Portada » Declaración de amor

A veces la vida no resulta ser nada amable, las desgracias van y vienen y el dolor se va amarrando a tu alma como un barco fantasma al muelle de la muerte. Con esa maldita marea llega el día en que deseas morir y el verdadero dolor es vivir. La vida transcurre sin pedirte permiso y el mundo confabula para que sigas vivo aunque tú no quieras. Para algunos resulta más fácil y consiguen marchar de este mundo, pero para otros es demasiado difícil aun teniendo razones más grandes, si es que realmente existen verdaderas razones para dejar de vivir. Pero la cuestión de esta historia no es una disertación moral sobre el asunto.

            Víctor a pesar de su joven edad ya llevaba varios años deseando morir, pero era de los que no lo tienen fácil para quitarse la vida. Él no tenía demasiadas razones para creer en los ángeles, ni en las hadas, ninfas o cualquier otra criatura mágica, pero ese día algo extraño despertó en su corazón, no supo lo que era, solo sabía que no podía dejar de mirarla. Su pequeño y débil cuerpo temblaba al ver a aquella jovencita que se le antojo un bello querubín. El frio sudor paralizaba sus escasos sentidos. Solo tenía 16 años y aunque le parecía que el mundo era tan cruel como el mismo odio, cuando estaba cerca de la joven, aun sintiéndose invisible, aspiraba el aire tras ella como si fuese el último oxigeno del mundo y con éste el aroma que dejaba su pelo en el viento. Si el mundo ya era demasiado difícil de entender ahora le parecía indescifrable. ¿Cómo un mundo tan horrible podría coexistir con lo más bello que vio jamás? Sentía por primera vez algo parecido al deseo de seguir viviendo. Las noches eran eternas historias en diferentes mundos donde la joven siempre era una bella inalcanzable.

            Pero ella nunca se fijaría en el joven invisible, no era como el resto de chicos, y no era algo que se imaginara él. Realmente casi nadie veía un chico normal en él. Sobre todo aquellos que veían su silla de ruedas y la confundía con su corazón. Imbécil ceguera.

Aquel estúpido día fue tan cruel como fortuito, uno de aquellos que siempre arrastraran un porque. Ese aciago día, un también estúpido conductor, decidió que era más importante beber que la vida de nadie. Con aquella decisión se llevó el futuro de un joven al que le atormentó durante años la idea de que tendrían que haberlo matado en vez de dejarlo como un inútil. Pero todas las desgracias, como todas las espinas del mundo, terminan en una bella flor. El día que la vio por primera vez todo cambio. Ella nunca lo sabría, pero él mantenía sus ganas de vivir solo fantaseando con la idea de bailar con ella, que sus ojos estuvieran a la altura de los suyos y la hiciera reír, sueños que ahora le hacían olvidar la muerte.

            Su padre que como cualquier padre, deseaba cada minuto de su vida haber estado en su lugar y cargar con todo ese dolor, se dio cuenta que la ilusión de aquel amor imposible era el mejor de los tratamientos, de modo que en contra de las advertencias de su psicóloga lo animó a escribirle una carta, una declaración de amor, aunque ella no la leería jamás.

            Hasta para él parecía una locura, pero su padre le prometió que aquella misiva de amor jamás llegaría a sus manos, solo se trataba de un juego. Así que aunque sus manos jamás podrían escribir una letra, sus labios dirían todo aquello que su corazón escribiría indeleblemente en el viento. Su padre, mientras, escribía aquellas emociones recogidas con un nudo en la garganta y un bolígrafo.

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            –Cuando tú quieras puedes empezar –dijo su padre– ya estoy preparado.

            Con ojos de amor y eterna compasión miraba a su hijo esperando a su corazón. Por primera vez desde aquel día parecía volver a la vida. Quizás solo sea una ilusión pasajera se decía él, pero aunque solo sean unos instantes añoraba aquella sonrisa de cuando era niño.

            –Escribe papa –comenzó– Querida Ana, a pesar de que me has visto a menudo, sé que no sabes quién soy, porque una chica como tú jamás me vería. Aunque la vida se empeñó en quitármelo casi todo, hay algo que me queda. Mi ardiente corazón, late solo porque cada día veo tu pelo ondular delante mío mientras entras en clase. Te amo en mis sueños donde puedo mover mis piernas y brazos para bailar contigo, sueño que solo estamos tú y yo, somos aves de largas alas que volamos sobre un océano infinito. Sueño que tu rubio pelo me despierta en la mañana acariciando mi rostro y mis brazos pueden abrazarte hasta fundirte. Tienes una vida plena, seguramente feliz y lo último que necesitas es a alguien como yo en tu vida, un estorbo para todo el que me rodea. –Su padre lo miró con el corazón encogido y no escribió aquellas últimas palabras­–. Pero ahora deseo levantarme cada mañana pensando que veré tu piel, tus ojos claros y la melodía de tu voz, arpegios de sirena. Te amaré siempre desde esta silla que solo puede atar mi cuerpo.

            Las cosas pasan sin saber porque. Como si un ministerio oculto, desde el mundo de la magia, enviara duendes que movieran cosas durante la noche para que después no pudiéramos explicarnos como ocurrió, así que la carta mezclada con el correo ordinario llegó al buzón de la joven. Después de leer aquella carta ella decidió escribirle.

Así decía:

            “Víctor, hace tiempo que no leía algo tan bello y tengo que decirte que eres el culpable de que todavía siga viva aunque solo sea para escribirte estas palabras. Cuando llegó tu carta, tenía preparado el baño y una cuchilla para dejarlo todo atrás. Nunca pensé que alguien tan importante para mí, como tú, siquiera se hubiese fijado en mí. Me siento avergonzada al pensar que tú sigues viviendo a pesar de todo. Me hubiese gustado ser otra para poder amarte, pero no soy nadie, apenas una chica sin ganas de vivir. No logro adivinar que puedes ver en mí, un chico tan inteligente, amable y tierno como tú. Yo soy un fraude, fea, vacía. Odio lo que veo ante el espejo.  Seguramente mientras lees estas letras yo ya no estaré aquí. Perdóname pero no puedo seguir viviendo conmigo misma”

            A Víctor le hubiese bastado con menos para terminar por pedir a su padre que lo llevase a algún lugar donde la eutanasia fuese legal, pero no fue así. De nuevo la vida es impredecible. A veces el dolor es el camino más sabio. Víctor se dio cuenta de algo muy importante, la vida es algo muy valioso y tal como nos vemos a nosotros mismo no suele ser ni la realidad ni como nos ven los que nos aman. A veces deberíamos parar un instante y mirarnos con los ojos de quien nos ama, así quizás aprendamos a amarnos a nosotros mismos un poco más. Posiblemente esta sea una asignatura que debiéramos aprender desde la infancia. Nuestro corazón es capaz de abandonar cualquier silla de ruedas o atadura que nos amarre a cualquier limitación. Nuestro corazón puede tener largas alas que sobrevuelen el infinito, solo has de amarte lo suficiente y de vez en cuando usar los ojos de quien te ama.

Manuel Salcedo

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