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De cómo Don Quijote y su fiel escudero hallaron nueva vida en tierras de Loja

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En un siglo donde los hombres se hallan más dados al ruido de máquinas que al murmullo de la conciencia, y donde los rostros se iluminan más por pantallas que por estrellas, aconteció —como si del más extraño encantamiento se tratase— que los espíritus andantes de Don Quijote de la Mancha y su escudero Sancho Panza fueron vistos, no en Castilla la Vieja, sino en tierras andaluzas de vieja honra y nuevo asombro.

Y no es broma ni fábula de juglar moderno, sino cosa cierta que en Loja, noble villa al pie de montañas moriscas, volvieron a la vida en figura y arcilla, por gracia de una dama que bien pudiera llamarse hechicera del barro o maga del alma: doña Anita Ávila. Y fue tal su arte, tan fiel su corazón al latido de aquellos siglos, que el hidalgo y su escudero, modelados con manos de musa despierta, tornaron a andar el mundo, aunque fuese con el cuerpo quieto y el alma suelta.

Y así, mientras los hombres corren con prisa sin saber por qué, mientras el mundo gira sin honor ni causa, resucitó en aquellas tierras un soplo de locura santa, una ventisca de ideales olvidados. Y muchos que allí moran o pasan, aseguran que los han visto —aunque solo si miran con el corazón limpio— cabalgando entre la bruma del amanecer, saludando con cortesía antigua y risa noble, como si el tiempo no les hubiese derrotado nunca.

Que si los poetas mueren, pero sus versos no, también los caballeros de lanza flaca y alma invencible pueden hallar nueva patria donde ser eternos. Y Loja, junto con el museo de Anita de Ávila y en la sede del Proyecto de Cultura Granada Costa, les dio no solo casa y descanso… sino historia.

En tiempos que ya se tienen por idos, donde la memoria vaga por campos de gloria y honra sucedió que Don Quijote de la Mancha, caballero de noble linaje, y su leal escudero Sancho Panza, tornaron a cabalgar —aunque no en carne, mas sí en espíritu y figura viva— por tierras que no eran de Castilla, mas sí de hidalguía y encantamiento.

Y fue en un lugar de nombre Molvízar, cuyo pasado nazarí aún se respira en sus calles, donde tales personajes fueron honrados como si aún en vida anduviesen. Allí, entre música y clamor del pueblo, se celebró un homenaje digno de su fama y su ingenio. En tan señalada ocasión estuvo presente el muy reverendo cardenal Osoro, alto prelado de la Santa Iglesia, varón piadoso y sencillo, que con su presencia confirió honra y bendición al acto. Fue un día de gloria, donde el espíritu caballeresco volvió a cabalgar por entre las plazas y callejuelas del lugar.

Mas este festejo, noble y sincero, nada tuvo que ver con su viaje al pueblo de Loja, donde una dama de virtud y gracia sin igual, doña Anita Ávila, dio forma y eternidad a los mismos caballeros.

Dicha dama, de manos bendecidas por las musas, con barro y corazón esculpió al caballero de la triste figura y a su fiel escudero, cual si la misma Dulcinea guiase su mano. En Loja, donde mora su arte, erigióse un museo que supera las dos mil varas cuadradas, templo no sólo de arcilla, sino de alma, memoria y honra. Allí descansan las figuras de Don Quijote y Sancho, cual si en sueño eterno cabalgaran en la mente de los hombres justos.

Y cuentan los viejos y los niños, las mozas y los labriegos, que desde el día en que tales esculturas reposan en aquel templo del arte, cada aurora trae consigo una visión singular: por los caminos y veredas galopan dos figuras envueltas en bruma dorada —Don Quijote en su Rocinante etéreo, Sancho en su rucio

— saludando a todo cristiano que encuentran en su paso.

Y narran, por boca de pastores y segadores, que al llegar a cierto banco de piedra, llamado por el vulgo el Banco de los Muertos, descienden de sus monturas y reposan un momento, antes de seguir camino al camposanto.

—¿Pensáis, mi señor, que estos son los campos de Castilla? —pregunta Sancho.
—No lo son, Sancho amigo, responde el caballero, mas guarda tu lengua, que hoy habemos de visitar a los que en silencio moran.
—Mas, señor, replica el escudero, ellos no precisan visita ni batalla, pues ya duermen en paz.
—Equivocado estáis, Sancho, dice Don Quijote, que aún me hablan, aún claman por justicia. Me ruegan que alce mi lanza contra los bandoleros de la sierra. ¡Al galope!

—Pero señor, insiste Sancho, de eso hace siglos, y no queda bandoleros ni alma en pena. ¿No seremos, acaso, fantasmas de otro tiempo? Porque me siento ligero como pluma y sin dolor ni preocupación.

—Buena es vuestra duda, Sancho, mas no tengo respuesta certera. Solo sé que mi locura aún vive, y si ella me sostiene, poco me importa ser carne o espíritu. Cervantes nos escribió y ahora esta tierra nos honra como nunca en vida fuimos honrados.

—Sabias palabras, mi señor. Jamás hallamos mejor tierra que esta. Vivos o muertos, vivimos en el corazón de los que creen.

Y entre risas, galopadas y fantasmas de gloria, recordaron su paso por Molvízar, donde fueron homenajeados como en los días de antaño: Don Quijote, cual general invicto; Sancho, astuto capitán. Fue la familia de Pepe Segura, virtuosa y leal, quien les condujo por calles de historia y música de gesta.

—En verdad te digo, Sancho, dijo Don Quijote, que Loja bien pudiera ser parte de nuestra Mancha. Aquí, el nombre de caballero aún suena con honra, y gracias a mi dulce dama, doña Anita Dávila, hallamos refugio, fama y memoria.

—Volvamos, pues, al museo, amigo mío, concluyó el caballero. Allí nos aguarda Anita o mejor dicho Dulcinea, para reparar nuestras armas y armaduras.

—¿Y cómo lo hace, señor?, preguntó Sancho.

—¿Cómo osáis preguntar tal cosa? Mientras vos dormís cual zángano, ella, con manos de seda y corazón de roble, moldea nuestras almas con barro de eternidad. Tiene alas de mariposa, y el don divino de hacer del arte, vida.

—Comprendo, mi señor —respondió Sancho—, que vuestra merced está loco… pero loco de amor por ella.

—Mi buen Sancho, no erráis en lo dicho. Mas sabed que no es eso todo, pues las vacaciones habemos de pasarlas en las tierras de Molvízar.

—¡Válgame Dios, señor! ¡Qué voces tan lucidas salen de vuesa merced desde que hollamos esta tierra bendita! Decidme, por caridad, ¿qué nuevas palabras son esas que así turban mi pobre entendimiento?                                                                                         

—Vacaciones, Sancho, así se nombra la costumbre que ahora tienen los hombres: salir de su solar, e ir a otro lugar, no a lidiar ni guerrear, sino a holgar y reposar el cuerpo y el alma por algún tiempo.

—Es alto complicado y extraño lo que me contáis, pero soy fiel por siempre a vos. Iremos de vacaciones a Molvízar, como vos decís. Y así, entre luces del alba y murmullos del viento, Don Quijote y Sancho Panza volvieron a cabalgar, no por Castilla, sino por la eternidad encantada de Loja. Mientras las vacaciones las pasaban en Molvízar cabalgando sus espíritus entre estrechas callejuelas nazaríes por los derroteros del tiempo.

Fina López

11 pensó en “De cómo Don Quijote y su fiel escudero hallaron nueva vida en tierras de Loja

    1. Que escrito más bonito, me parece muy trabajado y muy original el hacerlo en forma de diálogo, me ha encantado, felicidades Fina, eres una gran escritora.👏🏼👏🏼👏🏼

  1. Estamos encantados de tener entre nosotros a Don Quijote y Sancho Panza en el pueblo de Loja y Molvizar, gracias a todos los que habéis opinado tan positivamemte sobre el escrito.
    Un abrazo y feliz verano

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