encaminados” se encuentran desconcertados, confusos, ante una encrucijada que les oprime el ánimo.
JAVIER MUGUERZA
La acción social no siempre se ejerce desde la certeza sino también desde la incertidumbre y la perplejidad
FRANCISCO J. BERMEJO
El malestar de nuestra cultura se vuelve perplejidad, cuando la realidad en la que vivimos se ha llenado de una decepción generalizada. Ubicados en un mundo oscurecido por la densa niebla del relativismo y la pandemia, es necesario esperar pacientes un nuevo amanecer. Las vacunas a las puertas que nos lleven hacia la normalidad y la vida, pero también la autonomía y supremacía de los derechos de la persona se puedan hacer realidad frente a la sociedad y el Estado. No es una espera pasiva, ni pesimista, proponemos resistir a pesar de todo y, buscar la luz en una ética de la compasión.
En esta nueva realidad cultural y económica en que estamos inmersos, todas las ideologías, filosofías y creencias tienen igual valor. El capitalismo y el consumo absorbe toda explicación del mundo, reinventándose continuamente para que nada cambie, humillando cualquier pensamiento a la generación de capital y ganancia. Ante la perplejidad, hoy el ciudadano cede su crítica y sus razones a una nueva religión, el capitalismo, que ha llegado a ser todo en todas las cosas. La nueva adormidera luminosa y multicolor despliega toda su liturgia de consumo y acumulación en los grandes centros comerciales, las nuevas iglesias de nuestro tiempo. Se está generando un malestar difuso, una indignación impotente que lo invade todo, un sentimiento de vacío interior que está imposibilitando al individuo para sentir y pensar.
Se nos hace necesario regular el mercado, lo que exige una regulación de sus dinámicas, así como una regulación ética que garantice el bien común y el bienestar humano. Esos objetivos éticos deben fundamentarse en la dignidad de la persona, basados en el bien, la verdad, la justicia y la solidaridad. Más allá de intereses individuales y abusos económicos de los que se derivan serios sufrimientos para toda la humanidad y especialmente para los más débiles y desamparados. La codicia y el riesgo es un elemento estructural de nuestro mundo, no solo se necesitará una normativa ética, sino agentes sociales y políticos que desplieguen la libertad y la felicidad del individuo más allá del consumo y dinero fácil.
Desde la perplejidad, constatamos que soplan vientos de xenofobia, aporofobia y racismo en la vieja Europa culta y democrática, donde el rechazo y el miedo parecen ser la norma que guía a muchos políticos, más centrados en los votos y las estadísticas que en las personas. Ahí está no solo la ultraderecha emergente como triste novedad, que rechaza la acogida de emigrantes y refugiados, también sectores de los partidos de la derecha tradicional con discursos contra la inmigración y los refugiados, que los consideran un problema más que una oportunidad.
No hay que ser un experto en temas de inmigración y refugiados para saber que la inmigración ha sido vital para impulsar nuestras economías y sostener nuestro modelo económico, incluido el Estado de Bienestar. Nuestro país cercano al invierno demográfico respiró antes de la crisis con la llegada de inmigrantes, creciendo la población y la natalidad después de años en retroceso, aportando una población joven con hijos, rejuveneciendo la pirámide de población. El flujo de inmigrantes provocó el aumento de la población activa en trabajos que ya muchos no quieren realizar, trabajos en el campo, cuidado de ancianos y niños, servicio en el hogar, creando condiciones para sostener las pensiones de cara al futuro. En poco tiempo la necesidad de inmigrantes irá creciendo en muchos países europeos por necesidad, a pesar de la fiebre xenófoba.
De la dignidad humana parten todos los derechos del individuo, nunca deberá ser instrumentalizado al servicio de otros intereses. A los seres humanos se les reconoce el derecho a tener derechos si son ciudadanos de ciertos Estados. Son una minoría privilegiada que tiene derecho a tener derechos y ese derecho se le sigue negando a gran parte de la humanidad. Muchos seres humanos son más bien objeto de discursos sobre los derechos humanos. Un discurso que se evapora en la realidad cotidiana de nuestras sociedades con “derecho a tener derechos”. Desde la perplejidad constatamos que siempre estamos a vueltas con los derechos, sin creer en ellos, sin aterrizar en las vidas del ser humano, donde muchas se escapan cada mañana en cualquier parte del mundo por la violencia, la guerra, la miseria, el hambre, la pandemia, la indiferencia.
La interculturalidad se hace necesaria para superar la incertidumbre y la perplejidad, un encuentro cultural para contrastar y aprender mutuamente, para tomar conciencia de la diferencia y la posibilidad de resolver los conflictos. Se hace necesaria en nuestro planeta globalizado, abarcable gracias a los medios de comunicación y el avance del transporte. Muchos de los conflictos actuales tienen su origen y se producen por la diversidad cultural que se da dentro de las fronteras y su proyección en la globalidad. Alguna cultura puede no conocer o comprender, incluso rechazar los derechos universales, ya que pueden ser diferentemente entendidos en contextos culturales diversos.
Pero debemos dar algún paso más que la interculturalidad para superar la perplejidad, estamos hablando de la misericordia. Hacer presente la misericordia en el mundo actual, no es sólo amar y preocuparse por el otro, es habitar el mundo desde el amor de Dios, es hacer presente la justicia, la solidaridad, la responsabilidad, la inclusión y la resiliencia. La justicia en los textos bíblicos no es neutra, no puede serlo si es fruto de la misericordia, es parcial y nos obliga con la cabeza y el corazón al clamor de los excluidos y los necesitados. Así es Dios, escucha el clamor de los más pobres, los acompaña y hace justicia, que es la respuesta y la esperanza porque ella es la concreción del Amor.
La misericordia es un movimiento que parte del caído y que fecunda al que se acerca a él, es en ese momento cuando se alcanza la dignidad de hombre. Pero por otro, hay otro movimiento, el que viene del otro al yo. El que sufre debe ser visto como un sujeto humano con exigencias de dignidad, donde la solidaridad deberá ser el medio para eliminar barreras.
La perplejidad quiere ser el lugar de encuentro abierto y polémico de los diferentes pensamientos que luchan por los derechos, donde la actuación ética y política deberá tener en cuenta, la dignidad y la solidaridad, para ello deberá poner su mirada a una ética compasiva, que puede ser la base de cualquier derecho. Una ética que no se fundamenta solo en el bien, el deber, la dignidad, sino en el sufrimiento, la sensibilidad y la compasión frente al dolor de los demás y que reconoce la fragilidad y vulnerabilidad de nuestra condición humana. Tenemos todo el año para la resistencia y la misericordia.
Juan Antonio Mateos Pérez
Catedrático de Historia y escritor