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Vivimos en la selva de la hipocresía y del engaño, de la injusticia y de la prepotencia, de viva yo y muera el otro… El ser humano se encuentra indefenso en medio de la vida, aunque sabe que no está solo ni se siente solo. Por eso lucha cada día con entusiasmo, tesón y valentía. Por eso avanza en su camino y logra que los demás marchen hacia delante también. Pero cuando es tratado como muchedumbre o masa, si él no lo impide, se halla inmerso en ese rebaño de ovejas y borregos que tanto gusta a ciertos políticos y mandones porque hacen con él lo que quieren. “A una colectividad, asegura Pío Baroja, se le engaña siempre mejor que a un hombre” ¡Qué lejos estamos de crear una sociedad en la que los unos se interesen, desde el amor, por los otros, y viceversa! Por desgracia, el orbe en donde vivimos es un desierto de seres humanos. Aún no hemos aprendido que no basta con vivir y hacer que vivan los demás, sino que hemos de construir sobre el planeta una vida que sea para cada individuo, para cada pueblo una fuente de ventura. Mientras no consigamos esto, el mundo será un volcán en continua erupción, un jardín abandonado, donde las distancias se acrecentarán y las capas sociales se alejarán aún más unas de otras. “Otro mundo es posible”, otra España también.

¡Cuánto hablamos y escribimos del amor fraternal, de la calidad de vida, de abrir las puertas a la inmigración, de la tolerancia, del bien común…! Todo, palabras vacías. Todo, invención de la hipocresía social. La realidad cotidiana es bien distinta. “Una de las desdichas de nuestro país consiste, indica Ramón y Cajal, como se ha dicho hartas veces, en que el interés individual ignora el interés colectivo”. En la última década del siglo XIX don Santiago pronunció estas palabras. Por consiguiente, ha transcurrido más de un siglo, y continúan estando de una actualidad aplastante. ¿Qué es más importante talar un árbol para que sus ramas y su tronco leñoso calienten a una o a varias personas o dejarlo que viva para que siga donándonos sus flores y frutos y semillas? Ante esta interrogante unos responderán que prefieren la leña, otros, la continuidad de la existencia del árbol. Muerte o vida. ¿Qué replica usted, amigo lector, sobre esta cuestión? ¡Difícil! Yo lo tengo muy claro, pero quizás otros individuos duden ante la perspectiva de coger un camino u otro. La duda es humana. La duda es respetable. Pero ante las decisiones tomadas sólo merecen respeto por parte del pueblo aquéllas cuyas resultancias  favorezcan el interés del mismo.

El gran problema que engendra cualquier sociedad actual es su propia indiferencia, su conformismo ante la noche negra que la cubre, la impregna y la amamanta. Estos individuos que así actúan son más miserables que aquellos que siembran miedos y vacíos, aflicciones e imposiciones por doquier.

A veces pienso que en estos tiempos que vuelan el valor se ha marchado de muchos corazones y, en su lugar, se ha asentado la cobardía. Nos muestran las salvajadas, los tejemanejes las situaciones calamitosas que en el mundo se están produciendo continuamente, pero no tenemos la osadía de salir del pozo de la indiferencia, del tedio y de la rutina porque hemos olvidado que somos los amos del premio, del castigo y del perdón. La raíz de este olvido está en que no confiamos en nosotros mismos. Por ello, si nunca tuvimos confianza en nosotros o la hemos perdido…, ¡cómo podremos confiar en las demás personas! Esa esperanza firme en nosotros es lo único que puede abrirnos el camino para confiar en otros individuos. Aunque tengamos esos apoyos, el íntimo y el interpersonal, no pensemos que la victoria la tenemos asegurada. En ocasiones seremos batidos, pero hemos de asumir cualquier derrota con dignidad, naturalidad y sosiego. Tras ella, reflexionaremos para conocer las causas y posibles efectos de tal caída. Después volveremos a la lucha con la esperanza aún más sólida y con la lección aprendida.

Carlos Benítez Villodres

 

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