DEL SENTIMIENTO AGRESIVO AL PENSAMIENTO HUMANISTA
Entender el mundo de los afectos no es fácil, querer, tampoco. Tener aprecio por alguien, quiere decir escucharlo, saber qué piensa. Tratar de entender a las personas es una manera de quererlas.
La persona es un laberinto y no sólo de emociones. Podemos pensar que dentro de cada persona existen tanto los aspectos buenos, los que uno cree magníficos, sin serlo tanto, como los menos buenos con toda una gama intermedia de grises, que al no entenderlos, pueden inducir a confusión.
No siempre toleramos aquellos sentimientos, fruto de la competición, los celos o el afán de poder. Pero, volvamos a las tonalidades. Los matices entre el blanco y el negro, más acordes con la realidad, nos pueden ayudar a verla con cierta perspectiva si ponemos distancia y procuramos no proyectarnos ni confundirnos con los pensamientos y sentimientos de los demás. Razón por la cual escuchar y diferenciar lo que pertenece a cada uno es tan necesario.
En toda interacción intervienen los aspectos más complejos de cada persona y si no se conoce lo que corresponde a cada una de ellas es más fácil confundirse. De esta manera no se daría una verdadera relación, especialmente si la persona se deja llevar por los celos, la envidia o el ansia de poder. Se trata entonces de conocer y transformar este cúmulo de pulsiones y sentimientos y cambiar de actitud.
De este procedimiento ya escribió Shakespeare en una de sus obras, la más larga y de mayor influencia no sólo en la literatura inglesa, Hamlet.
Una síntesis del argumento nos permite acceder a ella:
El fantasma del rey de Dinamarca se aparece al principe Hamlet; le revela ser el espíritu de su padre, que ha sido asesinado por su propio hermano, el que hoy gobierna el país como rey Claudio y tiene por esposa a la madre del príncipe. El fantasma del rey pide venganza a Hamlet, instándole a que investigue la traición de su hermano, el papel ejercido por la reina en este hecho y la corrupción del reino. Esta revelación deja a Hamlet inmerso en una espiral de duelo, cólera y profunda introspección.
El famoso soliloquio del acto tercero, «To be or no to be», muestra cómo la confusión se apodera del pensamiento de Hamlet, que se debate entre la fatalidad de los hechos y la incertidumbre de si esta visión es real o ha sido fruto de su imaginación. De ser cierta esta aparición, ¿qué debería hacer? ¿Vengaría a su padre para convertirse él mismo en un asesino o sería más honesto provocar su muerte, donde morir sería más digno que matar? ¿Qué sentido tiene la vida cuando el hombre se envilece? De ahí el deseo de muerte que le invade.
El príncipe se enfrenta al dilema de cuál es el sentido y el propósito de vivir soportando semejantes tribulaciones. El fantasma de su padre reclama venganza, pero, ¿acaso la venganza y la intriga no son más que un retorno al tradicional axioma de: ‘ojo por ojo y diente por diente»?
Con este monólogo, Hamlet se debate entre dos impulsos profundos: el deseo de venganza y la necesidad de dominio de sí. Es decir, entre el rol que debería seguir, como príncipe de Dinamarca y el rol que podría elegir como hombre libre, que controla su destino. En dicho monólogo, razón y locura, pasión y conciencia, venganza y moralidad son algunas de las cuestiones planteadas por el autor.
Este soliloquio también introduce una cuestión esencial, la posibilidad de dudar de esta supuesta realidad, donde la duda constituye un signo del nacimiento del individuo, que es consciente de sí mismo, es decir, el hombre que puede controlar sus pulsiones y decidir su destino.
Si recuperamos el planteamiento inicial, sobre las dificultades de relacionarse cuando la persona siente su agresividad, lucha por obtener el poder y poseer a cualquier precio lo que tiene el otro, nos encontramos ante otra realidad, el desconocimiento de los propios sentimientos y capacidades.
Observar lo que pasa en nuestro interior permite tomar conciencia de lo que podemos sentir por desagradable que esto sea. Cuando la persona no quiere o no puede enterarse de lo que piensa y siente, corre el riesgo de aislarse evitando entender el cúmulo de sensaciones y sentimientos que experimenta.
La percepción de los estados de ánimo, del tipo que sean, permite a la persona transformar lo que siente asumiendo libremente las consecuencias de sus actos. Ser consciente de un estado de ánimo negativo –sostiene Mayer- es la forma de hacerle frente con la libertad que aporta la capacidad de pensar.
Dudar entre el rol que correspondería representar en la vida o aplicar el razonamiento pertinente y optar por una iniciativa realista y libre, es la manera de obrar del individuo, que consigue ejercer un control sobre sus pulsiones y superar el primitivo código de “ojo por ojo y diente por diente”. Superar determinados sentimientos negativos, incluso destructivos puede conducir a una interacción mucho más gratificante y eficaz. Una práctica bastante olvidada hoy en día en determinados ambientes.
Muy interesante
Felicidades
Un saludo